Corazón de Pantaleón

Publicado el ricardobada

Borges, comensal en Buenos Aires

Todo comenzó por un email de Ana Nuño, que me desasna día a día con paciencia digna de mejor causa: «Solo un ciego es capaz de darle la mano a una escultura. Y tal vez Borges escribió estas líneas: http://www.museodiportofino.it/borges.htm  (Ojo: no estoy del todo segura de que no sea un apócrifo más de los que circulan por ahí. A ver –que dijo una ciega– si alguien encuentra una fuente fidedigna para este texto)».

Como el texto que nos espera al abrir el enlace está en italiano e inglés, dos idiomas que desconozco, se lo pasé a varios amigos urbi et interneti, siendo el primero en reaccionar Héctor Abad Faciolince, que domina a la perfección el primero y no sé si a la perfección el segundo, pero sí que lo puede leer. Y me dijo lo siguiente: «Suena muy Borges, y muy poco apócrifo. Si la fuente primera es Alifano, se trata de uno de los secretarios más serios de B., pero habría que preguntarle a él directamente».

Por su parte, mi tocayo Ricardo Ostuni, el poeta e historiador argentino que estuvo hace poco dando conferencias en Medellín, me comentó al respecto: «En el texto se cita un restaurante Maxim que no recuerdo que haya existido en Buenos Aires. Borges concurría al Edelweiss, de la calle Libertad, pero no muy asiduamente. Cuando lo vea a Alifano voy a preguntarle por ello y por la anécdota que presumo que es apócrifa».

Finalmente, mi deuda estherna, Esther Andradi, la escritora y periodista argentina que vive en la provincia, en la Alemania profunda (en un lugar llamado Berlín), y con quien converso muy seguido gracias al telefón que contesta, me sugirió que le plantease el fato a Miroslav Scheuba, “el poeta de la cocina” (¡no dejen de abrir el hipervínculo que les afrijolo con su nombre!)

Y dicho y hecho, le escribí en estos términos: «Miros, maestro inmarcesible, como la gloria colombiana (así asegura su himno): mi comadre Esther me da la idea de consultarte acerca de un restaurante llamado Maxim que aparece en el texto de este hipervínculo [el que ya conocen por las primeras líneas de este post]: ¿existió tal restaurante?  Porque según Ricardo Ostuni, porteño y amigo mío, donde iba a comer Borges era al Edelweiss, de la calle Libertá (no Lamarque)».

Y esta es la respuesta de Miroslav, desde Buenos Aires, la Reina del Plata:

«Ricardo Bada, periodista amigo, me ha preguntado por el restaurante Maxim de Buenos Aires donde solía ir a comer Borges.
En efecto, el lugar existió, si mal no recuerdo, en la calle Paraguay 663. Aunque estaba pintado de rojo era un lugar serio y callado. Si bien hace mucho tiempo que este Maxim desapareció, le ha surgido un pariente que aprovechando marca y fama se ha instalado como fonda en la calle Borges al 1700 de Palermo.
Una de las dos cosas buenas que tenía ese colorado bistró frecuentado por Borges era que estaba a la vuelta de su casa, en Maipu 994; la otra era su recatada modestia reflejada en su nombre de fantasía, ya que nunca se atrevió a usar el apóstrofe como el restaurante parisino Maxim’s, porque la burla hubiera sido una injuria, delito previsto no sólo en el código comercial sino también en el código penal.
Antes de discurrir sobre los tres los principales restaurantes donde Borges ya mayor solía ir a cenar, vale la pena recordar que Borges en su primera juventud se aventuraba a los bares y cafetines del suburbio, donde vio y trató a los ilustres cuchilleros evocados años más tarde en sus milongas. Después de haber ejercitado “la dignidad del peligro”, aguja hallada por Borges en el pajar del doctor Samuel Johnson, el escritor se hizo cliente de los bares del Once, La Perla, El Rubí, y otros más infames, porque por allí andaba Macedonio Fernández dictando cátedra de metafísica e inteligencia. Por ejemplo, tocaba un fragmento del Quijote hasta que lo interrumpía algún fiel lector de la obra cervantina diciéndole que en el famoso libro se leía exactamente lo contrario. Entonces, Macedonio replicaba que Cervantes había tenido que escribir lo que decía el texto sólo para quedar bien con el comisario.
En esa década del 20, con motivo de la segunda época de la Revista Proa, Borges, en compañía de Ricardo Güiraldes, Alfredo Brandán Caraffa y Pablo Rojas Paz, se encontraba los viernes en Callao 299 “para dar cuenta del puchero magistral que era servido en El Tropezón”. De un cocido pantagruélico para dos personas podían comer tranquilamente seis.
En la década del 30, la movida se deslizó hacia los restaurantes de la Avenida de Mayo, que además de por Borges, fueron visitados por Federico García Lorca y Pablo Neruda, entre otros escritores iberoamericanos de fuste.
En los años 60 Borges fue regresando a los bares y restaurantes de su barrio y se hizo habitué de la confitería Saint James, que estaba en la esquina de la avenida Córdoba y Maipú, donde ahora hay un banco. Ese distinguido lugar también era visitado por Arturo Jauretche y sus secuaces, como en esa oportunidad que el autor de El medio pelo en la socidad argentina, rodeado de sus amigos, se da cuenta de que en otra mesa está Borges sin compañía alguna. El mozo se acerca al autor de Historia Universal de la Infamia y le comunica lo siguiente: “Dice el doctor Jauretche que tendría sumo interés en que usted fuera a sentarse a su mesa”, a lo que Borges le responde: “Dígale al doctor Jauretche que el interés no es recíproco”. Era evidente que la política había separado a los amigos, Jauretche tenía una muy buena opinión del peronismo que Borges con razón no compartía para nada.
De vuelta a los tres restaurantes preferidos por J.L.B., el primero era Cantina Norte, que estaba en la Calle M. T. de Alvear, cerca de la calle Esmeralda, bistró de barrio especializado en comida casera y bifes a caballo (con dos huevos fritos), churrasco que venía acompañado de una guarnición militar de papas fritas. El otro lugar estaba casi al frente de su casa, al costado de la Galería del Este y se llamaba El Dorá, un restaurante más fino que el anterior y especializado en mariscos y pescados; este era el más caro y «finoli» de los tres. Y el último, el tímido Maxim donde el escritor pedía «lo de siempre»: arroz con manteca y queso rallado, y agua sin gas.
A este bistró Maxim solía acompañarlo María Kodama porque, como buena vegetariana, la satisfacían con toda clase de verduras. Sé de buena fuente, que a la Cantina Norte invitaba a sus colaboradoras y/o amigas de toda la vida (léase: Margarita Guerrero, Betina Edelberg, Esther Zemboraín de Torres Duggan, María Esther Vázquez, Alicia Jurado, quien me pasó la data, y también María Kodama).
En cierta ocasión, en Cantina Norte, Borges estuvo cenando con la señora Justa Dose de Zemboraín, estanciera, millonaria, admiradora de sus relatos, y ella le ofreció darle en su casa una magnífica fiesta de casamiento a su famoso amigo, a la semana de haber pasado por el Registro Civil con Elsa Astete viuda de Millán, quien había sido novia en su juventud, una de las siete hermanas Astetes, todas con veleidades literarias, ya que otra de las Astetes se casó con el traductor de Borges al francés, Néstor Ibarra, que vivía en Francia en un chateau dans la Provence.
Y aunque nos estemos alejando del tema, hay una anécdota con Elsa Astete que no podemos dejar pasar de largo: cuando su marido le dio la noticia de la fiesta que organizaría Justa Dose con la crème de la crème de la aristocracia ganadera, le hizo una escena: “¿Qué me voy a poner para la ocasión? ¡Yo no tengo ropa para esa fiesta!” Borges la calmó en el acto cuando le dijo “No te hagás problemas, voy solo, total… nadie se va a dar cuenta”.
Al tercer lugar, El Dorá, Borges solía convidar a ciertas visitas ilustres que llegaban hasta su casa, como Jean d’Omersson, quien vino de Francia para entrevistarlo para Le Monde. En esa onda, también llevó a cierto periodista de Le Figaro, y cuando estaban en la mesa le dijo al mozo quien era su invitado, y de paso, le informó que Le Figaro no era un diario para peluqueros.
Por último, Borges y María Kodama estando en París fueron invitados a cenar al verdadero Maxim’s y Borges, sólamente Borges, pudo haber pedido «lo de siempre»: arroz con manteca y queso rallado. El maître no lograba entusiasmar al autor de El Aleph con ninguno de los platos y manjares del restaurante de la Belle Époque. Él rechazaba cualquier intento de foie gras, de “grenouilles et escargots”, de ostras gratinadas, de perdices, codornices o de faisanes trufados, e insistía: arroz con manteca. Al final el maître se rindió ante la evidencia, ya que Borges lo desafió:   “Muy bien, ya que estamos en Francia, vamos a probar y a comprobar, aquí en la Rue Royale, ¡cómo preparan el mejor arroz con manteca en el Maxim’s de Paris!”»

Chas gracias, Miros, en verdá en verdá te digo que sos inmarcesible, pibe.

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