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Publicado el habad

¿Quién quiere ser creativo?

creatividad e inventiva

 

No tenemos cascos ni almohadillas (solo callos) en los pies. Debió de ser el dolor lo que llevó a algún hombre, a alguna mujer, a envolver en cortezas, en hojas, en pellejo de animales, nuestros frágiles órganos de locomoción. De una primera idea contra el dolor de los dedos o de las plantas de los pies, del deseo de evitar la sangre y las heridas, el exceso de frío o de calor, debió surgir el primer par de zapatos, los más rudimentarios. Ötzi, la momia de un hombre encontrada en la nieve, que vivió en Austria hace 5.300 años, llevaba unos zapatos cosidos en cuero, hechos de piel de oso en la suela, de piel de ciervo en la cobertura, y forrados en musgos y cortezas de árbol. Esos antiguos zapatos eran ya cómodos e impermeables: habían resuelto eficientemente un problema práctico, la dificultad de andar descalzos en ambientes hostiles, la nieve, en el caso de Ötzi.

Para hacer esos zapatos antiguos se requería ya ingenio, imaginación, destrezas manuales, dotes de observador, creatividad. De todo esto habla un libro ameno, ingenioso y útil que acabo de leer: Creatividad e inventiva: Retos del siglo XXI, escrito por el divulgador científico Antonio Vélez (de quien ya conocemos sus magníficos Homo sapiens, Neuróbicos, Principio y fin) y por su hija, Ana Vélez, experta en historia del arte, y de quien también conocemos un libro anterior, su interesante visión evolutiva del arte en Homo artisticus. Ahora ambos se han juntado para tratar de entender de dónde viene, cómo funciona la creatividad, qué rutinas mentales siguen las personas que se han destacado por su inventiva y capacidad de producir ideas y cosas nuevas.

En el libro, si bien el estilo es homogéneo y fluido, se nota que dos tipos de mentes confluyen para aportar ideas sobre el tema de la creatividad. El ingeniero, Antonio Vélez, se ocupa más tiempo de las matemáticas, de los inventos prácticos, y de los ejemplos de genios creativos en el campo de las ciencias exactas. La artista, Ana Vélez, indaga en el terreno más resbaladizo de la creatividad en las bellas artes, la arquitectura, la cocina y la poesía. Al ver juntas estas formas de creatividad, aparentemente tan distintas, nos damos cuenta de que no lo son, y que al contrario, todos los tipos de mentes y de inteligencias (las más precisas y las más intuitivas) comparten rutinas mentales y mecanismos productivos comunes para mejorar la inventiva. Explorando en el camino de sus procedimientos, hurgando en los motivos de nuestras limitaciones para ver lo novedoso, entendemos un poco más cómo funcionan las más portentosas mentes creativas. Quizá la genialidad siga siendo un misterio, incluso un azar de las neuronas, pero cuando los genios cuentan cómo piensan o cómo trabajan, algo más se entiende.

Es difícil saber si la creatividad puede enseñarse, es decir, si un libro como este puede mejorar a los lectores en el sentido de volverlos más aptos para hacer obras o tener ideas novedosas, útiles en lo práctico, en lo ético o en lo estético. Después de su lectura no me siento más creativo, pero lo que sí siento es que a la hora de enfrentarme a un problema (literario, práctico, cotidiano) puedo ensayar algunas de las ideas que en este libro se indican como recursos recurrentes en muchas personas especialmente innovadoras.

Mantener viva la curiosidad, no endurecerse ante las novedades (ni rechazarlas por principio, como nos lleva a hacerlo el conservador que todos llevamos dentro), perseverar, mantenerse informados (estar abierto al comercio de las ideas y de los objetos), hurgar en los distintos campos del saber para descubrir lo que se les ocurre a los demás (miles de ojos ven mucho más que dos), aprender a asociar, estar dispuestos a ensayar, a equivocarnos, a lanzar los dados para nuevas combinaciones, todo esto le abre caminos insospechados al pensamiento, y quizá soluciones novedosas que a nadie se le habían ocurrido antes.

Algo muy importante, y que los autores Vélez subrayan una y otra vez, es crearles a los jóvenes nichos donde la creatividad pueda desplegarse. Juntarse con expertos, compartir con colegas que se ocupan de ciertos temas, abrirse a la crítica, proponer sin temor a equivocarse, tener interlocutores tolerantes y curiosos, que no cercenen nuestros ideas sino que las estudien y critiquen abiertamente, es construir ambientes propicios para la inventiva y la creatividad.

No solo en las artes y en las ciencias hay mentes creativas que sacan ventajas de su capacidad de encontrar soluciones innovadoras. Lo mismo ocurre en disciplinas como la medicina, la política, la industria o el urbanismo. La sociedad contemporánea se enfrenta día a día a retos de toda índole: ambientales, de movilidad, climáticos, de exceso de información, de nuevos problemas generados por las nuevas tecnologías. En este nuevo mundo les irá mejor a quienes sepan proponer y llevar a cabo soluciones útiles e ingeniosas. El mundo no siempre es justo; incluso a algunos a quienes se les ocurren las mejores ideas no se les reconoce su trabajo sino después de muertos. Pero si no pensamos tanto en el reconocimiento o en el provecho individual, sino también en un mundo mejor, tendremos siempre activo el acicate de la creatividad.

Lo único que se lamenta en esta cuidadosa edición de la Universidad de Antioquia, impecable en el texto, es lo poco creativa que resulta su carátula, precisamente para un libro de este tema. Ahí se perdió una buena oportunidad para ser más innovadores, así como en la elección del papel, que es de un blanco resplandeciente, que no es el mejor para leer. Con estas pequeñas salvedades, el libro de estos autores Vélez, padre e hija, deleita y enseña, esa vieja virtud que tienen las obras verdaderamente creativas.

Ana CristinaVélez y Antonio Vélez, Creatividad e inventiva: retos del siglo XXI, Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 2013

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