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La cantidad, la música, el origen (III)

DeGreiff

Sobre la Obra Poética de León de Greiff

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“Nada de lo que digo es para sostener; que esto no es tesis, sino hipótesis: ideas mías, muy personales, tal vez erróneas…”[1] Así empezaba hace un siglo don Tomás Carrasquilla una conferencia sobre la poesía modernista, y del mismo modo quiero calificar yo hoy lo que he venido diciendo sobre la poesía de León de Greiff y sobre esta edición de su Obra Poética. He intentado defender lo que digo con argumentos y ejemplos, pero no lo voy a sostener si me comprueban lo contrario con mejores razones. Vengo usando un tono enfático, para que se me entienda, pero no quiero que confundan el énfasis con un arrebato de convicciones fanáticas en materia poética. Hago mías y repito las palabras de Carrasquilla: Nada de lo que digo es para sostener; lo mío no son tesis, sino hipótesis.

La primera hipótesis fue que el valor de publicar una suma poética consiste en que estas nos permiten asomarnos dentro del cráneo del poeta, al proceso creativo del escritor. Ese témino musical, que tanto le gustaba a De Greiff, las variaciones, y que en poesía se llaman variantes, nos permiten asistir en directo a la conversión de la prosa en verso, de la retórica en poética, del sonido en bruto al sonido musical. Tal vez esto no le interese a todos los lectores, pero para los enamorados de una obra (y esta edición no es para principiantes en De Greiff, ya lo dije, sino para enamorados de él), esto es de inmenso valor.

De ahí pasé, naturalmente, a la tesis de Borges y de Poe: la aspiración a la música y la ausencia de espontaneidad, es decir, al arduo trabajo de invención y creación. Antes de terminar quisiera expresar unas pocas apreciaciones, más subjetivas, sobre la impresión que me queda después de leer estos tres tomos atiborrados de versos. Voy a plantear una última hipótesis: contra lo que se ha querido sostener muchas veces, De Greiff no es un poeta exótico ni extranjero (raro sí, único, pero eso es otra cosa), sino un poeta absolutamente local. Un poeta universal tal vez sea un poeta cuyos versos se leen en muchas partes y en muchas lenguas, pero en realidad, para mí, todos los poetas son esencialmente locales.

Hay un lugar común que circula sobre la poesía de este que, para mí, es el mejor poeta de esta ciudad y de este país. Este lugar común dice que el exotismo de sus versos se debe al origen escandinavo de su primer apellido. Desde el prólogo de Jorge Zalamea a las Obras Completas, y desde antes, se ha intentado explicar el fenómeno De Greiff con su supuesta condición de expatriado, de nórdico extraviado en las tórridas tierras tropicales. En realidad, los únicos suecos de su familia fueron sus bisabuelos, Carlos Segismundo y señora, pero de ahí en adelante, y pese a los apellidos que por costumbre machista se transmiten por línea paterna, los De Greiff que vinieron son colombianos, tan colombianos como cualquiera de nosotros. En una balada, él mismo se pregunta:

“¿Será mi estilo (por llamarle estilo)

-de ése mi estilo (estilo a la jineta)

yo mismo en veces (pocas) me horripilo-,

barroco estilo, ni motor de escándalos,

por descender (si criollo hasta la zeta)

de Renanos, Iberos, Godos, Vándalos?”

La respuesta de este “criollo hasta la zeta” es una duda. Su estilo es: “De inconexo y sin orden, soy veleta”. El poeta es veleta, es decir, no sabe, lo arrastran vientos contrarios, múltiples, contradictorios, como su corazón. Claro que muchísimas veces el mismo poeta quiso coquetear con sus orígenes, (hablaba de sus ojos de víking, de los “bravos escandinavos de gigantesco porte” que eran sus abuelos. Está bien, concedido, pero el autor de ese relato escrito al modo del romance español (el de Ramón Antigua), tiene tanto de sueco como Silva de japonés. Si nos fuéramos por las líneas maternas, los apellidos de León serían Rincón y Obregón. Para llegar a un León Rincón Obregón (tres rimas placenteras) habría bastado que la de apellido De Greiff hubiera sido la abuela y no el abuelo del poeta, y viceversa. Pocas bobadas más grandes he leído, que esta: “La intacta memoria de la propia raza lo sacude como un vendaval en mitad del paisaje y las gentes nuevas entre las cuales ha sido transplantado. Y, al mismo tiempo, lenguas, canciones y músicas prenatales lo envuelven como una segunda y más terca placenta.” ¡Lo que nos faltaba, la placenta poética, el ombligo que nutre con sagas nórdicas los bramidos futuros del tórrido vate!

Esto sólo se puede oír en un país tristemente retórico y racista, con su eterno complejo de hijueputa (como decía Fernando González). Por eso se quiso explicar la anomalía de nuestro poeta con sus genes teutónicos. Muéstrenme un sueco que escriba como él, uno solo. No hay ni uno. Porque León de Greiff es raro, insólito, inimitable, tan solamente idéntico a sí mismo. No es de aquí, ni de allá, ni se parece a nadie. ¡En su nao fantasma único a bordo! Pero si fuera de algún sitio, digo yo, sería de Bolombolo, “región salida del mapa”, pues incluso cuando estaba de diplomático en Estocolmo, burlándose a los gritos del “Señor don Protocolo”, escribía sobre el Cauca,  pensaba en Bolombolo, y recordaba con nostálgico desdén el Porce, el Nechí, el Magdalena, y la villa de Aná del Aburrá.

Esto fue para él un referente imprescindible, aunque tal vez nunca se diera cuenta de que en esos meses largos como años que pasó a las orillas del Bredunco, escribió sus poemas más memorables y más indispensables, los que vienen al final del Libro de Signos (1930) y en buena parte de las Variaciones alrededor de nada (1936). Y vaya explíquenle a un sueco lo que es, ¡y lo que era!, Bolombolo. Sólo De Greiff, “venido a menos víking (¡y en el trópico!)”, marinero anclado lejos del mar no visto, lo comprende y lo sabe, y solamente nosotros, locales, localísimos, lo entendemos:

Oh Bolombolo, país exótico y no nada utópico

en absoluto! Enjalbegado de trópicos

hasta donde no más! Oh Bolombolo de cacofónico

o de ecolálico nombre onomatopéyico y suave y retumbante, oh

Bolombolo!

Oh Bolombolo, país de tedio

badurnado de trópicos, país de tedio,

país que cruza el río bulloso y bravo, o soñoliento;

país de ardores coléricos e inhóspites,

de cerros y montes

mondos y de cejijuntos horizontes

despiadados. País de vida aventurera. País de rutilantes playas de

esmerilado cobre

-tortura de mis ojos zarcos y cuasi nictálopes-

país de hastiados días y días turbulentos, y de noches

que alargan los recuerdos insomnes.

Tendría mucho más para decir sobre la poesía verdaderamente inagotable de León de Greiff. Aunque su poesía sea inagotable, el tiempo no lo es, ni la paciencia de ustedes. Legris nos prevenía contra esos “discursos de fastidio y de letargo”. Así que lo mejor será parar aquí, pero para que les quede un buen sabor en la boca (y en el oído, y en el pensamiento), los dejo con uno de los poemas rescatados por Hjalmar De Greiff, y nunca publicado en vida del poeta, que por sí solo justificaría ya esta gran edición, y que por ser tardío, de 1961, tal vez desmienta mi idea de que no hay buenos poetas viejos o valetudinarios:

Soy suave con el suave. Con el duro soy sordo,

duro no, porque tácito, sólo un desdén responde.

Si me hieren, no en iras me desbordo,

sino que en mí me inmerjo: viajero único a bordo

sin rumbo o ruta singlo, voy sin saber a dónde

como a mi indiferencia corresponde.

Soy llano con el llano. Con el falaz soy mudo

proclive no, que ausente, me escuda mi indolencia.

La ausencia me es egida, me es cota, me es escudo.

Sírveme -si asaz frágil- como que voy desnudo

con sus mallas hialinas en que el odio silencia

su rencor y el veneno gasta su virulencia.

Soy bueno con el bueno. Con el malo, me esquivo

no temeroso: desdeñoso, altanero,

enigmático, incógnito, elusivo,

divago a la deriva, naufrago redivivo.


[1] Tomás Carrasquilla, “Homilías”, en Revista Bolívar Nº 14, página 763.

Ficha:

León de Greiff, Obra poética, Bogotá, Universidad Nacional, 2004. Edición revisada por Hjalmar de Greiff. Tres volúmenes.

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