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Ruvén Afanador: El minimalismo barroco

Ruven Afanador

A la poesía barroca le gusta el oxímoron: la luz oscura, el hielo abrasador, el fuego helado. La fotografía de Ruvén Afanador está impregnada de esa misma condición contradictoria: es, al mismo tiempo, barroca y minimalista, o mejor, barroca de mente y minimalista de cuerpo. Las víctimas de Afanador tienen que aceptar que se las suba al altar de los sacrificios y, una vez allí, repetir y actuar todos los rituales (posiciones, ropajes, gestualidad, ornamentos) necesarios para llevar a cabo la ceremonia del retrato. En el altar tradicional de los sacrificios se extraía el corazón; en el altar de Afanador, te sacarán el alma. Si no te entregas, peor para ti, pues será más doloroso, y en tu gesto inauténtico saldrá a flote tu condición de no persona, es decir, de vacío animado, de autómata.

Ruvén Afanador no busca el parecido ni pretende retratar la esencia de cada cual. La cara, tu máscara más cara, no podrá seguir siendo lo que suele ser: una barrera de defensa, un enigma, o -en el mejor de los casos- el resumen de tu paso por el mundo. Tampoco va detrás de la personalidad. Esta, dependiendo de si el retratado es capaz de entregarse, puede aparecer o no, pero ni siquiera es esto lo que importa. Afanador, en sus altares barrocos y minimalistas, escenifica un drama, un drama irreal que rompe la rutina. Miren, por ejemplo, las muletas que le entrega a la actriz Emily Blunt, las cuales nos sorprenden con una forma de cuadrúpedo herido, dislocado. Todo es simple ahí, pero nos asombra y, aunque es minimalista, la presencia barroca se manifiesta en lo pliegues de la tela que envuelve el torso de la modelo, casi como un retazo de la túnica de Santa Teresa (en el éxtasis de Bernini) que más que arropar insinúa y descubre las formas del cuerpo. Un doloroso éxtasis barroco; barroco y descargado, todo al mismo tiempo.

Emili Blunt Afanadori

Los pocos elementos del escenario no deben engañarnos. Es simple, aparentemente, como un juego de mesa oriental, pero al jugarlo vemos que es más complejo de lo que pensábamos. Los personajes se tuercen, se retuercen, invitados al juego por el fotógrafo. Hay muchas maneras de lograrlo. Incluso si eres tieso (en general escritores, políticos, gente que se tensiona ante las cámaras) la misma tiesura del personaje se convierte en una especie de torsión congelada. Ahí quedas, como un cuerpo anestesiado, congelado, ya listo para una disección anatómica.

Afanador, durante el juego que propone, no se descuida nunca. Juega sin descuidarse. Está concentrado en las herramientas, en los artificios de su arte. Cuida puntillosamente todos los detalles. De ahí que, técnicamente, cada foto sea impecable. Todos los tonos de grises, la iluminación y los contrastes, están logrados con una maestría y un aparente carencia de esfuerzo que parecen naturales (obsérvese la foto de Bill T. Jones para apreciar esta característica con todos sus matices). Y aunque parezca natural, el resultado es casi irreal, como brotado desde las inaccesibles regiones de lo onírico. En la nitidez visual, van desfilando personajes raros. Como una persona extraña que viéramos pasar por las calles oscuras de un sueño.

Ruven-Afanador_Pedro Almodòvar 5

Son personajes raros, aunque sean famosos, porque están sacados de su contexto, y son otros bajo la mirada de Afanador. El mundo de la moda o las celebridades se llevan la parte del león en esta muestra, pero quizá por ese aire de anonimato que adquieren en sus fotos incluso los más célebres, creo que donde mejor se destaca su técnica y su magia es en los personajes completamente anónimos: oscuros novilleros de provincia, alguna cantaora decadente, muchachos sin historia en una calle lejana.

Se dirá que estas fotos, cuyo origen es casi siempre el encargo comercial de una revista o un periódico, adolecen de este “pecado original” lucrativo. Este punto de vista ético, más que estético, deja traslucir una gran ignorancia de los extraños caminos que siempre ha recorrido el arte. Recuérdese que la gran mayoría de los mejores retratos de la historia del arte (Rafael, Rembrandt, Van Dyck, Velásquez, Goya, Ingres), y las más grandes composiciones musicales, y no pocas novelas, también fueron hechos por encargo, es decir, por motivos comerciales. Los artistas serios siempre han vivido de su arte. El virtuosismo y la factura final de un retrato no se lo puede juzgar por el resorte inicial, sino por el resultado final.

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Por muy encargado que sea un retrato, Afanador lleva a sus fotos todo el peso de su doble historia. La colombiana de la infancia, la norteamericana de su formación profesional. La escenografía es muchas veces autobiográfica y remite a un mundo que puede ser básico, campesino, pero muchas otras veces alude a los fastos de la religión católica: a sus procesiones, rituales, a las torturadas torsiones de las imágenes de los santos, desde sansebastianes hasta santateresas. Una modelo no va donde Ruvén Afanador para que él la muestre como ella se quiere ver. El juego entre el fotógrafo y el modelo es de “tú me das para yo darte”, y cuando más te entregues más sacaré de ti.

El resultado es este desfile de personas y personajes que nos cuentan una historia compleja, una historia donde lo masculino y lo femenino llegan deliciosamente entremezclados, con las fronteras borradas, en un juego creativo en el que todos aprenden, por un rato, a descolocarse, a ser otros por los caminos barrocos de la exageración, y por el sereno camino del minimalismo. Por contradictorio que suene, este camino artístico ha producido resultados asombrosos, en estos ambientes irreales, teatrales, que hoy, como hace ya mucho tiempo, merecen estar colgados en las paredes de un museo de arte contemporáneo. Espectador, mira con cuidado, y déjate llevar por el extraño ensueño de estos retratos. Busca y encuentra “húmedos labios a besar mil veces… Líneas de lujuriantes morbideces. Vientos que desmelenan cabelleras. Piel de flores anémicas, bellamente vestidas. Cuerpos flexibles, místicos, carnales, del mundano placer perecedero.” Puro barroco, pero barroco no cargado: barroco minimalista.

Texto para la exposición de retratos de Ruvén Afanador en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.

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