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Fidel Cano, poeta

fidel cano poeta

Leyendo -como me paso- libros viejos, me topé en estos días con un poema largo y sentido del fundador de El Espectador, don Fidel Cano (San Pedro de los Milagros 1854 – Medellín 1919). El poema, que no aparece en las antologías de poesía colombiana que conozco, me resulta mejor que muchos de los que suelen publicarse en estos libros como buenos ejemplos de la lírica romántica del siglo XIX.

Ya va siendo hora de que le hagamos un homenaje virtual a don Fidel, y por eso he copiado y voy a transcribir ese poema, no sin antes citar también un testimonio sobre ese gran periodista liberal, tal como lo recordaba en una página de sus memorias el agudo ensayista antioqueño Baldomero Sanín Cano:

“Frecuentaba por entonces la redacción de La Consigna, periódico semanal dirigido y escrito en su mayor parte por Fidel Cano, a quien había conocido ocho o diez años antes, en Rionegro, donde su padre, don Joaquín, tío de mi madre, dirigía un negocio industrial. Fidel, poseído de una poderosa inclinación literaria, tenía su pequeña imprenta y en ella publicaba una revista, La Idea, en cuya preparación trabajaba como cajista, impresor, corrector y escritor. Nos acogía con inteligente condescendencia a los estudiantes de la Normal y aun llegó a permitirnos publicar en su imprenta un periodiquín que a falta de nombre más volátil intitulamos El Éter. En él dimos a conocer, con audaces tendencias reformadoras, nuestras fallas en asuntos gramaticales y nuestro poco respeto por la lógica y la ortografía. Fidel sonreía, con esa bondad serena y acogedora de que dio muestras en todas las épocas de su vida.”

Paso ahora a transcribir el poema, especie de madrigal en el que se combinan libremente versos endecasílabos con heptasílabos, enlazados por rimas consonánticas. El tema, un árbol (tal vez una ceiba blanca), no puede ser más sencillo; al evocarlo, el poema se va tiñendo con el íntimo recuerdo de sus padres, lo que da ocasión a varias evocaciones familiares, con momentos de amable ternura doméstica. Ignoro dónde habrá sido publicado por primera vez, pero en las páginas de donde lo tomo (Gente maicera, de Benigno Gutiérrez, 1950), aparece fechado en 1881:

A UN ÁRBOL

¡Cuantos recuerdos para mi alma encierra
El pedazo de tierra
Donde derrama el viento vagaroso
La fresca lluvia de tus blancas flores,
Árbol querido, amigo cariñoso
Del arruinado hogar de mis mayores!
Por eso, aunque a tu lado indiferentes
Pasan sin verte las extrañas gentes,
Yo detengo mi paso, y te contemplo
Con el respiro cándido y piadoso
Que me inspiraba en la niñez un templo;
Con la profunda, inagotable pena,
Con el hondo dolor, inmenso y mudo,
Que hay en mi corazón cuando saludo
De mi madre la amada sepultura;
Con la inmensa ternura
Que el alma me enajena
Cuando mi labio toca de mis hijos
La blanca frente, inmaculada y pura.

* * *

Ni el risueño verdor de tu ramaje,
Ni la frescura de tu grata sombra,
Ni las flores que esmaltan tu follaje,
Ni la tupida alfombra
Que se extiende a tu pie, ni el paisaje
Que en torno tuyo su esplendor despliega,
Ni la banda de pájaros que llega
A cantar en tu copa sus amores,
Ni nada, en fin, de cuanto te hace hermoso,
Sombra, ramaje, pájaros ni flores,
Alcanza a dar a mi alma
Ese suave reposo,
Esa tranquila y apacible calma,
Ese dulce contento
Que cuanto vive junto a ti, respira.
Al contemplarte, un vago sentimiento
Se apodera de mí, mi alma suspira,
Inclino la cabeza
Bajo el peso crüel de la tristeza,
Viene el llanto a mis ojos,
Y lleno de dolor y de respeto,
Y de amargura el corazón repleto,
Quiero caer de hinojos
Ante tu añejo tronco carcomido
Y regar con mi llanto
El terreno querido
Que cariñoso abrigas con tu manto…

* * *

Tus ramas dieron sombra a la modesta,
Honrada cuna de mi padre amado;
Los dulces cantos que en perpetua fiesta
Pueblan tu copa, vienen de las aves
Que con trinos süaves
Su sueño hicieron blando y regalado;
Sobre la verde grama
Que cubre tu raíz, jugó de niño;
De afán llenando el maternal cariño,
Con arrojo infantil dobló la rama
Que tus sabrosos frutos le ofrecía,
Y tu alta copa coronó atrevido
Por alcanzar, temblando de alegría,
De las palomas el oculto nido;
Aquí al nacer el día
Y al declinar la tarde, le enseñaba
Las primeras cristianas oraciones,
Con cariñoso afán, su dulce madre,
Y del trabajo y la honradez le daba
Las primeras benéficas lecciones,
Sobre el arado, el laborioso padre;
¡Ay, y tal vez bebieron tus raíces
Su quemadora lágrima primera,
Esa temprana lágrima vertida
Al dar eterno adiós a las felices
Horas de la niñez, que son la vida!

* * *

¡Cuántas veces por ti, por ser tu dueño,
Mi alma, que mira sin envidia el oro,
Se entrega con ardor al loco sueño
De encontrar de repente un gran tesoro!
Y ¡cuántas veces lloro
Al ver que mano amiga, y noble y buena,
Mas siempre mano ajena,
Recoge la primicia de tus flores;
De esas flores queridas,
Cargadas de suavísimos olores
Y de nieves vestidas
En otro tiempo con amor vertidas
Por nuestra dulce, eterna primavera,
Sobre el modesto hogar de mis mayores!

* * *

¡Si fueras mío, si legar pudiera
a mi esposa, a mis huérfanos hermanos,
a mis amados, inocentes hijos,
un hogar que tu sombra recibiera!
Yo labraría con mis propias manos,
Libre de los prolijos,
Vanos cuidados que me impone el mundo,
La risueña heredad que te rodea;
La rústica tarea,
De paz y dicha manantial fecundo,
El modesto sustento me daría
Que apenas pido a la bondad del Cielo;
Y quién sabe si entonces sí alzaría
A tus campos de luz ¡oh Poesía!
El alma inquieta su soñado vuelo.

* * *

En torno al viejo tronco reunidos
Oyeran de mis labios consumidos,
Los seres que amo, la sencilla historia
De mis padres queridos,
Guardada con amor en mi memoria.
La amada historia, de virtud ejemplo,
El evangelio del hogar sería,
Y a tu sombra tendría
El tierno culto, venerado templo.

* * *

Pero, ¡ay! ¿a qué soñar, si mi esperanza
Es como el humo azul y perfumado
Que del altar hacia los cielos sube,
Primero densa nube
Que en blandos copos majestuosa avanza,
Después débil nublado,
Y a medida que crece,
Sombra no más que al fin se desvanece
Dejando sólo ambiente embalsamado?
¿A qué soñar? Cual mira el peregrino
Que del santuario donde oró se aleja,
El santo techo que por siempre deja,
Así te miro yo desde el camino
A cuya orilla te alzas majestuoso,
Árbol querido, amigo cariñoso
Del arruinado hogar de mis mayores,
De sus dichas testigo,
Y testigo también de sus dolores;
Y así como piadoso
Bendice el peregrino al templo santo,
Con gratitud y amor yo te bendigo
En este triste y cariñoso canto.

* * *

Guarde del huracán tu copa el Cielo;
A tu pie forme el suelo
De verde césped delicada alfombra;
A seres buenos y felices guarde
Contra el ardor del sol tu fresca sombra;
Busquen aromas en tus blancas flores
Las brisas de la tarde;
El sol de la mañana sus fulgores
Derrame con amor sobre tus hojas;
Plateados resplandores
Te dé la luna; la risueña fuente
En cuyas linfas tus raíces mojas,
Renueve sin descanso tu verdura,
Y te halague al rumor de su corriente;
Formen tu casto nido en la espesura
De tu  verde ramaje,
Avecillas que canten con dulzura
Y vistan rico, espléndido plumaje;
Jamás el rayo sobre ti descienda;
Nunca en tus hojas el incendio prenda;
Jamás el hacha ultraje
Tu rugosa corteza, ni pretenda
El despiadado leñador herirte;
Y si llegare a permitir el Cielo
Que puedan abatirte,
Empuñe el hacha que te arrastre al suelo,
De algún honrado labrador la mano,
Y den tus secas ramas,
Si al furor las entregan de las llamas,
Calor y lumbre en un hogar cristiano.

1881

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