Ella es la Historia

Publicado el Milanas Baena

Olimpia de Epiro (375 a. C-315 a. C.)

Tuvo su historia propia, pero se le recordará principalmente por haber dado a luz a Alejandro Magno. Es más, sería ella quien haría de su hijo un grande. Bruja, mística, supersticiosa, el día antes de su boda tuvo el sueño premonitorio de que un poderoso rayo le atravesaba el vientre y le encendía con fuego sus entrañas. Su esposo Filipo II dice también haber soñado con que le grababa a su esposa en el vientre la figura monárquica del león. El oráculo no tendría mayores inconvenientes al momento de interpretar estos sueños como un augurio del nacimiento premonitorio de un rey jamás visto. Alentó a su hijo para que desde muy niño se convenciera de que los dioses mismos lo habían señalado para que su porvenir fuera la grandeza. Encargó su formación intelectual a los más avezados maestros de la época, como es el caso de Aristóteles, y sería su padre quien se hiciera cargo de su instrucción física y militar, haciendo de su hijo un guerrero formado en todas las disciplinas de la lucha y del intelecto. De esta forma el niño crecería como creyéndose de que se trataba de una especie de semidios, y su voluntad y disciplina lograrían formar un carácter que estuviera acorde con este destino. Olimpia era hija del rey de Molosia, en la región balcánica de Epiro, al noroeste de la actual Grecia, y antes de contraer matrimonio llevaba el nombre de Políxena en honor a la hija de Príamo que había sido sacrificada sobre la tumbad de Aquiles. Pero muy pronto quedó huérfana y sería su tío quien estaría a cargo de velar por su sobrina, y lo primordial era conseguirle un esposo que resultara conveniente a los intereses de la familia. Fue así como la mejor alianza sería con Felipe II de Macedonia, quien a lo largo de su vida tendría otras seis esposas, pero cuya unión con Políxena resultaba conveniente para su nación, ya que Macedonia no contaba con el acceso al mar que los griegos podrían ofrecerle. A los 19 años no había salido todavía de los dominios de su familia, y su primer viaje sería con destino a Macedonia para contraer matrimonio con el rey y engendrar a su grande sucesor. Al casarse volvió a rebautizarse, esta vez con el nombre de Myrtale, y años más tarde se decidiría por Olimpia, toda vez que su marido hubiera vencido en las olimpiadas justo el día en que nació Alejandro. Todo parecía predispuesto para que el heredero gozara de un prolífero futuro; por esos tiempos fueron varias las batallas y conquistas alcanzadas por los ejércitos macedonios, y la nación se encontraba en un esplendor nunca antes visto. Alejandro tuvo a su hermana, Cleopatra, y juntos recibieron clases y fueron formados con otros hijos y sobrinos de Filipo II. Por su ambición y sagacidad política, por sus mañas arteras y su capacidad de seducir, Olimpia se diferenciaría de las esposas pasadas del rey, a quien además acabaría por hechizar a través de sus conocidos rituales celebrados en honor a la deidad tracia llamado Sabazio, dios de la fertilidad y la vida eterna. Se decía que era de un temperamento violento, que su comportamiento era el de una persona bastante neurótica, y que su vida estaba ambientada en las alucinaciones místicas generadas por su tanta superstición. Dicen que sus aposentos estaban plagados de serpientes domesticadas que simbolizaban una continua ofrenda a Sabazio. Y a pesar de que su comportamiento con el rey fue leal, las tantas blasfemias y rumores que hablaban mal de la reina, llevaron a Filipo II a tomar la decisión de expulsarla y despojarla plenamente de sus títulos de monarca. Para el año 337 a.C. la madre del futuro conquistador de medio mundo se exilia en su ciudad natal, pero tendrá la oportunidad de regresar al año siguiente apenas muera Filipo II, y a punto de cumplir los 40 años la reina retomará su trono y se posesionará en su silla sin la estorbosa compañía de un rey. En adelante se trataría de engrandecer la figura de su hijo, quien hacia el 334 a.C. parte con destino a Asia y ya nunca más se volverán a ver. Sin embargo la relación se mantuvo con insistencia por medio de misivas que venían desde rincones remotos a donde llegaban los ejércitos macedonios, y luego viajaban con una respuesta materna a otro resquicio insospechado de este mundo. Común en la política de aquel momento, los opositores solían quitarse del camino de la manera más práctica, y fue así como Olimpia mandaría a asesinar a una exesposa de Filipo II, la inocente Eurídice, dando un motivo para que Casandro, su más acérrimo enemigo, se alzara en su contra y consiguiera que una buena parte del pueblo se uniera a él en su empeño por destronar a Olimpia. Finalmente Alejandro no sería inmortal, ni tampoco invencible y, una vez asesinado, Olimpia perderá el respaldo y la protección que la mantenían viva en este mundo. Encomendó a su hija el cuidado de Alejandro VI, el hijo que su gran Alejandro había tenido con una mujer llamada Roxana. Depuesto el rey, Casandro intentaría empañar la imagen del grande conquistador macedonio, e incluso mandó a los ejércitos a que ejecutaran a Olimpia, pero nada de esto consiguió, ya que los soldados se mantenían fieles a la gran figura que fue su grande general. De haberse tratado de un hombre, la historia la hubiera juzgado distinto. Para el macho es una virtud eliminar a sus rivales sea cual sea el método que empleara, pero a la mujer se le condena por utilizar las mismas armas masculinas, siendo que en aquella época era corriente valerse de asesinatos y traiciones para abrirse campo en la vida política. Eran las reglas del juego de quien quisiera gobernar, y Olimpia jugó sus cartas como más le convino. Al final Casandro consigue que sean los familiares de Eurídice quienes se encarguen de ajusticiar a la culpable, y en el año 315 a.C. la que fuera una de las más influyentes reinas políticas del mundo helenístico, la madre del más grande conquistador de todos los tiempos, recibiría la condena de la lapidación y moriría apedreada. Logró concretar el material onírico de sus visiones, logró hacer de su hijo un rey, y un grande, y definitivamente una de las leyendas más épicas de la historia humana.

OLIMPIA DE EPIRO

 

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