Filosofía de a pie

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Los límites de(l) Cosmos

Autor invitado: profesor Alfonso Flórez. Miembro del grupo de investigación De Interpretatione.

 

La nueva serie Cosmos, que busca ser una continuación de la serie original de Carl Sagan, de hace ya poco más de treinta años, ha comenzado su andar televisivo en estas dos últimas semanas. El presentador, el astrónomo y físico Neil Tyson, conoció a Sagan cuando era estudiante de secundaria, y adoptó desde entonces la misma actitud de su mentor hacia la difusión de la ciencia en intervenciones y programas populares. El resultado final de dicho discipulado se expresa en esta serie, cuya producción corre a cargo de Ann Druyan, la viuda de Sagan, que ha querido mantener el formato, el enfoque, la idea de la serie original.
Quizás en esa entonces yo carecía de las herramientas de pensamiento para abordar el trasunto de la serie, quizás mi posición personal era ideológicamente más cercana a la ciencia, quizás ambas –aunque sigo estando cercano a la ciencia, sin ser cientificista–, quizás el libreto de Sagan y su concepto del tema eran superiores, quizás todo esto, pero lo cierto es que no puedo juzgar esta serie Cosmos sino como un lánguido esfuerzo por presentar ideas y opiniones que supuestamente se hallan detrás del quehacer de la ciencia como si fueran no sólo la ciencia misma sino la verdad absoluta sobre la totalidad de la realidad. Este es el mayor problema de esta serie, a saber, querer presentar algunos resultados ciertos de la ciencia, otros inciertos, como una nueva filosofía natural del cosmos, que sustituiría, por fin, las erróneas cosmovisones basadas en filosofías de estirpe sobrenatural y fideísta. En consecuencia, como todo programa ideológico, esta serie sólo puede ser vista con comodidad por aquéllos que ya comparten la ideología naturalista y cientificista que la permea. Lástima que se haya perdido esta gran oportunidad de poner al público del mundo al tanto de resultados de la ciencia sin presuponer una filosofía materialista.
Hasta aquí puede decirse que se trata de opciones de pensamiento de cada quien. Bueno, si eso es lo que ofrecen los canales internacionales, siempre queda la opción de escuchar Bach o Mozart. Ese no es el problema principal, sin embargo. La cuestión es que enardecidos por sus propios principios materialistas, los productores cometen torpeza tras torpeza en la presentación e ilustración de los resultados propios de la ciencia. Así, en el segundo episodio, los productores quieren hacernos creer que la ciencia tiene claro cómo se produjo por evolución el ojo humano, para lo cual dividen la pantalla verticalmente, donde la parte izquierda va mostrando el desarrollo del ojo, mientras la parte derecha va mostrando cómo vería ese ojo en ese estado de desarrollo. Todo ello es falso. Desde una perspectiva evolutiva, el ojo humano no es el fin del “desarrollo” que habría comenzado con la mancha óptica, ni hay razones para creer que un organismo “primitivo” “vería” el mundo como una mezcla indiferenciada de luces y sombras, a la espera de la visión distinta del ojo humano. “Así se va formando un ojo” es una expresión que no cabe en teoría evolucionista, donde cada especie es final de derecho y no una escala hacia alguna nueva especie. Que se formen nuevas especies a partir de especies anteriores es la base de la teoría evolutiva, pero que las especies posteriores sean la meta y el fin de las especies anteriores es un sinsentido en términos darwinianos. El gusano no ve peor que el tigre. Esto es absurdo en términos evolutivos. El gusano ve como mejor tiene que ver una criatura que lleva una vida de gusano. El “árbol de la vida” –expresión que quizás se usa aquí con el fin de remplazar la expresión bíblica, dados los resquemores de la Sra. Druyan con el relato del Génesis–, que representa la evolución de las especies, es un símbolo poco apto para ello, pues, como acabo de decir, en teoría evolutiva cada especie es final, no puede haber por ello tronco y ramas, como si una especie fuera la preparación del camino para otras especies. Se dirá que el chimpancé y el homo sapiens proceden ambos de un ancestro común, del cual por mutaciones al azar se produjo ya una especie, ya otra, que sobrevivió dada la coincidencia “feliz” de los cambios que produjo cada mutación con el ambiente particular en el que se dio, y que en ese sentido ese ancestro común es la rama de la que se separa la hoja del chimpancé y la hoja del homo sapiens. Pero se trata de una consideración en retrospectiva, y de ningún modo puede presentarse esta imagen como modelo de la evolución de la evolución. “Visto” desde el homo sapiens, pero también desde el chimpancé actual, desde la mosca actual, desde el pingüino actual, puede verse que el fin de la evolución llevaba al homo sapiens, al chimpancé, a la mosca, al pingüino. Cabe considerar cada especie viva en cualquier periodo de tiempo como la meta y el fin de la evolución. Pero el físico Tyson y la Sra. Druyan no tuvieron en este punto más ideas que repetir la ilustración de Sagan, falsa ya en 1980, donde la ameba va convirtiéndose en pescado, en anfibio, en reptil, en cuadrúpedo, en mono, en humano. Queda claro ahora que se trata de una ideología naturalista burda, para consumo de las grandes masas, porque las nociones de la ciencia imbricadas en estos procesos biológicos son mucho más complejas, diferenciadas y sutiles de lo que aguanta una serie en Prime Time.
Cuando se dice en el cabezote de la serie “el cosmos es todo lo que es, ha sido o será”, se asume simplemente la ideología materialista que estima, sin pruebas, sin reflexión, sin nada, que existir es algo equivalente a energía o materia. Ésta no es una afirmación de la ciencia, por supuesto, que no habla nunca de existencia, sino siempre de esencias, es decir, de lo que es cada una de las cosas que existe, así sea el propio Universo, pero ¿en qué momento se pasó de hablar de la naturaleza de algo a la existencia como tal de ese algo? Se dirá que la ciencia sí habla de existencia, como cuando habla de la existencia de los dinosaurios a partir de un hueso, o anticipa la existencia de Neptuno a partir de la perturbación de la órbita de Urano, etc. Pero la ciencia no dice nada de la existencia como tal, todo lo contrario, sólo habla de esencias: como este hueso es así y asá, tuvo que existir un dinosaurio así y asá, no la existencia como tal del dinosaurio, sino su naturaleza; no la existencia como tal del planeta Neptuno, sino su naturaleza, su brillo, su órbita, su masa, etc. La ciencia nunca ha tenido como objeto propio la existencia como tal de ningún objeto. Supone que el objeto existe, entonces, a partir de vestigios empíricos y de modelos teóricos anticipa que ese objeto debe tener tales y cuales propiedades, que son siempre de la esencia. Pero la existencia misma como tal nunca ha sido objeto de la ciencia, ni puede serlo. ¿Que los océanos se formaron por bombardeos de cometas, entonces la ciencia sí explica la existencia del agua en la Tierra? Explica que haya agua en la Tierra, pero no la existencia en cuanto tal del agua. ¡Ah, pero es que el agua se formó de hidrógeno y oxígeno! De nuevo, el agua se formó a partir de esos elementos, pero la existencia en cuanto tal de esos elementos no la explica la ciencia. ¡Pero es que todo proviene del Big Bang! Las ondas gravitacionales detectadas por el experimento Bicep2 –resultados pendientes de confirmación, pero que yo asumo como ciertos en gracia de discusión– dan testimonio de que el Universo se formó en el Big Bang y que se desarrolló mediante el proceso inflacionario –algunos proponen hablar sólo de inflación y dejar de lado la referencia al Big Bang– cuyo rastro son precisamente esas ondas. Como todo en ciencia, este modelo, este experimento y esta observación nos dice que el Universo de hace catorce mil millones de años era así y asá, es decir, tenía tales notas esenciales, esa era su naturaleza, de lo que la ciencia siempre habla, pero cuando se dice que esa esencia coincidía con la existencia, ésa ya no es una afirmación científica sino metafísica, y no es científica así se le ponga música “galáctica” de fondo y se ilustre con imágenes de las galaxias.
¿Cómo sería una ciencia que llegara a hablar alguna vez de la existencia? ¿Es siquiera posible una ciencia tal? En la singularidad absoluta a partir de la cual se habría iniciado el Universo actual –del experimento de Bicep2–, el Cosmos –de Sagan, Druyan y Tyson–, en dicha singularidad no se aplican las leyes de la física, ni siquiera hay leyes de la física, no hay física. Las leyes no pueden aplicarse sino a naturalezas diferenciadas, así éstas sean tan únicas y peculiares como el Universo en proceso inflacionario, diez a la menos treinta y seis segundos después de la singularidad en que se originó el cosmos. Un punto de energía, densidad y temperatura infinitas no es objeto de estudio de la ciencia, pues ahí todas las nociones científicas colapsan. Decir cualquier cosa de ese punto es especulación pura, no necesariamente en el sentido peyorativo de la palabra ‘especulación’, pero sí puede ser peyorativo si quienes así especulan lo hacen como si no se tratara de especulaciones y de sus especulaciones, sino de hechos científicos asentados, afirmados por nuestros modelos, validados por nuestros experimentos, y no de interpretaciones en el límite de lo cognoscible y de lo pensable.
Es curioso que el lanzamiento de la serie Cosmos haya coincidido con el descubrimiento de las ondas gravitacionales, pues de este modo ha quedado claro que no es sólo por ir por los canales internacionales que científicos divulgadores como Tyson caen en la ideología naturalista y materialista sino que los mismos científicos involucrados en los ultra-delicados y costosos experimentos comienzan a hablar en esos términos cuando abandonan sus computadoras y sus modelos y como personas pasan a hablar del significado de sus descubrimientos. Es curioso, pero muy humano, que científicos obligados en sus áreas a la mayor y más estricta objetividad, asuman de modo tan ingenuo los principios y valores de las filosofías naturalistas y materialistas, y crean, confundidos, que lo uno implica lo otro, que haber determinado la esencia del Universo primigenio los autoriza para hablar de su existencia, como si hace catorce mil millones de años hubiésemos estado más cerca de la existencia de lo que lo estamos ahora, pues su mentalidad científica queda satisfecha cuando ya no tiene que volver a plantearse problemas de existencia, ya que una vez en la existencia todo lo demás procede por azar, no importa si se trata de una estructura maravillosa y única como el ojo humano. Pero como decían Platón (Alcibíades I) y Agustín (De Trinitate, X), el ojo sólo puede verse en otro ojo, es decir, toda explicación del ojo humano supone una mirada anterior, interior, que vea el ojo como ojo, y si esta mirada ve el cosmos mismo, ya no es parte de él. El cosmos, pues, no es todo lo que es, ha sido o será, si hay alguien siquiera que entienda esta frase, así crea que es cierta.

 

Blog del  profesor: http://alflorez.wordpress.com

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