En contra

Publicado el Daniel Ferreira

«Préñela»

Abogados.

-Si lo hubiera matado, no estaría aquí metido. A mi no me da pesar matar a nadie, pero a ese viejo sí. La esposa me pagó para que lo matara. Yo era jefe de una empresa de sicarios. La gente llamaba para mandar a matar. Fui a donde la señora. Me mostró la foto. Me dijo dónde localizar a su marido y fui por él. Pero al ver al viejo me dio pesar. No sé por qué. Quizá por sus cejas. Le dije: Viejo, su mujer me mandó a matarlo, pero no lo pienso hacer. Me dijo: Cuánto quiere. Le dije que nada. Insistió: Diga cuánto quiere. Le dije: Su mujer me pagó. Me dijo: Cóbreme, aquí no tengo plata, pero nos vemos mañana en tal sitio. Fui al otro día. Me dio la plata el viejo. Cuando iba solo a una cuadra, la policía me agarró. El viejo me había denunciado. Cargos por extorsión. Pero si lo hubiera matado, no estaría aquí.

Le hablaba a su abogado de oficio. El abogado siguió el caso y logró hacer que le rebajaran la pena, porque la extorsión era de común acuerdo. El día que salía libre, le dijo al abogado que pasara a recogerlo para pagarle la plata de los honorarios. El abogado fue a la puerta de la cárcel. Pero ya el sicario se había ido. Más tarde entró una llamada, al celular. Era el sicario: “Venga a tal sitio  que aquí le tenemos su plata, doctor”. El abogado fue. El sicario lo esperaba con otro hombre. Lo invitaron a una cerveza y luego trajeron un carro. Lo invitaron a abordar el carro. “Lo que pasa es que su plata se la tenemos en otro lado, doctor”. El abogado subió sin titubear. Llegaron al sitio. Era la oficina de sicarios. Como te la quieras imaginar, dijo ella, la abogada que contaba el caso como un tema noir para Dashiell Hammett, y terminó su café: “Una cueva de Alí Babá, estilo Hollywood, o una guarida estilo Medellín”: Casa de dos pisos baldosinada en las paredes, putas, armas, gente mala que hablaba de fechorías a gritos, alcohol, drogas sobre las mesas. Sirvieron trago. “Aquí está lo suyo, doctor”. El abogado contó la plata y dijo que estaba completo: tres millones de pesos, y que tenía que irse.

-Espere, doctor.

-¿Pasa algo?

-Yo tengo una hermana.

Quedó atento, atemorizado por el pago inmediato, intrigado por el olor del sitio, acorralado en las pupilas brillantes del matón que había sacado de la cárcel por un delito distinto al que debía llevarlo preso, despistado por esa cara enigmática que le decía con sentidos múltiples: “Yo tengo una hermana”.

-¿Y qué pasa?

-Préñela.

-¿Qué?

-Que la preñe, doctor.

-No, no, yo no hago eso. Tengo que irme.

El taxista que lo vio en esa calle, vestido de saco y corbata y de portafolio en mano frenó a la estacada, abrió la portezuela y le gritó, como si corriera un gran peligro: “¡Súbase!”.

Después le preguntó qué hacía ahí.

-Trabajando.

“Trabajando”, «Empresa de sicarios», «A mi no me da pesar matar a nadie», “Préñela”: Dobles sentidos.

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