En contra

Publicado el Daniel Ferreira

Guadalupe años sin cuenta

Guadalupe años sin cuenta, creación colectiva, Teatro La Candelaria.

GUADALUPE-AÑOS-SIN-CUENTA-7
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Guadalupe Años Sin cuenta, del Teatro La Candelaria, fue un montaje coral que recogió el punto de vista de los militares, de los guerrilleros, de las mujeres de los guerrilleros, de los gamonales, de los representantes del poder nacional y local, de la prensa internacional, sobre un episodio emblemático: la perfidia de los militares frente a la amnistía (acuerdo de paz entre los gobiernos del Frente nacional y las guerrillas de los llanos), es decir, la traición del poder supremo a otras formas populares de poder; la traición de un acuerdo de paz y re-inserción, firmado y refrendado por guerrilleros de Los Llanos, en la época del bipartidismo feroz, como pretexto para parar la contienda. Al parecer, ya desde entonces hubo sectores sociales (los mismos) que siempre se han opuesto  a los procesos de conciliación nacional.

Las pugnas y estrategias ideológicas para acaparar el poder, han tenido métodos cada vez menos democráticos para conservarlo. Los jerarcas de los partidos tradicionales de los años 50 (Liberal y Conservador) utilizaron las fuerzas de seguridad del estado y las fuerzas en contra del estado para proteger sus intereses económicos y manipular la elección popular que los legitimaba. Un observación mordaz de la obra Guadalupe Años Sin Cuenta es lo evidente y ridículo que resulta ver a los protagonistas de la guerra, los actores de la guerra que ponen sus cuerpos y cometen los desmanes a nombre de abstracciones como «la patria»  «la democracia» actuando como marionetas manipuladas por los hilos invisibles de los poderes plutocráticos. Los soldados marchan al son que toquen los clarines, bajo órdenes absurdas de unos oficiales que aplastan y acomodan todo conato de libre albedrío, toda ética y toda moral, a una jerarquía marcial.

A Guadalupe Salcedo, guerrillero de los llanos orientales, lo matan en la primera escena de esta obra, adoptando el relato la versión oficial de los hechos esclarecidos por «la justicia»: que fue abatido en un enfrentamiento, que salió armado a enfrentarse con los militares, que lo acribillan en legítima defensa. Como la justicia también se impone como se imponen los dioses o las ideas o el esclavismo, esta forma de justicia examinada a lo largo de la obra, se desdibuja y se convierte en ajusticiamiento. Al final lo vuelven a matar y lo vemos salir desarmado, dócil, acatando la advertencia de que su vida será respetada si se entrega, encarnando la otra versión, la no oficial (siempre hay dos versiones de los hechos nacionales) rendido y desarmado, y lo veremos morir en una metonimia de redoblantes a mansalva, con lo que toda la obra, toda la época, todo el conflicto dramático de una nación cobra su significación real: la versión de la Historia contraria a la oficial es siempre la más cercana a la realidad de los hechos.

Es evidente la participación del escritor Arturo Alape en la dramaturgia de la obra. Sus textos tutelares, «El Bogotazo, Memorias del olvido», Y «La paz, La violencia testigos de excepción», son visiones corales de la historia política del país, acopios de todos los puntos de vistas y los acervos probatorios y documentos y declaraciones derivadas de la reportería y otras formas de investigación del periodismo puro, es decir de formas investigativas y tangenciales de la Historia. Aquí hay que recordar que el periodismo no es la realidad, sino lo que puede documentarse de un hecho en un determinado momento, pero que puede variar, tergiversarse o controvertirse con el transcurso del tiempo, con el descubrimiento de nuevos hallazgos y versiones y caminos, y con el enriquecimiento de las interpretaciones generacionales. Arturo Alape, seudónimo de Carlos Arturo Ruiz, ex guerrillero (cofundador de las FARC), historiador, autor de El Bogotazo memorias del olvido, exploró la misma técnica coral de Guadalupe para narrar sus obras narrativas. Solía decir en entrevistas que un episodio como El Bogotazo, un hecho histórico protagonizado por la suma de actos de una sociedad, solo se puede narrar entonces desde la suma de puntos de vista de esa sociedad (para alcanzar una comprensión de todo el entramado). Una observación notable de quien ha acopiado material heterogéneo para la comprensión de un hecho y descubre que la mirada objetiva, distanciada del historiador, sobre su material es insuficiente. Así como un hecho histórico no está construido por una sola voluntad ni por una sola determinación ni por un solo actor (usualmente nos dicen que son los presidentes, o los generales, o los políticos, o cualquier figura de autoridad la que hace posible la historia de un pueblo y no el pueblo mismo), Alape observa que es una suma de decisiones colectivas, de actos individuales los que modifican o desatan los hechos que afectarán a toda la sociedad, es decir lo que modificará el porvenir. La Historia, en últimas, es el registro de los hechos que moldearon el presente en que vivimos. Y el presente en que vivimos, nosotros, con nuestras decisiones personales, es lo que modificará el futuro de los demás, por eso todos hacemos la historia, con nuestros actos, con nuestra acciones, con nuestras omisiones o con nuestras decisiones personales.

Una de las cosas que han modificado mi vida y ha condicionado mi decisión de ser artista, es la experiencia de haber visto a los dieciséis años la obra de teatro El Paso del Teatro La Candelaria. Fue el mayor aguacero de sol a que haya asistido el grupo. Para esa época se transmitía en televisión la serie Fuego Verde y en el pueblo se filtró la noticia de que uno de los villanos de la serie, el actor Álvaro Rodríguez, estaría actuando en el teatro municipal. La taquilla se agotó el día del rumor. Cuando el grupo entró en escena, un enjambre de niños y adolescentes atraídos por la observación cercana de la celebridad, se habían trepado en las columnas y tramoyas de hierro fundido de ese viejo edificio construido por un arquitecto austriaco para las grandes representaciones que el pueblo nunca tuvo. Cuando los jovencísimos espectadores identificaron a Álvaro Rodriguez, prototipo del macho de la televisión con el hijo maricón de esa fonda desolada en medio de un cruce de caminos colombianos, empezó la rechifla y los comentarios de doble sentido y los piropos mordaces, qué culito tan bonito, y otras formas de amor de Santander apenas parecidas. El paso, cuya tensión dramática se sostiene en aquello que los actores callan, no en lo que dicen, es una obra hecha de silencios significativos. Esta vez fue un silencio cargado con ruido de fondo.

Santiago García le dijo a Carlos Vásquez, director del departamento de extensión cultural y artística de entonces, que era una falta de respeto y una irresponsabilidad el haber metido a toda esa chusma en el teatro y que, de lejos, era la peor función de su vida. En cambio para mí fue la mejor experiencia de todas, porque aquello que vi en esa sala de teatro era lo que me interesaría hacer por el resto de mi vida. Debo aclarar que nunca me convertí en actor, pero que la atmósfera de terror y descomposición moral de esa obra era lo más parecido a lo que había ocurrido en el pueblo donde yo había vivido y que ese truco visto en el teatro es el que sigo intentando reproducir cada vez que escribo un texto narrativo: la atmósfera.
Santiago García, director del teatro La Candelaria y director de escena de Guadalupe Años Sin Cuenta ha dicho que el arte no nace por generación espontánea, sino que surge tras haber propiciado las condiciones para que los seres humanos piensen la realidad de una forma simbólica. También ha dicho que el arte puede esclarecer en la mente de un pueblo los valores de la humanidad, es decir: que el arte puede cambiar las ideas que la gente tiene sobre lo que es realidad, o sobre lo que nos han impuesto como realidad en un momento determinado. Esta es una de las más acertadas explicaciones que alguien haya dado del arte: que no solo transforma la vida de un artista sino que el arte verdadero es capaz de modificar la forma en que piensan quienes se acercan como espectadores o lectores o público.

Encontré el video de Guadalupe años Sin Cuenta ayer, en un archivo mundial de teatro en internet. Para quienes no tuvimos la suerte de ver la obra en los años de madurez de la creación colectiva del Teatro La Candelaria es una experiencia reveladora ver esa obra compuesta por multitud de puntos de vista, por las voces y tonos y giros de una época y la mirada de una Colombia profunda que sigue vigente, un drama comentado por los cantos de juglaría que van engarzando los avatares de una nación entre cuatros, maracas y arpa llanera. Verla así, aunque esté distanciada por la pantalla y mutilada en los detalles por planos diagonales, y con ecos en las voces, aunque sea una obra de teatro vista en video, sigue viva, y resulta elocuente en el contexto actual de Colombia. Verla ahora es una experiencia capaz de transformar las ideas que tenemos sobre nuestro país y sobre temas tan actuales como el proceso de paz presente (y los del pasado), el invocado pos conflicto y las trampas del poder ejercido sin democracia.

Ver Guadalupe Años Sin Cuenta en línea

Estrenada el 11 de junio de 1975

Ficha artística y técnica

Grupo: Teatro La candelaria

Dramaturgia: Creación Colectiva

Dirección: Santiago García

Actores-Autores: Fernando Mendoza, Graciela Mendéz, Alvaro Rodríguez, Hernando Forero, Francisco Martínez, Santiago García, Fernando Peñuela, Clara Inés prieto, Alfonso Ortíz, Patricia Ariza, Oberth Galvez, Luz Marina Botero, Carlos Parada, María Helena Sandoz, Manuel Gil y Fernando Cruz.

Escenografía y vestuario: Santiago García

Afiche: Carlos Duque

Música: Hernando Forero y Fernando Peñuela

Fotos: Jaime Valbuena, Antonio Salcedo, Luiz Cruz y Carlos Mario Lema

En la elaboración de Textos se contó con la colaboración de Arturo Alape

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