En contra

Publicado el Daniel Ferreira

¿Haz la paz o descansa en paz?

Elecciones 2014

Primero, borraron las huellas de todas las matanzas y de los exterminios que cometieron los paramilitares. Después, firmaron el Tratado de Libre Comercio con las potencias saqueadoras del planeta, y dijeron que ese sería el gran paso para los campesinos. Más tarde, fueron a rescatar a los secuestrados vivos, pero trajeron de regreso a la mitad muertos. En adelante, repartieron las arcas del tesoro entre los familiares, amigos, colaboradores, correligionarios y esbirros del régimen. Durante, se llevaron a los muchachos de Soacha y los vistieron de guerrilleros y  los acribillaron. Finalmente, nos hicieron creer que el enemigo estaba en Venezuela (y no en el gabinete de ministros corruptos, ni en la bancada paramilitar del senado, donde los honorables terratenientes habían financiado el genocidio, ni en la cúpula militar del terror, ni en la policía secreta que era una pandilla de asesinos). Pero como vivíamos en la ciudad, y como otros eran los campesinos, y como no sabíamos que era nuestra plata pagada con impuestos, y como no éramos gentes pobres de Soacha, a nadie importó.

Durante una década, Álvaro Uribe y sus secuaces exterminaron, robaron, orinaron sobre nuestras cabezas y lo pudieron hacer a causa del régimen de terror que instauraron desde la presidencia y desde el senado, desde la “gran prensa” puesta a su servicio, cuando no amordazada o arrodillada; desde la propaganda anticomunista, desde los crímenes selectivos, desde las amenazas a jueces, desde los sobornos, desde la satanización de toda forma de oposición, desde la tergiversación de la Constitución Nacional, desde su policía política. De manera que pasamos una década de nuestras vidas gobernados por una forma muy sui géneris de dictadura que consistía en hacer creer que todos los decretos del tirano no se podían discutir porque eran legales al ser aprobado por un congreso compuesto por delincuentes, que todos sus crímenes no se podían investigar, que todos sus asaltos no se podían cuestionar ni juzgar, porque eran “asunto de estado”. Después de dos periodos presidenciales, Uribe Vélez nos dejó un país envuelto en un trapo ensangrentado, y un sucesor.

¿Aún recuerdan el día de la posesión presidencial del sucesor? Entonces el candidato electo habló al país y dijo que había ido a la Sierra Nevada a recibir una bendición de los mamos porque nuestro país era diverso, que debíamos creer en la globalización porque vendiendo todos los recursos el país llegaría el trabajo y la prosperidad, que la enemistad con los países vecinos no era benéfica para la prosperidad, que la paz por las buenas o por las malas era necesaria para el desarrollo, y se posesionó como presidente. En síntesis, esto fue el proyecto que expuso a la nación como política económica: “La economía de nuestro país tiene que crecer cada vez más. Juntos, gobierno y sector privado, empresarios y trabajadores, vamos a impulsar las cinco locomotoras que harán despegar nuestra economía. Con el campo, la infraestructura, la vivienda, la minería y la innovación pondremos en marcha el tren del progreso y la prosperidad, para que jalone los vagones de la industria, del comercio y los servicios, que son los mayores generadores de empleo. Hay que saber globalizar y no dejarse globalizar. [] En este nuevo amanecer nuestro país se destacará en los temas más importantes para la humanidad, como son el uso sostenible de la biodiversidad, las energías limpias, la seguridad alimentaria, el desarrollo tecnológico y las mismas industrias creativas.” Por último el candidato electo saludó a su antecesor y habló a los quinientos mil hombres que organizó en las fuerzas militares (más que los de Estados Unidos, más que los de Brasil, que tienen 20 veces el territorio de Colombia) y los instó a combatir las fuerzas minoritarias que se empeñan “en obstruir nuestro camino hacia la prosperidad”. A modo de despedida y conclusión dijo: “Compatriotas: ¡Le llegó la hora a Colombia!”.

De manera que lo que quería decir Santos durante la posesión era que su gobierno iba a implementar una política económica sustentada en los pilares del gobierno anterior: la adopción de diversos Tratados de Libre Comercio. Y para implementar estos acuerdos (con Corea, la Unión Europea, El Acuerdo del Pacífico) había que flexibilizar las transacciones bancarias, desarrollar obras civiles (puertos, carreteras), había que posibilitar a las empresas exportadoras condiciones para competir en el libre comercio como reducción de tasas de energía, premiar a las que generaran empleo, había que legislar para regular la ley de derecho de autor (que regularía el uso de las semillas y las patentes más que los consumos culturales) siguiendo el modelo de patentes de las farmacéuticas y las multinacionales de las semillas, abrir las puertas de la educación técnica, manufacturera, abrir las licitaciones para la explotación minera en los parques naturales y reservas de agua, ejecutar el represamiento de ríos para la creación de embalses con capital del gobierno y venderlos luego a los consorcios energéticos, y subsidiar las actividades paralelas a la actividad agraria tradicional ya que el sector más frágil sería el campesinado. Quería decir que el Estado delegaría sus obligaciones constitucionales al sector privado. Quería decir que intervendría en las regalías de los departamentos y municipios y que estimularía el sector de la construcción para tener el control de un gran capital electoral en el eventual caso de que cuatro años de gobierno no le bastaran para cantarle la hora a Colombia. Hasta la cultura debía aspirar a ser industria. Salvo el impuesto bancario del 4 por mil que se sigue cobrando, los objetivos económicos se elevaron a ley, y se cumplieron y hasta la cultura se ha delegado con sus premios y convocatorias a la empresa privada. Santos derogó las fronteras entre empleo formal e informal, reformó la salud y la integró con pensiones, y ahora obligó a todos los trabajadores y subempleados a tributar por igual como si los últimos tuvieran empleo formal. Santos, vivió las primeras mieles de la llegada del TLC con Estados Unidos y quiso reformar la ley de derecho de autor para prohibir al campesino usar las semillas propias y comprar las transgénicas a las trasnacionales. Eliminó el manejo de regalías de petróleos en la provincia. Amplió los cupos a cursos técnicos,  pero no derogó la ley 30, y mantuvo congelado el presupuesto de las universidades, mientras creó más cupos para ese simulacro de estudios que es la formación técnica de esclavos. Santos, aceptó una negociación de paz con la guerrilla (que sigue en proceso) y cuyo acuerdos paulatinos corren el riesgo de anularse frente a la eventual salida de su gobierno para devolvernos al sudario del antecesor.

Ese es, mi resumen, sucinto, de los últimos catorce años de política colombiana, sustentada en la continuidad de los proyectos económicos, avalada por los actuales contendores, y trasvasada del anterior gobierno al actual. Y ahora, en este simulacro de democracia, tendremos que elegir entre dos hermanos siameses, hijos del mismo proyecto económico, pero con miradas políticas que quieren mostrarnos como un país dividido.

A mi juicio, el proyecto de Álvaro Uribe Vélez es el que debe ser desterrado de toda cercanía con el poder. No porque el proyecto político de Juan Manuel Santos ofrezca una alternativa de bienestar social, educativa, ecológica, incluyente para la inmensa mayoría de habitantes de Colombia, sino porque Álvaro Uribe regresa a través de su consueta, Oscar Iván Zuluaga, a borrar las huellas de las matanzas. Uribe Vélez es quien provocó el modelo económico de Santos, y representa el lastre que arrastrará Colombia si su proyecto se propaga en este siglo de aberraciones que él inauguró: gobiernos amparados en el soborno y la prebenda, gobiernos totalitarios cuyas bancadas del senado y gabinete ministerial chorrean corrupción, gobiernos que oficializan la persecución política a los opositores, gobiernos que instauran el exterminio como política y van borrando y dejando en la impunidad todos los asesinatos sistemáticos, los Crímenes de Estado. Gobiernos de terratenientes para terratenientes. Gobiernos que deben pagar por crímenes de lesa humanidad. Reelegir a las cabecillas de Álvaro Uribe que aspiran al poder a través de Oscar Iván Zuluaga es el camino que nos llevará a la perfecta dictadura: aquella donde la barbarie es legal.

Santos apenas ofrece una pálida metáfora de la reconciliación entre sectores sociales enfrentados por décadas. No una reforma real para lograr una educación profesional y universal y gratuita.  No ofrece cancelar la aberrante extracción extranjera. No cambiará las condiciones del trabajo ni de la seguridad social. Pero todo lo que se haga por la paz de este país aplastado en la barbarie monótona de todos los bandos debe ser la prioridad de los que estamos vivos, de quienes son sobrevivientes, de quienes han participado por omisión o por silencio (porque el silencio también es cómplice del genocidio), y de aquellos que queremos seguir tratando de cambiar ese determinismo llamado Colombia (y seguir viendo vivos a nuestros seres queridos). Santos esboza un horizonte. Zuluaga señala el abismo.

tiananmen
Masacre de la Plaza de Tian’anmen, 1989

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