El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

Colombia, país de rábulas y leguleyos

Ya no somos únicamente un país de cafres; también los somos de rabulerías y leguleyadas. Es lo que se lee con el ya cansón pleito entre el acalde Petro y el procurador Ordóñez, ambos personajes ejemplos de intolerancia y dañina autocracia.

 Los que no somos tan inteligentes como los señores jueces y magistrados, y que escasamente sabemos firmar, tampoco entendemos cómo una ley o norma puede ser interpretada de una manera tan personal y que esa interpretación sea importante o no, de acuerdo con la jerarquía  de quien la realiza.

La ley es una sola, dicen los especialistas. Lo que varía es la interpretación. Pero también, y me perdonan los amigos abogados, la lógica formal es una sola. Tengo entendido que nuestro derecho se basa en el derecho romano y este se nutre de la lógica de Aristóteles. Por esa razón no se entiende cómo un abogado o magistrado interpreta de una manera y otro de otra. Me explico: está bien que una norma escrita, como todo mensaje, tenga lo que los expertos llaman matices. Pero que una interpretación jurídica sea diametralmente opuesta a otra significa que es verdad lo que se dice repetidamente en los medios: muchos de los fallos de la mala justicia en nuestro país están impregnados no de política, que como ciencia es de las más complejas y apasionantes, sino de politiquería.

Pero, ¿qué es politiquería? Es el mal uso de la política, es decir, utilizarla para bien propio y de terceros en detrimento de los demás. Es la personificación del fraude, del mico jurídico y del prevaricato; es el reino de la concupiscencia y de la lujuria económica.

En ese maremágnum están ahogados el doctor Noel Petro y su santidad Alejandro Ordóñez. El primero se acoge a una amnistía (lo cual es prueba de que algo debía) pero olvida que reinsertarse a la vida civil implica acatar la ley. Y el ilustre burgomaestre cienagaorense se pasó la ley por la faja, con el achaque de frenar un cartel de la contratación y favorecer a los pobres. Pero, me pregunto: ¿no trajo Petro otro cartel muy similar al que sacó a golpes de autocracia? ¿Hay  cifras reales que prueben que los bogotanos hemos ahorrado plata con la gestión de don Gustavo? Es posible que se hayan ahorrado unos cuantos pesos pero, por otro lado, la defensa del puesto del alcalde y los desafueros de sus alzafuelles en el centro de Bogotá y en la Plaza de Bolívar  nos están costando un ojo de la cara.

Por otro lado, a su santidad Ordóñez se le fue la mano en la sanción por 15 años. Petro puede ser lo que quieran pero no le han demostrado robo al erario distrital, ni estatal cuando fue parlamentario. Su problema es que se cree el ombligo del universo y que sin él el mundo no funciona. Es megalómano y autoritario.

Que lo destituyan del cargo por la “gravedad de sus errores” puede parecer hasta normal en un país de locos, pero el odio visceral de su santidad por las “ideas de izquierda” y por las personas que no oran de rodillas lo obligaron a interpretar la ley de una manera demasiado draconiana. Es evidente el miedo que Petro despierta en la vieja casta política nacional. El problema es que la gente que hoy detesta al sempiterno y mohoso bipartidismo se ilusiona con los partidos no tradicionales pero en el fondo lo que se cambia es de verdugo. O ¿no, Luchito, Samuelito, Clarita?

Yo, en medio de mi magnífica ignorancia, pienso que con tanta grieta jurídica por donde puede salir Petro, lo inteligente sería dejarlo en el cargo no porque sea un buen alcalde sino porque su defensa nos está saliendo muy cara. Y porque Bogotá, ad portas del gran triunfo del voto en blanco, está más descuadernada que en los tiempos de Samuelito. De todos modos, que se quede o que se vaya Petro no es ni triunfo ni derrota suya o de su santidad Ordóñez; es la derrota de todos los bogotanos que sufrimos el desgobierno y padecemos el desorden. Y pagamos los platos rotos del cataclismo en que convirtieron a Bogotá.

Lo triste del pugilato  Petro y Ordóñez es que se está “prostituyendo” la tutela. Ese mecanismo jurídico que es la única bondad popular de la Constitución del 91 y de la cual, por el desespero de Petro y sus seguidores, se está abusando excesivamente. Es muy probable que por esta razón se empiece a cocinar una reforma a la justicia para modificar ese recurso. Pobrecitos los pobres.

 Colofón: Lo único bueno de la pelea entre el alcalde y el procurador es que ha puesto en evidencia la infinita pobreza conceptual jurídica de algunos jueces y magistrados. Uno se pregunta cuál es el mérito para estar en esa privilegiada posición. Bogotá, en otras épocas ciudad de intelectuales, se convirtió en el magno escenario de la leguleyada y de la rabulería. ¡Válgame Dios!

 

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