El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

El discurso del presidente también genera violencia

Discurso es un decir…

No tengo nada que ver con el presidente Santos. No voté ni votaré nunca por él porque me parece un dirigente que representa únicamente a la plutocracia del país porque es hijo de ella. Y su visión de mundo no le alcanza para comprender cuán lejos está su gobierno de la realidad social y económica de los colombianos del común.

Sin embargo, una cosa es estar en contra de un gobierno improductivo y de un estado corrupto y otra muy diferente apoyar el caos y el vandalismo. En Bogotá, y en el país, hay desadaptados sociales, escoria de la humanidad, que ni son campesinos, ni personas solidarias con una causa social, que aprovechan la oportunidad que les da el presidente cuando los reta: “El tal paro nacional, NO EXISTE”, dijo el mandatario. Y más se tardó en decirlo que los vándalos en hacer de las suyas.

Los vándalos tampoco son estudiantes. Ellos saben que siempre el gobierno contra la violencia tiene más violencia y armas de defensa: el ESMAD, los jueces, la cárcel, los bolillos. Pero contra la inteligencia ningún gobierno puede. Contra la inteligencia, contra las consignas creativas, contra la protesta enérgica y de altura, ningún gobierno en ninguna época ha sabido cómo defenderse.

Solo basta recordar cómo, casi a finales del año 2011, los estudiantes de todo el país se organizaron en marchas pacíficas y contundentes que lograron algo de lo que no había noticia desde tiempos remotos: hicieron retroceder como conejillos asustados al flamante señor Presidente, Doctor Juan Manuel Santos Calderón y la atildada ministra de educación, Doctora María Fernanda Campo, y al ejército de asesores pagados por el bolsillo de la gente cuando en nombre del gobierno blandían a diestro y siniestro su maquiavélica y perversa reforma a la Ley 30 de Educación. Con inteligencia, los estudiantes lograron demostrar que la señora ministra puede ser “muy educadita” y puede saber de todo, menos de educación.

Por eso causa desolación ver cómo nuestra sociedad se derrumba. Los desmanes ocurridos el 29 de agosto en Bogotá y en el país no son de olvidar sino de analizar. El pueblo colombiano, el que hace patria trabajando arduamente por un salario de miseria, se siente menospreciado. La gente se mama con el inhumano trato que recibe de sus EPS, antiproducto de una ley de salud pésima y creada más para la concentración de riqueza de los desalmados dueños de las empresas que para proveer salud a los que la pagan. La gente está mamada del “aumento de su salario” que le alcanza a lo sumo para los dos primeros meses del año. A los campesinos, transportadores y cafeteros, la ruina los tiene nerviosos. Todos ellos están mamados del raterismo de su clase dirigente, lo cual produce una tensión social que va a terminar por estallar. Y cuando esto ocurra no va a haber dique que lo contenga. Señores políticos, todo tiene un principio y un fin. Ya lo verán.

Los colombianos estamos sufriendo las consecuencias de un gobierno mediático que cree que se puede gobernar a punta de titulares de prensa y declaraciones rimbombantes pero de realidad ¡nada! Vemos a un presidente que está más interesado en la reelección que en gobernar. Y, palabras suyas, “se la jugó por la paz”. Una paz que solo él y sus ministros – y un par de periodistas  de renombre – ven. De una paz en la cual no creen ni los dignatarios de la Habana.

La actitud de Santos es sarcástica y con su sonrisita burlona da la impresión de estar riéndose de sus gobernados. Al fin y al cabo Juan Manuel es un hombre de mundo que conoce mejor Europa que América Latina, que se desenvuelve mejor en Londres que en la misma Bogotá. Por eso mira con desdén a la clase obrera, a los campesinos. Y esto, apreciados lectores, genera rabia, malestar, ganas de actuar.

Cuentan  los que votaron por Santos que tenían la esperanza de que el exministro en el poder seguiría con la Seguridad Democrática de Uribe. Porque el candidato Santos se cansó de gritarlo a los cuatro vientos. “Yo hago lo que mande el jefe”, decía. Y el jefe era Álvaro Uribe. Pero no. Tan pronto se sintió ganador de la presidencia destapó sus cartas. Ni siquiera disimuló sus intenciones y desde los primeros días se notó que únicamente utilizó los hombros de Uribe para encaramarse porque de otra forma nunca habría sido presidente por una razón sencilla: Santos nunca ha tenido votos propios. Pero se la jugó por la traición. Es muy fácil deducir que si el candidato Santos hubiera desdeñado el respaldo de Uribe el presidente sería Antanas Mockus.

Y nos hubiera ido mejor, indudablemente. El profesor, con todo y su discurso ininteligible es un hombre honrado y con gran visión de lo social. Pero la descomunal maquinaria política tradicional lo aplastó en las urnas. Y Colombia eligió a un señor que se preparó toda la vida para ser presidente pero nunca se preparó para gobernar.

Ahí tenemos las consecuencias. Todo el mundo nos baila, y hasta la débil Nicaragua hace con el gobierno de Santos lo que le da la gana. Y el presidente Ortega, chupamedias de Chávez y Maduro por conveniencia económica, cada que le da la gana nos muestra los dientes. Y mi apreciada ministra María Ángela ahí, bien maquilladita a toda hora, pero sin comprender que lo que se está jugando es el honor y la soberanía de un país honrado pero deshonrado por sus dirigentes.

Colofón: en medio de este caos generado, entre otras razones, por las equivocadas declaraciones de Santos, queda al menos una satisfacción: Juan Manuel Santos no va a ser candidato en las próximas elecciones. Por ahí harán  bulla pero le gente ya no le cree. Y le van a pasar factura por su pésimo gobierno. Dijo el vecino de la esquina de mi casa: ¿Qué pecado estaremos pagando para tener a Santos en la presidencia y a Petro en la Alcaldía Mayor? No tengo la respuesta. Si alguien la conoce por favor comuníquelo a @elojodeaetos

 

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