Quince días después de la esperada muerte de Hugo Rafael, se me ocurrió este original titular para mi artículo virtual de hoy, para no encabezarlo con la socorrida frase: “El Hugo Chávez que yo conocí”. Yo no conocí al comandante y, por supuesto, él tampoco a mí. Y creo que ni él ni yo nos perdimos de mucho.
Pero, hablando en serio, quiérase o no, guste o no, Hugo Rafael marcó un hito en la política de América Latina. No en vano estuvo trece años en el poder y si esa enfermedad terrible no lo hubiera vencido, para bien o para mal hubiéramos “tenido Chávez para rato”.
Como todos los líderes de su talante, el fallecido presidente tuvo (y tiene) seguidores y detractores. Sus fanáticos lo idolatran y a sus detractores les cuesta disimular una sonrisa de satisfacción con sus palabras de pésame. Otra cosa es analizar a fondo por qué lo idolatran los unos y por qué los detestan los otros.
En Colombia su principal adversario fue Álvaro Uribe Vélez. Los santistas y los antichavistas se pondrán bravos con lo que voy a decir pero, en su momento, Uribe y Chávez fueron protagonistas de lujo de la política de América Latina desde dos orillas opuestas. Algo que definitivamente se desdibujó con las dos antifiguras que los sucedieron: aquí un desteñido y blandengue Juan Manuel Santos que no es “ni chicha ni limoná” y que se desgasta y desgasta a Colombia por querer complacer a todo el mundo menos a los uribistas. Y un Hugo Rafael Maduro que, como dice mi querida tía Empera, no tiene culo pa´ pantalón de paño. Está metido en camisa no de once varas sino de veintidós. Tal es la complejidad de la actualidad venezolana.
Ese es el problema del hoy presidente encargado de Venezuela: querer parecerse a su amo Hugo. Y pretende volar con las alas prestadas del difunto o, como Ícaro, volar con alas de cera. Por eso el costalazo de Nicolás va a ser estruendoso. Ya lo verán.
En Colombia, el presidente Juanma resultó elegido con votos ajenos – igual va a pasar con Maduro – pero en este caso Juanma no le guardó fidelidad a su mecenas, Álvaro Uribe, sino que lo traicionó de la manera más ordinaria – no como Nicolás que hasta el momento es el perrito faldero más fiel del régimen chavista -. Claro, le toca ser el muñeco de ventrílocuo de Chávez porque, al igual que Juanma, tampoco tiene discurso político propio.
El caso es que “la hermana república” está en líos fuertes. Enfrenta una oposición que cada vez gana más adeptos; tiene que asumir el reto de seguir regalándoles a los pobres comida, electrodomésticos y servicios públicos, en la incertidumbre de ver hasta cuándo les durarán para ese fin los petrodólares. De la misma manera, debe sostener, al menos en estos primeros meses, la cuota de solidaridad con los gobiernos amigos: Ecuador, Nicaragua, Argentina, Bolivia, etc. Tener amigos incondicionales que no dicen ni mu ante los desmanes de un gobierno autoritario y populachero cuesta muchos petrodólares. Y un sinfín de problemas que empiezan con una elección que puede ser el suicidio de una nación.
Como colombianos no debemos desear el mal a ningún pueblo. Pero tampoco podemos tapar el sol con un dedito. Maduro no es Chávez porque el finado comandante por lo menos tenía un carisma que lo mismo generaba simpatías o antipatías. Pero, a juzgar como habla, Nicolás es como dos metros, y más de cien kilos de bobada. Solo analicen lo que dijo a propósito de la elección del papa Francisco: “Chávez participó en la elección del nuevo papa porque está muy cerca de Cristo”. ¿Han oído imbecilidad más grande? Y si ese es el desayuno, ¿cómo será el almuerzo? ¿Y qué tal la idea de embalsamar el cuerpo de Chávez? ¡Bobazo!
No decimos que Capriles sea la solución. Según hablan los analistas profundos, como William Ospina, Venezuela lleva muchos años de bonanza petrolera pero antes de Chávez era una riqueza de unos pocos, y la corrupción de la administración en tiempos anteriores a Hugo Rafael era peor que en Colombia, lo cual da una idea muy clara acerca de la gravedad del asunto. En Venezuela los gobernantes han hecho siempre lo suyo y la pobreza del pueblo en medio de la riqueza petrolera era poco menos que aberrante. Por eso los hermanos venezolanos se hallan ante un dilema muy cruel: o se quedan con Maduro que para las lides de la política es aún muy inmaduro (se le nota en su ordinario discurso la escasa o ninguna preparación intelectual) o se van con Capriles que promete hasta lo imposible, quizás en un afán perverso por recuperar el poder.
Pero con ninguno les va a ir bien. Porque Capriles necesitaría mucho tiempo para dar un viraje profundo en la política – como dice Jorgito Barón – nacional E internacional. Gobernar a Venezuela por fuera del coleante chavismo es más complicado que llegar a un acuerdo de paz con “la far” en Colombia. Y todo cambio drástico genera traumas severos. En experiencias similares en América Latina ha habido muertos, desaparecidos, derramamiento inmisericorde de sangre, etc. Solo basta recordar el fin del gobierno socialista de Salvador Allende a manos de la dictadura, cruel y sangrienta, de Augusto Pinochet.
Con Nicolasito la cosa se puede poner peor. Yo de economía tampoco sé pero me apoyo en los especialistas que dicen que la de Venezuela es una economía hecha trizas a pesar de la mencionada riqueza petrolera. Para los pobres de ese país hay una prosperidad pegada con babas. Y las cifras de delincuencia y de violencia igualan y quizás superan a la de México y a la de Colombia en los tiempos de los carteles de Cali y Medellín. Esta circunstancia, de por sí, ya denota dramatismo real. Así que los vecinos países latinoamericanos deben tener abierto hasta el ojo del tiple, porque el devenir de Venezuela los va a afectar y mucho. He dicho.
Colofón: voy a aprovechar la Semana Mayor para rogarle a Dios por intermedio de su Santidad Pachito, el ARGENTINO HUMILDE, que ilumine a los hermanos venezolanos para que elijan lo menos peor. Y para que Juan Manuel no decida ser candidato. Esto último es más fácil que rogar para que los colombianos no cometan la estupidez de reelegirlo. Pachito, oye nuestras súplicas.