El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

Solo tilín, tilín y nada de paletas…

Si la sabiduría popular dice que las conversaciones de paz en Oslo son puro tilín, tilín y nada de paletas, es porque las conversaciones de paz en Oslo son puro tilín, tilín y nada de paletas.

Nada tan extraordinariamente sensato como hacerle caso a lo que opina la gente y no lo que opinan los “especialistas”. Esta semana en círculos diferentes a los grandes medios de información, sin parafernalia, ni luces, ni cámara, ni acción, se oyeron expresiones que para algunos inteligentes son apenas pintorescas pero que, bien vistas, indiscutiblemente están preñadas de viva realidad.

Esto está más trabado que un bulto de anzuelos, dicen por ahí. Que el Ejército dio de baja a no sé cuántos insurgentes. Que la guerrilla de las Farc mató, emboscó, puso bombas, etc. Que Santos dijo, que Iván Márquez esto, que De la Calle lo otro, que los analistas bla, bla bla. Lo dicho: tilín, tilín, pero de aquellito nada. Lo único claro del bulto de anzuelos es que la guerra sigue y parece que más cruda y más cruel que de costumbre.

Los colombianos anhelamos la paz, porque como dice el filósofo, el ser humano anhela por naturaleza. Pero, por ahora, el anhelo se va a quedar en eso. Sé que el sufrido pueblo merece vivir unos mesecitos en paz y que la gente tiene derecho de soñar con ella. Sin embargo, una mirada cruel pero real dice que ese embeleco de Santos en busca de la reelección no va a parar en nada, como no sea en un descalabro económico de incalculables proporciones, mucho más dramático y devastador que el de Andresito en los tiempos del Caguán, del cual Colombia nunca va a recuperarse.

Dirán algunos que esta es una mirada negativa. Pero amparado en un pensamiento de Buda, creo que no es negativismo sino realismo. «Si quieres conocer tu pasado, entonces mira tu presente que es la consecuencia; si quieres conocer tu futuro mira tu presente que es la causa”.

Pues bien; revisadito con cierto grado de minuciosidad el pasado, desde hace 520 años transcurridos desde de la violenta irrupción del hombre europeo en estas tierras, este pedazo de geografía, Colombia, que heredó el nombre del almirante Colón nunca, léase bien, nunca, ha gozado un momento de paz verdadera. Lo reto, amigo lector, a que me diga si en el “Descubrimiento”, en la Colonia, en la “Independencia” o en la República, ha habido cinco minutos de paz. Y mucho menos ahora cuando los enemigos son más variados, más peligrosos y mejor armados que las tres miserables carabelas con que don Cristóbal asaltó a nuestros indígenas.

Pero volvamos al embeleco de moda. Uno oye y lee y ve en los medios y en la calle cuatro discursos diferentes frente al proceso de marras. Una cosa dice Juanma, otra dice Timochenko; una muy diferente habla el terrible Iván, y otra la que piensa el pueblo. Juanma quiere la paz y Timo pareciera que también, pero Iván quiere la guerra, pues por sus declaraciones parece que no le está obedeciendo al jefe supremo. Son declaraciones virulentas y un tantico pasadas de moda, pero que logran un efecto clarificador frente al embeleco, perdón, frente al proceso de paz. Con las declaraciones de Márquez ya sabemos a qué atenernos. Y, finalmente, el discurso pesimista del pueblo que sueña con la paz, la merece y paga por ella, pues no solo pone los muertos sino también el cerro de millones que cuesta el embeleco.

Sin embargo, no todo es malo. Hay algo en lo que los actores del conflicto están de acuerdo: todos luchan por el pueblo y lo defienden de sus enemigos. La guerrilla lo defiende del gobierno y de los paramilitares; los paramilitares lo defienden de la guerrilla; el gobierno también lo defiende de la guerrilla. Pero la realidad incontrovertible es que todos tres lo utilizan como trampolín para lograr sus propósitos particulares. Y no hay nada ni nadie que defienda al pueblo de sus tres «benefactores».

Estas líneas se escriben con el respaldo, también, de las encuestas. De las benditas encuestas que quitan, que ponen, que mangonean, que pontifican: 16 por ciento de colombianos están optimistas frente al proceso de paz; 41 por ciento declaran estar expectantes (por no decir escépticos) y 43 por ciento pesimistas. Y de seguir como va, y si hacen las encuestas con la gente y no con los amigos de Juanma, la tendencia es a incrementarse la cifra de incrédulos y a disminuir la ya de por sí insignificante cifra de optimistas.

Digamos nuestra verdad. Una Colombia en paz no es viable por varias razones: los guerrilleros no saben vivir en la civilidad, y por pasarse a vivir a Chapinero o a Ciudad Salitre van a poner un precio muy alto; los militares no se conciben a sí mismos pasándose la vida brillando el fusil y las condecoraciones; el gobierno y los congresistas no tendrían banderas electorales, y la satánica industria de las armas no va a permitir la paz, porque el negocio, el de producir y vender armamento, es cientos de veces más rentable que los reálitis de RCN y de Caracol.

No nos digamos mentiras, como dice un amigo zapatero; pero los colombianos estamos impregnados de violencia europea. Es el más importante legado, primero, del Almirante Cristóbal y su corte de aventureros que vinieron a descubrirnos; y, segundo, de la reata de asesinos españoles que vinieron después a conquistarnos, por cuenta de la Corona española comandada por un rey y una reina que no tenían ni p… idea de lo que hoy es América. ¿Están dispuestos, mis amigos lectores, a endilgarme el calificativo de pesimista?

El Dios de Colombia sabe cuánto deseamos estar equivocados. Pero en este infundio de Santos y la parafernalia internacional que esto despierta, le creo más a Iván Márquez que a Timochenko.

Colofón: hoy el remate corre por cuenta de mi admirado tío Anselmo, ese sí, politólogo de campanillas, con una pregunta que le traslado a la primera próstata de la nación: ¿de dónde va a salir, admirado Juanma, el cerro de millones que se va a tirar (que ya se está tirando) a cuento del embeleco de la paz y de su disimulada reelección? Su respuesta, por favor, a @elojodeaetos

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