El ojo de Aetos

Publicado el elcides olaznog

Política de campo de tejo

En Colombia la política es de campo de tejo. (Y que me perdonen mis primos allá en la vereda). Todo lo que ocurre aquí es tratado con tal banalidad que más parece tema de jartar pola encima de un bulto de papas que un asunto de interés público. Sólo basta darle una ojeada a los foros de los principales medios periodísticos para comprobar la pasión sin fundamento con que se tratan temas tan importantes para la vida nacional.

Si billorroban los Nule, de la mano de los hermanitos Moreno, la gente en la calle no los baja de (mejor no lo digo porque de pronto no me publican el artículo). Palabras de grueso calibre condenan a los implicados. Esas palabras van siempre unidas a los mensajes que dicen, simplemente, que en Colombia la justicia es para los de ruana porque a los poderosos no los castigan. Y se despotrica de los jueces, de las altas cortes, de los códigos. Todo ello mientras baja la espuma de los acontecimientos. Después, ¡nada!

Si el boom del momento es Uribe, o Piedad Córdoba, o José Obdulio, o Bolillo, todos ellos personajes públicos, no se encuentran por ningún lado (ni siquiera en los columnistas reconocidos) un mensaje producto del análisis, de la inteligencia, de la prudencia, de la sindéresis. Estos y otros personajes dividen – no al país sino a su gente, a la opinión de la gente – y polarizan. No hay quien “se ponga en los zapatos” de los protagonistas para intentar comprender su punto de vista. Y empiezan a zampar epítetos a diestro y siniestro, se le tira a lo que se mueva, en fin. Todo ello al amparo de la libertad de opinión porque, gracias a Dios y a nuestro marcado folclorismo, aquí todavía no se ha venezualizado ni ecuadorizado la prensa y hasta el ciudadano de a pie puede opinar. Pero de construcción de conciencia política, ¡nada!

A propósito de la intervención del ex presidente Uribe en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes, a uno como ciudadano común le queda como de pa´rriba – como decía mi abuelo – aceptar que la dignidad de la Presidencia de la República se rebaje tanto como para que su dignatario, en este caso Uribe, meta en un baño, así este sea de mármol italiano y lavado con el más exclusivo perfume francés, a una congresista para suplicarle de rodillas que vote por la reelección. El talante de Uribe no daría para eso, creo. También cuesta creer que Yidis Medina, con soberbia investidura, y por más extracción humilde que esgrima, sea capaz de dejarse meter a un baño para fines tan bajos. Quizás para otros propósitos se justifique esa metida a un sitio tan íntimo, pero este comentario es de política, no de farándula negracandelista.

Lo triste del caso es que ese tema ordinario y ruin, de quinta, como dicen las señoras que andan con el dedo meñique entablillado, es motivo de comentarios de la más rancia estirpe colombiana. Samper Ospina se gana su billetico (azo) con 25 o 30 comentarios consecutivos en su columna de la Revista Semana, opinando sobre la micción de la señora de marras. Pero ni siquiera tiene un poco de piedad (con minúsculas) con las maticas que tuvieron que haber muerto por causa del líquido excrementicio depositado en ellas por Yidis. (A propósito, ¿vieron las fotos de Yidis en la revista Soho? Se las recomiendo).

Los numerosísimos opositores de Uribe gastan saliva, cuartillas y harto presupuesto público, no tratando de explorar la verdad, el fondo del asunto en búsqueda de la verdad, sino tratando de allegar pruebas acerca de las intimidades de la señora Medina y de la forma como ella se echó una palaciega orinadita en las matas y delante del presidente.
Lo dicho. Esta es una nación grande en donde aún queda suficiente humor para burlarnos de nuestras propias desgracias, no solo mediante el chiste pendejo sino mediante la inhumana indiferencia. Nos indignamos cuando vemos en los noticieros que un alto político del Chocó, por ejemplo, se roba la bienestarina de los niños pobres, para vendérsela a los porcicultores (léase criadores de marranos). Nos indignamos, digo, porque el alimento lo aprovechan los humildes cerditos en lugar de los niños desnutridos, por decir sólo un ejemplo, pero nos cag, perdón, nos juagamos de la risa cuando el mismo cuento lo echa “Don Jediondo”, o “Alerta”.

En Colombia se condena a un celador a cinco años de cárcel por robarle el esfero – no propiamente kilométrico, eso se entiende – a un ejecutivo de una multinacional. A un muchacho le meten cuatro años por tocarle las insinuantes posaderas a una jovencita. Esto, desde luego, es un acto de muy mala educación, por decir lo menos, pero hasta la misma víctima declaró que la condena era “un poquito” exagerada. Pero a los que roban billones se les da casa por cárcel o los encarcelan en residencias con servicios de hotel cinco estrellas, con chef especializado en los gustos gastronómicos del ladrón, muy buena provisión de whisky y de viejas de la mala vida, etc. Y la opinión pública ni fu ni fa.

Iba a terminar con el tema de los malos entrenadores de fútbol, casos igualmente graves que quedan siempre en la impunidad, pero temo que mis exiguos lectores me tilden de danielsamperospiniarme con la repetición de la repetidera. Mejor me espero hasta el próximo fracaso. Punto.

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