Políticamente insurrecto

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Niño

Foto: Steffy Arellano

Foto: Steffy Arellano de la Ossa.

Recién leí una columna de Alberto Salcedo Ramos en el periódico El Colombiano que tituló,  La poesía de los niños:  http://bit.ly/14MoawI. Me conmovió.

De inmediato pensé en León, mi hijo de diez meses. Me detuve en la hermosa definición de la palabra “Niño” de Luis Gabriel Mesa, de  siete años: «Un niño es un amigo, tiene el pelo cortico, juega bolas, puede jugar y puede ir al circo”.

Lo siento tanto por mi pequeño cachorro… temo lo reduzca todo a la virtualidad, al miedo de estos tiempos que carecen de esperanza y pulula el egoísmo. A la rudeza de lo cotidiano cómplice de la impunidad y la indiferencia.

Yo fui Luis Gabriel hace 23 años,  cuando mi madre me ponía una capa café y me sentaba en un taburete viejo a cortarme el cabello para que no me cayera en los ojos mientras trepaba palos, corría trochas y me metía en los caños a perseguir sapos y lobitos.

Para esa época, a un costado de lo que hoy es el Éxito de La Matuna,  entonces Magaly Paris en Cartagena, se ubicaban a lo largo del almacén, pequeñas misceláneas improvisadas. Nada hacía más feliz mi ida al centro de la ciudad que pasar por allí y de una manotada, robar bolitas de cristal mientras mamá compraba naftalina para las cucarachas.

Emocionante era ver la llegada del circo del burro bailador y las manzanas de caramelo al terraplén de cascajo y conchitas de mar al frente de mi casa. Un tenderete itinerante que le cabían 30 niños, cubierto de una lona rota y una cerca de púas para los polizones.  No había $200 para entrar pero sí $50 para la manzana. Entonces nos la arreglábamos con varios vecinitos para convencer al hijo del payaso que hacía de vigilante y entrar. Pagaban boleto los pudientes del barrio que nunca gozaron tanto como nosotros.

El circo, el trompo, las pelotas. La ‘bolita de uñita’, las cometas, el ‘metegol tapa’, el ‘quemao ‘, ‘yermis’, el semáforo, stop, la lleva, el escondido, congelado, la inocencia…

Tocar los timbres de las casas y salir despavoridos como si fuera la mayor proeza de nuestras vidas  hacer que saliera el dueño y quedara ‘azul’ sin saber quién fue, será una leyenda de antaño.

***

Comenta Steffy la madre de León, que como va la cosa en Cartagena, crecerá viendo unas murallas insulsas y callejuelas asépticas y fantasmales. Un contingente de personas  con fragancias extrañas, rubores y lentejuelas que encandilan a lo lejos. Escuchará estridencias foráneas y pinchará  palomas de hule.

En vez de palmeras, apreciará hileras de moles de 30 pisos. Los vestigios de una Heroica cada vez más subterránea.

La butifarra será un mito y la carimañola una ilusión. El boli de corozo será un cuento del abuelo. Hubiese querido llevar a Leo a tomar jugo de naranja con patacón y queso al muelle de Los pegasos  y entrar a cine de cinco en el Calamarí. Subirme con él en la rueda del Centro comercial Getsemaní, montar carritos chocones y  verlo sonreír en el carrusel mientras me estira la mano cada vez que da una vuelta. Pasear en el trencito Bimbo, quitarle la gorra al motorista y ponerla en sus crespitos cafés.

Tenemos un enorme reto con el heredero felino, procurar que su mejor amigo no sea una invención de Marvel, una estolidez japonesa o una sandez de Disney o Discovery Kids. Que no cambie una pelota de letras por una tablet o una pistola por un buen libro de cuentos.

No estará de más recordarle que será más divertido jugar llenándose la cabeza de arena que embotarse el cerebro con claves de mundos y atajos para aplicar en juegos de video.

Que aproveche ver al labriego que arrea las vacas en Turbaco y que conserve el olor a pasto húmedo que percibe cuando despierta. Cuando cumpla siete años, le pediré me escriba su definición de “Niño”.

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