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Columnistas con patente de corso

Flickr, 50 watts
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Cristo García Tapia (*)

Es proverbial en la prensa colombiana la presencia de columnistas que tienen fijación por la injuria y erigen sobre el denuesto el pilar de su oficio.

Creen que con ese torvo y particular ejercicio hacen el mejor periodismo crítico y contribuyen a desfacer los entuertos que padece la sociedad colombiana; a corregir las fallas del sistema y a reivindicar las instituciones en entredicho, especialmente si conciernen tales a la Justicia y a las Altas Cortes.

Pero es en personas, individuos, prójimos, en donde con mayor persistencia ceban su apetito desproporcionado e insaciable los falsos catones que cada mes, quincena, semana o entredías, llenan con su altisonancia las páginas de opinión de periódicos nacionales y regionales.

Y como si un agua de amargura y frustraciones los avivara, brota como cizaña el dicterio procaz, el calificativo descalificador, la torva ironía, la inculpación sin pruebas, el señalamiento ligero, la atrabiliaria sátira.

Y para los de su manada, la exaltación ditirámbica, la proclamación grotesca de “conciencias críticas de la nación”. O de “intelectual de meritos”. O de “conciencias éticas”. Equiparándolos de una parrafada a Darío Echandía, a Guillermo Cano, por decir apenas de otros, ya muertos, a quienes sí cabía la figura y la encarnaban con admirable ejemplo.

Vaya conciencias críticas. Vaya inteligencias. Vaya “conciencias éticas”, las de los exaltados y proclamados por sus pares del denuesto y la injuria.

¡Vaya!

Siempre merodeando bajo la divisa sectaria de la injuria y la perversidad con patente de corso homologada para arrasar honras, dignidades y representaciones.

Y todo como si un halo de intocable poder les permitiera sobrepasar por unas y otras y contaminarlas con la fetidez de sus enconos ancestrales y la cuestionable “solidaridad” de otros, registrada bajo la misma marca, tono y discurso de quienes se arrogan el punible papel de asaltantes de la honra, dignidad, condición y representación de la persona como sujeto de derecho al respeto y condición de individualidad e intimidad que le es inherente y demanda ese reconocimiento.

Bástenos abrir un periódico, nacional o regional, para comprobar de que manera un buen número de quienes en él ofician de columnistas, encuentran su mayor solaz y deleite en eso. Y en eso se la pasan como su más portentosa contribución a  redimir a los ricos de hoy del “fracaso humano” y de que corran el riesgo de “ser un objeto más de adorno”.

De ahí no pasan, ni salen. De profanar las condiciones, cualidades, calidades, usos y costumbres de las personas; su intima e inviolable intimidad, que va mucho mas allá de estar en cueros en su casa; ser ricos, pobres o clase C; blancos, negros, mestizos o mulatos; preferir el yate al carro, a la bicicleta o a la moto taxi; vestir o beber de tal o cual marca; tener o no tener amigos de determinada clase social, raza, credo o ideología.

Sí. Mucho más allá de eso va la intimidad de cada persona, su origen y lo que le pertenece como individualidad, que es cuanto regocija y concita a la profanación por parte de algunos columnistas con patente de corso para injuriar y asaltar honras.

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(*) Colaborador. Poeta.

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