Hay quienes dicen que el amor se construye ladrillo a ladrillo, lanzando plomadas para que las paredes caigan perpendiculares, endureciendo la mezcla con el fin que las columnas sean sólidas, poniendo niveles que evitarán inclinaciones que pongan a rodar objetos esféricos, trabajándolo día a día, noche a noche, sin dar espacio a la indiferencia o al olvido. Yo, contrario a quienes así piensan, estoy firmemente convencido que el amor llega instantáneamente, como un estallido que detona en el fondo de los entresijos y que desordena horas y destinos, desgreña prejuicios y desastilla las puertas de la razón. Fuerte, sin dar posibilidad de correr o resguardarse de su avance, crece desde el centro del alma en ondas concéntricas que se dilatan por años o décadas, arrasando todo lo que se atraviesa en su camino…
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