El Magazín

Publicado el elmagazin

Memorias de la tribulación

 

book,drawing,lanterns,tree,books,illustration-1a8e4a007aa989d84d9de652c83f2007_h

Primera entrega del libro Memorias de la tribulación por Julie Paola Lizcano Roa 

Para los jóvenes y amantes de la literatura.

 

Prólogo

Hace poco llegué a una conclusión sobre los artistas: poseen una especie de percepción extra sensorial o hipersensorial que fluye a través de ellos, una sensibilidad que llega a captar y expresar la vida de maneras impensadas, diferentes, sus obras hablan de momentos donde su sensibilidad se expande, y vuela en forma de letras, colores, formas, sonidos, eso es lo asombroso de su obras, la insondable capacidad de eternizar momentos, sentimientos, y a la persona en sí misma.

Memorias de la Tribulación nos ofrece un interesante recorrido en el ejercicio de eternizar, la autora desde un enfoque francamente existencial, se deja llevar a lugares inexplorados, sin miedo, sin premura, en estas líneas la autenticidad no Heideggeriana, sino pasional, se conjuga en líricas no rítmicas, en prosas melodiosas, en llanto desgarrador, en alas desplegadas.

Hubo dos momentos de experiencia metafórica al transcurrir de mi lectura, en un momento me sentí como en un teatro, trasladada un despliegue multicolor y sonoro, donde “no” ocurría un monologo, allí poco a poco se discurrían personales vestidos majestuosamente, cada uno de ellos representaba un matiz de la danza incesante de la existencia, me desconcerté al ver como en letras, se movía sigilosamente el miedo, como sincrónicamente se le unía la soledad, como, en un dialogo no intrusivo y casi susurrante se hacía manifiesta la angustia, como, en un despliegue maravilloso de cantos se hacía visible la conciencia de la finitud.

El otro momento me sentí junto a un fogón, viendo cocinar al  más diestro de los chefs, con mucho cuidado pero con energía, percibía como si las letras de este texto, tomaran forma de alimentos que con delicadeza pero no sin pasión,  eran escogidos y hábilmente procesados por las manos del artista, allí “yo” la espectadora, me sentía abrumada, y admirada de ver que es el amor,  a una labor, vi al trascurrir de las paginas como esta se convertía en una experiencia multisensorial, “en una obra”, hubo muchos ingredientes, pero nunca fueron excesivos, al finalizar de leer, experimente creo, la misma sensación de un comensal no solo agradecido sino sorpresivamente impresionado, si se habla abiertamente de orgasmos gastronómicos, porque no decir que quien se atreva a probar esta obra, entenderá que es un orgasmo literario.

Sospecho que en estas líneas también se esconde algún espíritu lacrimógeno, que se manifiesta de cuando en vez, dejarse tocar por él,  depende de la disposición del lector y tal vez del momento que se esté viviendo cuando se lea, saber que merodea y reconocer que aparecerá en algunos momentos de este libro es clave, porque será funcional tener un pañuelo cerca, pero también que esas lagrimas si se quiere, podrán servir de bálsamo para solventar la incertidumbre y la finitud de la existencia, desde la óptica de una autora, que sabe a ciencia cierta que son las lágrimas, el dolor, pero también que lucha por sacarle a la vida algunas sonrisas silenciosas y sonoras, al escribir.

No sé si exista el concepto de blasfemia literaria o científica, lo que sí sé es que mencionar a Dios, puede tener castigo de herejes entre intelectuales, en especial en alguna cepa de línea existencial, sé por sus líneas, que ni la autora de este libro,  ni la autora de este prólogo, tememos por ese castigo, así que solo me resta decir, que si hay alguna casta humana cercana a la semejanza de Dios,  es un gueto al que denominamos “artistas”, contados con las manos, los que se inclinan ante la magnificencia de aquel que los creo y son esos los que en algún lugar de su corazón albergan, el brillo de los ojos de los niños y ese fulgor inocente se llama “autenticidad e inspiración”.

Termino así, el prólogo a un libro brillante y  auténtico “Memorias de la tribulación”.

Natalia Izquierdo Álvarez

 

 

Capítulo I

Quiero intentar hacer un relato que narre esos días un poco grises y livianos, en un presente subyugado por el dinero y el poder, y es que no sé si te habrás dado cuenta pero los meses han empezado a descomponerse, los cigarrillos suben de precio, la Internet es una pandemia a punto de estallar en hashtags, los hombres ya no son hombres y las mujeres ya no son mujeres, las relaciones son un intercambio de mensajes de texto y la oralidad ha perdido saliva, los paisajes en degrade se han convertido en selfies inconformes a la vista y la admiración de los colores, los sueños son nidos abandonados en millones de redes vacilantes al contacto con el otro mientras fantaseamos a la extrañeza de un mundo que se derrumba en el hábito oscuro del hedonismo y el conformismo.

Nos hemos acostumbrado a pulverizar nuestra existencia, abandonándonos y volviéndonos esclavos del miedo: miedo a la oscuridad, a la luz, a la nitidez, a la vaguedad, a elegir y decidir, miedo a esperar, miedo a la infancia y a la vejez, miedo al silencio y a la soledad. Por eso, se es indispensable reencontramos con lo perdido, no ser egoístas y acompañar al mundo a dar la vuelta, eso sí, con los ojos bien abiertos y los brazos dispuestos a abrazar al viento. Sin embargo, no aminora el maldito ideal de estar pensando en todo, de atrapar el silencio y darse cuenta que no tiene nombre, que las palabras se enredan en la punta de tus palmas, de tu lengua, de tu infierno mental, de tu constante contradicción.

Comentarios