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Morir con amor

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Por: Éel María Angulo

Santa Marta, Colombia.

Y me encontré un ángel pegado al techo, una pared con alas y unas palmeras que escapaban por tres ventanas. Y tropecé contra un edificio amarillo. Y me acerqué al enorme rostro de cobre de Hemingway. Y caminé soltera por el Parque de los Novios. Y me cubrí del sol bajo dos trupillos. Y vi maripositas blancas revolotear entre mis piernas en un cementerio fresco al pie de una montaña. Y pisé la hierba mojada. Y comí helado de coco con torta de piña, mi versión inocente de una piña colada. Y encontré a Gabo colgado a pedazos en una pared roja y agrietada. Y lo leí. Y lo volví a leer. Y lo encontré entre letras, en una frase pendida de un marco negro, una que decía que lo único que le dolía de morir era que no fuera de amor. Y fui a un funeral con mi mamá el segundo jueves de mayo por la mañana. Y abracé a una familia elegida, a mi adoptiva. Y viví una despedida en calma en honor a una mujer entregada. Y acepté que la señora Juana tampoco había muerto de amor. Pero sí con mucho de eso, con mucho, mucho amor.

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