El Magazín

Publicado el elmagazin

Destino inmortal

Flickr, aussiegall
Flickr, aussiegall

Juliana Araújo Gómez (*)

La muerte de la noche le daba origen a aquella singular madrugada. Todo parecía estar en orden en la ciudad donde vivía y en la vida de Emilia, sin embargo, algo extraordinario robó la calma de la alborada, un frío penetrante irrumpió en su alcoba despertándola con un solo resoplar. Eran las 3:15 de la mañana, todo estaba en silencio, todo, menos su corazón, no podía ver nada, no distinguía los objetos de su habitación. Confundida y temerosa salió en busca de una luz, pero el intento fue en vano. Luego de recorrer el espacio completo, de intentar reconocer aunque fuera un rincón de aquel cuarto, con la respiración cada vez más agitada, las manos temblorosas, sudando gotas de incertidumbre y con un enorme tambor resonando en su pecho, caminó lento hacia su cama, de la cual no se había levantado hacía mucho, pero al llegar notó que ya no estaba. Al ver esto, tomó aire, y con las fuerzas que pudo sacar, no se sabe de dónde, dio la vuelta, abrió la boca, como para hablar, pero en ese momento una luz interrogante y fría iluminó su cara. Emilia se desplomó en el suelo y un silencio, mayor que el de hacía un rato, retumbó por la enorme y solitaria alcoba.

Cuando Emilia despertó, aún aturdida por el golpe, se puso de pie, se limpió los ojos y, somnolienta, caminó hacia la lejana y potente luz roja que bañaba, como de sangre, el lugar desconocido donde se hallaba. El camino se le hacía eterno y angosto, cada vez más y más, más largo, más lento de recorrer, más rojo, más variante, más incierto… A pesar de ser el mismo recorrido lineal que llevaba largo tiempo atravesando.

Con el pasar del tiempo Emilia se sentía más cansada, con más calor, sentía que la luz la quemaba, pero a la vez nada aplacó su deseo de llegar a ella.

Tras un largo caminar encontró un espejo, no se parecía en nada a los que ella conocía, sin embargo, asumió que lo era por la imagen que se evidenciaba en el inmenso muro cuando ella lo miraba de frente. Ensimismada, después de un largo tiempo de mirarse y sorprenderse con su imagen, observó que de aquel reflejo salía un resplandor azul brillante que eliminaba, sin temor, la poderosa luz roja que hasta ese momento la había tenido dominada, horrorizada y ansiosa.

La nueva luz la llenó de fuerza, Emilia sintió cómo a medida que la rozaba, su espíritu cobraba vida. Al parecer en el reflejo quedó atrapada la Emilia aturdida y somnolienta, y en el largo pasillo había una nueva, una Emilia recargada de sueños, de expectativas, con la meta de llegar al final del camino, así que decidida emprendió nuevamente su viaje, sin saber a dónde iba ni de dónde venía, sin saber si llegaría, sin siquiera saber si sí era ella o era otra Emilia, en pocas palabras completamente a la deriva.

En lo oscuro nuevamente se reflejaba la luz roja, ahora un poco más tenue, tal vez porque era el segundo comienzo de su caminata, tal vez por la fuerza interna que tenía o por la aparición de la luz azul, tal vez porque ya no tenía miedo o porque estaba más convencida que nunca de querer alcanzarla… en cualquier caso así era y así fue.

Emilia caminaba en armonía con su espíritu, se dejaba guiar por el instinto, o bueno, eso creía hasta el momento, pero no demoró muchos pasos en conocer la realidad porque, al fin, llegó al portal que desde el principio la estaba esperando, un marco en la mitad de la nada, como si alguien le hubiese ahorrado el trabajo de arrancar la puerta, o de abrirla. Como si alguien supiera que cuando estuviera allí- porque lo iba a estar, estaba en su destino- al ver cerrada la puerta la duda de si abrirla o dejarla como estaba se la iba a carcomer y muy posiblemente se iba a dejar llevar por la segunda opción.

Emilia atravesó el umbral rojo y cuando menos lo pensó se encontraba en una inmensa, extraña y conocida ciudad, en la ciudad de su propio sueño, no sabía cómo había llegado hasta ahí, cómo esa luz roja y azul o ese camino, o el frío intenso que la despertó o a lo mejor la luz que hizo que se desplomara o tal vez, y más segura opción, porque su destino era vivir en su propio sueño.

Comentarios