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Jesús: una historia abierta

Flickr, Kevin Dooley
Flickr, Kevin Dooley

Paul Brito (*)

¿Podemos hablar de un personaje histórico desligándolo de su historia? Por supuesto que hay una historia, una secuencia en la vida de Jesucristo, pero no como en la vida de los demás hombres.

Jesucristo logró que los dos planos de su vida (el real y el ideal, el individual y el universal) se juntaran. Nosotros nunca lograremos esa nivelación, sólo la alcanzamos en instantes puntuales y volvemos a rebotar a la secuencia. Somos siempre una parodia, una caricatura, una torpe aproximación a ese ideal. Y por eso la vida de nosotros (que son puntos desatinados sobre la diana) sí se puede contar. Y por eso toda historia, toda narración, es siempre la historia de una derrota, y por eso la épica (que es una suspensión de la secuencia) sólo puede escribirse con poesía.

La existencia de Jesús fue una recta que alcanzó el punto más alto. Ese momento está señalado en la Historia y en el Tiempo con una cruz y como una cruz proyecta sus ejes a la totalidad. La ascensión es la meta ideal a la que todos los humanos aspiramos sin llegar nunca, punto a la vez de partida y llegada donde está contenido el Universo.

La cruz y su intersección

La biografía de Jesucristo no se puede entender de forma lineal, porque él fue una bisagra no solo de la Historia: un pliegue o nudo por donde debían pasar de nuevo todas las líneas del Tiempo. De ahí que no hay nadie en la Tierra, cristiano o no, que escape de pasar por esa Puerta, por esa Medida. La Cruz es el símbolo perfecto de esa intersección.

(Muchísima gente no ha leído o no leyó nunca Don Quijote de la Mancha, sin embargo lo quijotesco permea toda la cultura universal, hace parte de ella y del inconsciente de cualquier ser humano. Después del Quijote, el mundo es impensable sin él. Toda conciencia individual pasa de alguna forma por la universalidad del Quijote y de otros referentes que pertenecen ya a la conciencia colectiva de la humanidad, a su Historia y sus más hondos e inamovibles estratos. Qué decir de Jesucristro que no es una invención de un hombre sino una afirmación de todo el cosmos.)

El tiempo milagroso de Jesús en la Tierra es una ola donde todo el mar se dobla o gira en sí mismo; pretender atribuir medidas estrictamente racionales a la biografía de un personaje que condensó el pasado, el presente y el futuro de la humanidad, y que cargó con todos sus destinos, si no es absurdo por lo menos es irrelevante e ingenuo.

Por eso los historiadores y científicos, y cualquier persona que pregunte por la biografía de Cristo en términos históricos o secuenciales (y no por lo menos poéticos), nunca quedará satisfecho ni se pondrá de acuerdo entre sí. “Vale más un gramo de la Biblia que una tonelada de Aristóteles”, concluyó John Rawls, no un apasionado religioso sino un riguroso filósofo, después de toda una vida de estudio.

Jesús fue una metáfora hecha carne, y no lo contrario: un individuo ascendido a símbolo colectivo. Sansón podía acercarse mucho al ideal de fuerza, Sócrates al de sabiduría, Salomón al de justicia, pero no eran una encarnación completa. Jesucristo fue el único que condensó el ideal de todos los ideales y encajó con el arquetipo del Hombre con mayúscula. Por eso es tan hermoso y coherente el “final” de su vida en que asciende literalmente al cielo, en que su materia sube como la nota sublime de un órgano y cubre de resonancia todo el universo.

Un cohete antes del despegue

Pensemos en una recta que se inclina totalmente hacia nosotros y sus dos extremos se alinean con nuestro ojo (como lo haría un telescopio): la línea aparecerá como un punto, de modo que ya no podremos apreciar su longitud; no podremos medirla. La vida de Jesucristo alcanzó ese punto de máxima concentración, por lo tanto, desde nuestro punto de referencia no vamos a poder apreciar su progresión. El tiempo de Jesús sobre la tierra es como la estructura que sostiene a un cohete antes del despegue: una vez la nave asciende, el soporte pierde su sentido exacto.

Ese punto absoluto que abarca todos los puntos y que alcanzó Jesús invalida cualquier línea, y por lo tanto toda historia, todo relato convencional. Su vida no fue sólo un salto, una tensión entre dos puntos, sino un vuelo donde el punto de salida y el de llegada alcanzaron la sutilidad y la ubicuidad de uno solo, y por lo tanto lograron el otro extremo: la vastedad del Universo.

Se puede narrar el salto, el impulso, pero no el vuelo donde desaparecen todos los puntos de la progresión. La carrera, el camino de Jesús en la tierra fue un impulso que llegó a la ascensión, a la totalidad, a la continuidad, ¿cómo se describe de forma historicista eso, incluso cómo se describe de forma narrativa o sumaria sin recurrir a la poesía, a la metáfora, a las parábolas, las mismas que él necesitó para hablarnos de un mundo trascendente?

La Historia (y todos sus herramientas racionales de cognición) queda invalidada en ese contexto; ya no se puede usar para describir un fenómeno de tal dimensión, porque precisamente la vida de Jesús pasó de ser una serie de fenómenos, una hilera de accidentes, una fila de circunstancias (como lo es la vida de todos los seres humanos), a un absoluto. Y ahí ya estamos pisando otro terreno donde se quedan cortas la historiografía, la ciencia, la aritmética, en fin, todas esas materias aplicadas a las tensiones entre más de un punto. (Las artes se acercan más a ese ideal narrativo, porque están más interesadas en desentrañar las tensiones de los puntos con su interior).

Si ya estamos partiendo de alguien que no murió, que se llevó su cuerpo con él, ¿cómo pensar esa «historia» de una forma convencional? Sería como investigar un crimen con procedimientos racionales, policíacos, cuando literalmente el cuerpo ha desaparecido… y ya sabemos que sin cuerpo no hay crimen. Y ya sabemos que sin pruebas, el expediente, la historia queda abierta.

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(*) Colaborador.

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