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Un hombre de gesto angular

El caminante
El caminante

Fernando Araújo Vélez

Habría que imaginarlo metido dentro de Los detectives salvajes de Roberto Bolaños. El pelo largo, ondulado, muy negro, igual que sus ropas. El gesto, angular. Su delgadez extrema. Sus nervios, cierta tensión en cada uno de sus pasos y en todas sus palabras. Habría que imaginarlo en la búsqueda de poetas marginales, caminando por el Paseo de la Reforma de Ciudad de México, con un libro bajo el brazo, o cinco o seis, algo encorvado y sin prestarle demasiada atención a las urgencias de todos los días. A la gente de todos los días.

“Los lectores son una tribu extraña a la que me gusta pertenecer. Nos divertimos leyendo porque caminamos pensando”, escribió unos cuantos días atrás en el periódico de la Feria de Guadalajara, bajo su firma, Mariño González. Él, lector, escritor, caminante, observador y oidor. Ayer presentó su primer libro de cuentos, Vietnam, de la editorial Arlequín. Doce meses atrás había publicado su primera novela, Fútbol, una novela punk (Tierra Adentro editores). Los cuentos, dijeron, dijo él, eran relatos de historias extraordinarias que fueron surgiendo, como este aparte de La guerra de los tres años:

“Para que no hubiera demasiadas confusiones –en esa región del planeta la elegancia era cosa común y no había guerra que cambiara los principios que durante siglos enaltecieron su civilización-, los soldados orientales usaban camisetas deportivas, pantalones, azules y zapatos tenis de color blanco. Las jóvenes guerrilleras preferían faldas de seda un centímetro más arriba que las de sus enemigas, sandalias de cuero y camisones holgados de terciopelo azul. Eran sensuales, sí, pero esto no constituía peligro para la estrategia bélica de Oriente: además de miopes, los hombres del bando eran casi todos pederastas”.

La novela fue una lucha, una guerra dentro de una sucesión de batallas que acabó por apoderarse de una ciudad cualquiera, caótica y efímera. La tribu del fútbol, con sus pasiones, violencia, muerte, locura, desborde, insensatez, enfrentada a la tribu de los punks, con su arte y su sensibilidad. Las dos, viscerales. El fútbol es la vida Vs la música es la vida. Algo así como el “Si de nada sirve vivir, buscas algo por qué morir” que cantaba Fito Páez. “Cuando la pasión engendra violencia terminas en fuera de lugar”, explicó él, Mariño González.

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