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La huella del trueno

 

Lightning on the Columbia River, Flickr, Ian Boggs
Lightning on the Columbia River, Flickr, Ian Boggs

Andrés Felipe Sanabria*

Me han dividido en tres partes. En la primera duermo en la profundidad del mar. En la segunda camino a través de un desierto contando las gotas de mi sangre, y en la tercera estoy vivo, pero me siento muerto por los sueños que me llevan a playas paradisíacas, y por el calor que sofoca una vida ya más larga que la de una tortuga de los Galápagos.

No creí que el final de las ilusiones fuera un antiguo miedo a Dios, y decidí rebelarme contra el único instante del espacio y contra las llamas de fuego que me esperaban de otro Dios, y de otro, y de otro, porque no hay sueños sin que Dios desaparezca. Alcanzarlo sería tocar la sensualidad de las rosas, las razones de las hojas, la música de las nubes, y el impactante espectáculo de reconocer que la Tierra es una majestad de otro mundo, y que se cruzan en instantes que no se ven, pero nos quitan la vida.

De la nada salió una forma morada, con un rostro odioso pero feliz…

– Así que buscas al señor- Me dijo.

– Sí. Estoy cansado de que las estrellas rocen el mar donde duermo, y dejen su luz fluorescente con los pasos del amor, y a la vez estoy cansado de que mi sed, que me hace comer hasta la propia muerte, me deje caminando por dunas de espejismos que parecen truenos de insomnio.

– No sé qué hacer, tú pareces algo especial. Tal vez podrías volver a ser humano, pero me tendrías que cumplir un deseo – Me dijo el rostro arrugado.

 – Bueno ¿Y cuál sería ese deseo?

– Que me des lo que te queda de vida.

– ¿Mi vida normal? ¿En la que duermo en el mar, o la que camino en el desierto?,

– No, las dos últimas, en las que ya no estás siendo humano.

 – ¿Y por qué habría de dártelas si estoy muriendo mejor que tú? Ustedes todo lo hicieron para enloquecer, y ya ni el sufrimiento les basta. Me quedaré así para siempre.

Pero la verdad fue que al rostro le salió sangre de los ojos y desapareció, y yo volví a ser humano, pero quería olvidarlo todo, y a la vez, ya era alguien que no confiaba ni en una mosca. Así que me volví alguien callado, alguien para el cual el viento era su única voz y la tierra su único infierno.

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(*) Colaborador.

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