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Lista

 

 

gato

Ana Lucía Montoya Rendón 

Hoy, igual que siempre, está allá, debajo de alero. Desde su ventana la ve, vestida de sombras, esperando también, como siempre, monedas de sudores y de cuero, en esta noche fría, como todas las que ha conocido aunque se revienten los veranos. En el callejón aún quedan los ojos del agua del último aguacero; en esos espejos temblorosos se reflejan las pocas luces que hay en toda la cuadra, rielan como dagas que entran y salen del vientre del sereno.

 

Sobre el tejado ve la silueta del gato de la vecina, vagabundo como ella, solo que el maldito no debe pagar cada noche el alquiler de la cama y del armario viejo, en el que guarda el encapillado. Nunca tiene ganas de trabajar, siempre quiere quedarse dormida, irse en un sueño hacia el lugar donde la dejó ésa, cuando apenas tenía tres años, o, ¿serían dos? ¡Qué importa! Añora el lugar de donde nunca debió de haber salido. La sacaron de ese sitio porque la edad así lo exigía. Eso dijo la omnisciente trabajadora social, que las niñas de trece años ya sabían coser, cocinar, rezar… ¡maldita sea, sabían tanto! Para esa gente, ella, era una mujer hecha y derecha, además, SABIA, ¡Qué dicha! por eso tuvo que irse del orfelinato, porque estaba lista para la vida. Y, ¿qué era estar lista? ¿Lista del cuerpo y del alma? Así la dejaron marchar con la benefactora de la institución para que fuera la ayudante de la su cocinera. Allí entre cebollas blanqueadas, aromas de tomillo, mejorana, orégano y laurel, entre los hervores de consomés, aprendió a conocer cómo se cuecen los ojos del deseo. Si, allí supo qué era estar lista. Lista como el menú que servía cada día en esa casa. Ella, la niña lista, vestida de negro, con delantal blanco y una pequeña cofia como si fuera una enfermera, pero de luto. Así de lista estaba que no supo a qué horas y sin quitarle la ropa le raparon la inocencia. Pero, ¿qué era eso, la inocencia? ¿Es algo que arde? ¿Que se moja? ¿Que palpita muy abajo del vientre? Siempre miró hacia dónde se llevaban su inocencia, pero nunca les vio nada en las manos, no veía que se llevaran nada, pero sí sabía que la dejaban llena de hastío, pobre como una rata y más cansada que cuando asistía a Petrona, la cocinera. A la hora de servir los alimentos, tenía que estar bien presentada para atender a los señores de la casa y a su, casi permanente recua de invitados. Allí supo cómo la inocencia se le bajaba de su cabeza y se le acomodaba en los pezones, en la cintura o en la entrepierna. Supo que la inocencia es juguetona y entiende de miradas; también supo que es un bien preciado que estimula a muchos y los vuelve locos cuando la quieren tocar y poseer. Hoy ya no tiene inocencia ni falta que le hace. A través  del pedazo de espejo en que  mira sus arrugas también ve el asco infinito que siempre la ha acompañado y las muchas jornadas que aún tiene por cumplir. Así recostada en el catre, meditando, divisa en la esquina debajo del alero a la vieja recicladora, buscando en el montón de bolsas de basura algo que le sirva para llevar a la enramada donde le pagarán unos cuántos pesos por la recolecta, centavos que le aseguren al menos, la dormida diaria y la compra de un poco de café y de pan. Necesita dinero, pero se siente sin alientos para hacer lo mismo que aquella mujer; su manutención durante años, provenía del esplendor y el fuego de su entrepierna, pero eso ya no importa, el filón que tuvo, ya no renta. Hoy no tienen que cuidar de nada, ni ella ni la recicladora y, se pregunta, cómo fueron niñez y juventud de esa vagabunda, Inocencia Landínez, la mujer que ahora mismo observa desde su lecho, que se confunde con la imagen que tiene de sí misma, en medio de los sopores permanentes instigados por tantas hambres y toxinas acumuladas. En lo más íntimo de sus recuerdos sabe que ella e Inocencia son una misma y que siempre estuvieron listas.

Fue crucificada a los trece años por estar lista. Hoy es una muerta viva de entrepierna muerta, con  hambres en su cuerpo y en su alma, cubierta de soledad y acompañada de andrajos… o, ¿será cubierta de hastío y acompañada de multitud de soledades?

—¡Ey, desgraciada! ¡Maldita mugrosa! ¡Muévete vagabunda! ¡Despierta!…  Ay, Inocencia, estás tan sucia que mientras dormías, casi te alza el carro de la basura.

 

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