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Lo que la vida quería mostrarle

 

yesos

Vanessa Aguillón

Quizá era eso lo que la vida quería mostrarle…

Que más allá de intentar llenar el vacío de su vida con la muchedumbre, necesitaba aprender a escucharse, pues la soledad tenía además de una aparente frialdad, las respuestas que ella tanto anhelaba, pero como el miedo a estar sola en la oscuridad era más grande ella simplemente huía…

Se dio cuenta de que había una gran variedad de personas y entre ellas resaltó a unas a las que denominó de la siguiente manera: las de papel, las de cartón, las de yeso… Y las que son de una mezcla que para ella parecía extraña.

Cuando aún no era consciente de que debía estar sola para comprender qué había dentro de ella, divagó por el mundo encontrando una gran cantidad de personas del primer material nombrado, estas personas eran pasajeras, eran volátiles y además eran inconstantes. La única información que poseían era la que se encontraba en sus pieles de papel. El problema con las personas de papel es que casi siempre la información que guardan está escrita con tinta roja, por lo tanto si llenas todo el papel no podrás meter o sacar más información de ellas…

Por suerte para ella, nunca regaló mucha información a estas personas de papel, porque sabía que probablemente no las volvería a ver…

Las siguientes personas eran las que ella más frecuentaba, las personas de cartón, éstas personas le gustaban porque eran un poco más sólidas en sus discursos, más firmes y un poco más cálidas a la hora de escuchar, casi todas las cualidades del cartón… acobijan, no por mucho pero lo hacen. Para ella estas personas eran perfectas para dar consejos inmediatos, para salir de aprietos inmediatos y para quizá una taza o dos de té y adiós…

Con el tiempo las personas de cartón dejaron de ser frecuentes, como si las fábricas prefirieran otro material debido a que ella se dio cuenta de que no eran lo suficientemente sólidas para estar a su alrededor, así que en ese justo y preciso chasquido de sus zapatos al andar entre los parques y calles, paulatinamente encontró a las personas de yeso. Las personas de yeso eran fascinantes, eran tan sólidas como ella necesitaba que lo fueran, eran tan blancas como un lienzo a su disposición para ser dibujado con muchos colores, siempre se llevaban lo mejor y lo peor de ella, eran como si fueran esponjas y ella amaba esa cualidad porque simplemente estaban ahí para escucharle. Sin embargo, como en cualquier producto siempre habrá un margen de inconformidad, ella descubrió que a pesar de que podía avivar la apariencia de estas personas con miles destellos, por dentro seguirían siendo blancas, frías y eran duras pero se quebrantarían con el tiempo…

Así anduvo un largo tiempo, pintando aquí, allá… quebrando personas, reparando otras tantas. Su vida se estaba convirtiendo en la mezcla de todos estos materiales sin encontrar respuesta alguna a su vacío. Era tan monótona y tan gris como la ciudad. Ya había perdido interés en contar y pintar una vida como lo hacía con las personas de yeso, o en salir de un inmediato aprieto con los consejos de alguna persona de cartón, o quemar a las volátiles personas de papel. Ya no le interesaban más porque sentía que dejaban de sorprenderla y que estas solo estaban a su entera disposición sin oportunidad de reclamar.

Una gris tarde mientras llovía, por primera vez vio que las personas de papel, cartón y yeso no huían, se quedaron unas inmóviles, otras simplemente caminaban, y así cada una de estas personas se derretía, el papel era el más fácil en dañarse con las grandes gotas, así que había un enorme río de tinta roja por la ciudad. Las personas de cartón solo se sumergían y se iban fragmentando poco a poco y a las de yeso… esas eran las más tristes, unas corrían y tropezaban, caían y se rompían, a otras se les caían todos los destellos que ella había dibujado y se iban derritiendo.

Ella no entendía por qué actuaban de esta manera, pero entre lágrimas y desidia dio una respuesta. Quizá la vida se había dado cuenta de que ella estaba aburrida de frecuentar los mismos prototipos de personas y ahora simplemente destruiría todas esas personas porque a ella ya no la sorprendían.

Llovió toda la noche y ella solo veía por la ventana las grandes gotas. Así se fue a la cama sin cuestionar más y sin quejarse de la soledad y la oscuridad por primera vez en su corta vida. Aceptó y cerró sus ojos hasta el amanecer.

Esa madrugada, en su intento por no abrir los ojos para dejar de temerle a la oscuridad, se sumergió en un mundo alterno de sueños y pesadillas: algunos eran felices y otros no tanto, pero hubo uno que fue el que la despertó.

En su sueño ella veía venir a una persona que no era ni de papel, ni de cartón y mucho menos de yeso, no, esta persona parecía ser del mismo material de ella y ella no sabía de qué material estaba hecha, solo sabía que era distinta al resto de personas…

En el sueño la persona de la extraña mezcla se acercaba a ella, la miraba a los ojos, sonreía y seguía caminando. Ella se desesperó y la siguió tratando de detenerla y saber quién era, hasta que logró su objetivo. Él se volteó y sonriendo le respondió: “Sentimientos”, eso eres tú.

En la mañana, cuando despertó, se propuso encontrar esta clase de personas que parecían casi extintas, personas igual que ella, con miedos, sueños, esperanzas, sentimientos y sobre todo, pasiones.

En el matutino recorrido que hacía por la ciudad, mientras pateaba una vieja lata, en uno de sus torpes lanzamientos y sin mirar hacia al frente, algo o alguien devolvió con la misma fuerza la lata que ella lanzaba sin destino alguno. Sorprendida, inmediatamente levantó la cabeza y para su sorpresa era aquel que en su sueño se presentó. Él solo sonrió, la tomó de la mano y juntos caminaron durante toda la tarde hacia los cerros de la ciudad, donde todo se percibía mejor.

Fue entonces cuando ella comprendió que hay personas que aparecen en el va y ven de la vida para ayudarle a aclarar algunas ideas, para opinar sin pedir opinión, para apoyar sin ser llamado, para escuchar sin necesidad de pedir ser escuchado. Estas personas eran completamente distintas a todas las que ella había conocido.

Entendió que la vida trataba de decirle que todo estaba a su disposición, pero que no siempre iba a ser así,  que todas las personas que ella conoció eran el reflejo de lo que ella había creado en ellas y que si se sentía aburrida no era del mundo si no de ella, que su eterno miedo a la soledad lo producía su inseguridad. Finalmente, se hizo amiga de la soledad y ya no estaba sola, no. Ahora se tenía a ella y a estos seres de una mezcla extraña, sí. Igual a la de ella.

 

Imagen: Vanessa Aguillón

 

 

 

 

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