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CARTAS DE MANUELA ZIMMERMAN (4)

Julie Paola Lizcano Roa

Me he levantado temprano hoy, he escrito un poema con letras pequeñas de versos irreales y de amores inciertos, caminé desde la 51 con 13 hasta la 67, compré un libro a un hombre de barba larga y ojos castaños que me costó 3 pesos, enseguida tomé un bus hasta la Calera, hacía un sol hermoso, tan hermoso era que los ojos se me aguaron de lágrimas al ver a mi hermosa Bogotá sobre un cielo azul marino, bordeada por una línea verde de hermosas montañas que se pronunciaban desde la lejanía y que se difuminaban entre el cielo y la tierra, luego leí algunos versos de Bretón para hacerme compañía, al terminar de leer, abracé el libro fuertemente con mis brazos colocándolo justamente sobre mi pecho, como si deseara sentir sus latidos; al instante cerré mis ojos, dejando al aire refrescar mi rostro, marcado levemente por una sonrisa triste.

Después de dos horas de andanza, fui a la pastelería, ¿creíste, amor mío, que iba a olvidar celebrar tu cumpleaños? Subí al apartamento, me senté en el comedor, abrí la caja que contenía un pequeño pastel de chocolate, de esos que a ti tanto te gustan, el cual iba marcado con una frase que decía: «Arthur, feliz cumpleaños», saqué una copa de vino, la coloqué sobra la mesa junto al pastel, canté  solitaria tu cumpleaños, al terminar partí una rebanada de pastel, me la comí lentamente saboreando su exquisito sabor mientras miraba por la ventana al cielo deseando que estuvieses aquí para poder decirte «Te quiero amor mío, te quiero…», esta fue una de las únicas cosas que en definitiva me puso profundamente triste, esa rebanada de pastel parecía que tenía dentro de sí, no solo chocolate, sino una cantidad de recuerdos y sentimientos, que en mi boca se fueron desvaneciendo, tragándote en cada bocado disoluto.

Finalmente prendí el último cigarrillo que me quedaba, me terminé la botella de vino, me recosté sobre la cama, y dormí con tu imagen sobre mis párpados.

Amor, feliz cumpleaños, no abandones tus letras.

Con cariño, Manuela Zimmerman

CARTA 20 (6 de Diciembre de 1987)

Amor mío, estuve por fuera de Bogotá dos semanas, a veces me cansa la ciudad, tu sabes que aquí todo huele a mierda y marihuana, necesitaba salir y despejar mi mente, apartarme de tanta tristeza que recorre las calles y las autopistas, de los lugares oscuros, de los mendigos y de las prostitutas que dejan oliendo las calles a sexo sin cariño.

Anoche apenas llegué me puse a la tarea de revisar el correo y leí tus cartas, parece que todo está bien contigo en la lejanía, esta semana quizás vaya a visitar a mi madre que no la he visto después de que falleció mi padre, pero quizás ni me necesite, sin embargo creo que ahora yo la necesito a ella, aunque ella nunca lo sepa.

¿Has sentido que no tienes ganas de escribir porque las letras se las lleva el viento, la mente no teje las palabras y la disonancia con el sentimiento es menos profunda?

Me disculpo amor mío, por no comprender tu sentir. Te escribiré pronto.

Con cariño, Manuela Zimmerman

 CARTA 21 (17 de Diciembre de 1987)

A veces creo que mi feminidad está determinada por la necesidad de tener un hombre a mi lado. Y cuando no estas junto a mí, siento como si yo por un instante desapareciera de la faz de la tierra, y entonces creo que de alguna forma estoy desperdiciando mi juventud, y mis esfuerzos por recuperarme es menester de una tarea profundamente espiritual, que empeora en mis periodos de total caos y ausencia emocional. Cuando creo sentirme segura, es decir cuando te leo de alguna manera o estoy junto a ti, mi cuerpo reacciona pavorosamente a tu cercanía afectiva que hace deshojar esta dualidad que se rebela justo cuando nuestras almas se encuentran desnudas, una junta a la otra.

Yo aspiro que mis dotes literarias, así como las tuyas nos permitan seguir encontrándonos en letras, y así acortar la distancia que hoy nos separa indescifrablemente; quiero pensar que no erré en la elección hoy de mis palabras, y que espero no temas de esta trágica descripción de una mujer inmadura que es absorbida por la aridez de la noche oscura que traspasa justo por las cortinas de su sala. Solo deseo que conozcas mis inquietudes y mis angustias, que son excesivamente desesperantes, siento culpa ahora, y no quiero pensar en lo que sucedería si tú te apartaras de mi lado, yo sigo soñando contigo cada día, eres mi delirio y mi mayor consuelo.

¡Dios mío! no sabes cuánto te necesito, deseo saciarme sobre tu cuerpo y no desearte más, pero todo esto es evaporado por la distancia y tu ausencia. Aspiro profundamente a que el tiempo me dará las respuestas, y me devolverá tu cuerpo intacto que tanto extraña mi ser. Creo que jamás desearé apasionadamente a hombre alguno que no seas tú, y quiero que lo comprendas. Me dormiré con la sensación plena y con una lucidez implacable, pensando que mis letras te harán compañía, al fin y al cabo ¿qué es un puñado de letras en un corazón desahuciado? Por ahora solo me queda seguir aceptando la distancia, espero que me sigas escribiendo.

Con cariño, Manuela Zimmerman.

CARTA 22 (22 de Diciembre de 1987)

He decidido viajar a New York, y quedarme a vivir allí por unos meses, me han ofrecido un trabajo en una revista literaria y no quise rechazar la oferta, apenas llegue te escribiré y te mandaré la dirección para que mandes tus cartas a mi nueva residencia.

¿Sabes? el tiempo pasa, y lo único que escucho es el resonar las manecillas del reloj que cuelgan sobre la pared de mi habitación, anoche caminé bajo la lluvia mientras un silencio profundo, lleno de formas y visiones me hacían recordar los días en que los dos caminábamos por esas mismas calles, sin temerle a la distancia que hoy desafortunadamente nos separa. Aún me atrevo a pensar que el tiempo será la golondrina de nuestro destino y de nuestro refugiado amor, a veces siento que lo he perdido todo, y tengo miedo de perderte, pero mantengo la esperanza de que si existo es por algo, y en la soledad me limito a recoger los besos mojados y los abrazos que dejaste sobre mis sábanas.

Tal vez esta noche en sueños rezagados se tropezarán nuestras almas, el silencio será nuestro encuentro, llenarás mi corazón vacío y la vida dejará de doler, pues tú haces que las aves aleteen para que escalen lentamente los remolinos de aire que recorren nuestra ahogada respiración. He comprendido que escribiéndote acorto la distancia y abrazo sin naufragio tu vos, imploro a Dios que mañana pueda vestirme de blanco para recibirte, pues tu ausencia hace que los días sean más tensos, grito internamente, me confino y me doy cuenta que cada día es más difícil hallarme. Estallará el destino, y las sombras serán cada día más negras, los miedos acariciaran mis insomnios, necesito de tus brazos que me levanten y me lleven a la otra orilla, donde el sol iluminará nuestros días, por fin juntos.

He de partir ahora, acurrucada bajo los relojes sin manecillas, te espero.

Con cariño, Manuela Zimmerman.

CARTA 23 (24 de Diciembre de 1987)

Contemplo mi habitación, escribo mientras siento que la vida se me va, algo está por venir, no sé qué es, me escondo bajo las cobijas, lloro profundamente, siento que el cansancio recorre todo mi cuerpo, siento en mi alma la distancia, esta dolorosa realidad que me hace sentir tan angustiada y melancólica, el cielo se cubre de tristeza y toda esperanza se esfuma en el ahora. Los recuerdos de ti me hacen sentir tan vacía que empiezo a sentir que ya nada me sorprende, ni mucho menos me sostiene, es como si poco a poco estuviera empezando a perder la facultad de sentir, de disfrutar, de admirar, la vida se ha convertido en el depositario de mis culpas y penas. Esta necesidad absurda de retroceder el tiempo, para recobrar los recuerdos cuando sé que es ya demasiado tarde abruma y empeora mis sentimientos de soledad; no soporto no sentirte, la vida pasa con miles de poemas sobre mi espalda, llenos de incertidumbres y temores, intento aprender y distinguir estos estados que me ponen en la balanza entre la vida y la muerte que se reparten en la oscuridad de mis días, especialmente cuando el sol se oculta detrás de las montañas y el horizonte se torna oscuro sin probabilidades de narrarle a alguien lo que siento, sin un compañero con quien quejarme de las desgracias que se anudan dentro de mi garganta y en el interior de mi pecho. Solo se me ocurre pensar que esta sensación de soledad es tan grande, que lo único que deseo es huir despavorida a algún lugar donde no tema hallarme, y así encontrar la lucidez que tanto necesito.

Hoy es navidad, y pensaba escribirte algo que demostrara mi amor por ti, pero solo he rociado esta hoja de angustias y melancolías baratas, esto realmente es una deshonra para nuestra relación idílica. Ahora solo deseo abrir mis brazos e imaginar que tú apasionadamente me abrazas y que la vida vuelve inesperadamente a mi cuerpo. ¡Feliz navidad!

Con cariño, Manuela Zimmerman.

CARTA 24 (1 de Enero de 1988)

Mis lecturas se han vuelto tan lentas, al igual que mi escritura, veo pasar los días, vacía, desdichada por mi cruel existencia, angustiada, he llorado leyendo tus libros y recordándote en fotografías. Pero no puedo quejarme, porque la vida, aceptando mi llanto tal y como llega, me hace recordar con cada lágrima la estrecha relación que existe entre tú y yo; sueño con encontrarme contigo, ir al mar, y hacer el amor detrás de una gran roca con sabor a mar, donde las sirenas nos envidien por nuestros calurosos actos de afecto, ésta imagen es definitivamente la imagen de la felicidad. Esa sería la única poesía que podría tatuar en tu cuerpo, para siempre; la expresión de mi suceder anímico, que responde a una vida carente de cualquier manifestación del tiempo, sería la descripción de una novela ortodoxa, casi infantil que residiría en la suma de mis frustraciones, cuando todo se viste de miedo. No habría entonces verso salvador, que prolongue el infinito y que acalle mi dolor.

Quizás este exagerando, no lo sé, no sé hablar mejor de mi vida, y lo sabes, sólo sé hablar bien de la literatura, a pesar de mi gran inexperiencia; esta distancia, ha creado entre nosotros una nueva forma de comunicarnos, no sé si tú te habías dado cuenta, pero se ha quebrantado el tiempo para encontrarnos de manera diferente, no de cuerpo frente a frente, pero si hemos hablado con nuestras almas, de una manera tan cercana, que ya no le temo a las sombras, y eso ahora se llama: «valentía». Esta realidad me está disolviendo en pedazos, al igual que lo hace el humo del cigarrillo con mi vigilia, siento una gran vergüenza, esta loca y torpe manía que no se aparta de mí, como lo diría Benedetti, definitivamente necesito una tregua, quizás allí logre encontrarme a mí misma, entera, sin que la distancia sea el motivo de mi desarraigo interior, tanto llanto, tanta ausencia, tanto desazón está haciendo agonizar mi razón, esto no es la vida que elegí vivir contigo, ahora todo se reduce a silencios ensordecedores que se convierten en clavos que oprimen mi pecho, sé que las sombras empezarán a dejar de existir cuando el afecto deje de alimentar nuestra relación, y entonces quizás la muerte llegue y calle lo que alguna vez los dos construimos. Dime, ¿Cuánto más debo esperarte? esta es una prueba suprema, que consiste en apagar nuestros gritos, amarrar nuestros corazones e invocar a la Luna, para que intente iluminar en la oscuridad, lo que queda de nosotros.

Ya estoy en New York, al respaldo va la dirección.

Con Cariño, Manuela Zimmerman.

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