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Para Philip Roth

Philip Roth - gdifolco1973

Querido señor Roth:

Anunció ya hace meses, en una entrevista cualquiera, que dejaría de escribir. Que ya no publicaría más obras literarias después de Némesis, que fue un éxito y todos quisieron y alabaron. Dijeron, entre otras cosas, que era una novela de altura después de que Indignación y Humillación fueran calificadas como novelas menores. Si ésas eran novelas menores, yo hubiera querido escribirlas. En cualquier caso, a pesar del éxito y de que vuelve a las viejas épocas en que era tan reconocido, ha preferido alejarse. Aislarse. Es comprensible: quizá usted se ha decepcionado, quizá ya ha dicho todo lo que tenía que decir y tal vez más. Sus razones no son claras. Pero quiero convencerlo de lo contrario. No deseo convencerlo de que publique de nuevo. Publicar es azaroso, producto de una suerte editorial. Quiero convencerlo de que no deje de ser escritor.

Mi primer argumento es sencillo: dejar de ser escritor es imposible. Después de que se ha metido tan de cabeza en las aguas terrosas, vaporosas y a veces duras de la escritura, ya no puede dejar de hundirse en ellas aunque no escriba media palabra. Un escritor no está hecho de palabras, sino de pensamientos. El acto de la escritura es pensar, no sólo escribir. Poner las palabras en un papel, Roth, es apenas la expresión nimia de ese asunto inexpugnable: pensar, dialogar con verdades, buscar un viento sonoro en un camino tapado de follaje.

Tal vez usted haya decidido dejar de publicar, pero no dejar de escribir. En ese caso, lo felicito: ha encontrado su verdad, escribir para usted mismo, sin interesarse en los lectores. Jamás lo ha hecho, en cualquier caso; dijo alguna vez que jamás pensaba, al momento de sentarse a escribir en esa casa en medio de árboles en que vive, en el probable lector de sus novelas. Usted no se interesa en los pensamientos ajenos porque encuentra en el suyo todo cuanto necesita. Es sabio. Aislarse es tal vez la mejor respuesta a las ambiciones personales, que a su edad, ya pasados los ochenta, deben ser las únicas interesantes.

Quizá también usted se ha dado cuenta de que ha vivido más años de los que le quedan. Que la muerte está cerca, aunque siempre esté cerca, y prefiere que le llegue mientras vive y no mientras escribe. Sería una forma muy poética: morir en medio de la escritura, en medio de una frase que —presiente— será la mejor que ha escrito y que, por eso mismo, nunca llegará a ser escrita. Pero es mejor enfrentar a la muerte con lo que ya ha escrito; todo aquello ha sido su forma de alargar el tiempo, de negar la linealidad de la existencia y atender al pensamiento de que las palabras son más infinitas que los hombres, siempre efímeros. Que la voz de la literatura siempre es más fuerte y eterna que la viva voz.

Hace poco leí Némesis y me entristecí al recordar que usted ya no escribiría más, pero supe que, si quería más, allí estaban todas sus novelas anteriores: El lamento de Portnoy, Los hechos, toda la serie de Zuckerman. Alguien, hace poco, me dijo que usted era un escritor predecible; yo pensaría que es imprescindible. Su mecánica es sorpresiva; sus personajes son profundos en su cotidianidad sin ser monocordes. No me interesa aquí analizar sus novelas: usted más que nadie sabe de qué tratan y a qué apuntan. Sólo quiero recordarle que dejar de ser escritor es imposible. Lo que es, es. Usted se hizo escritor, y deshacerse es imposible. Seguirá pensando en argumentos y personajes; seguirá recordando su pasado en la escuela Weequahic, su enfrentamiento a los dogmas judíos, sus relaciones con las mujeres, y seguirá creyendo que allí, más que vida, hay un material literario riquísimo; seguirá jugando con las palabras y leyendo a sus autores favoritos, todos aquellos que aprendió en los cursos que impartió en tantas universidades. ¿Quién tomó la decisión de no publicar más: el Roth de la vida cotidiana o el Roth de sus libros? Para ambos, la escritura se ha convertido ahora en una suerte de reiteración ineludible, en un vicio del que querrá abstenerse, pero no podrá. No podrá porque escribir es una maldición, la bendición del caos, y los escritores son los demonios de pluma que se consagran a ella. Escribir siempre es más que sólo escribir.

Imre Kertész, húngaro, a quien tal vez usted haya leído, también dijo que se retiraría. ¿Retirarse de qué, hacia dónde? ¿Es posible? Puede correr tanto como pueda, hacerse en la última cueva del último resquicio del último continente, y aun así sus obsesiones estarán allí, vivas y vagas y necesitadas de atención. Un administrador puede retirarse y despreocuparse de las cuentas que antes llevaba; una secretaría puede jubilarse y jamás volver a preguntar por las operaciones de que antes se encargaba; un plomero puede dejar su oficio y no preguntarse nunca más por los desagües y baños que vea. Para ellos, todo cuanto antes era esencial de repente pierde significado. Pero para usted no: usted verá a los hombres y se preguntará por su naturaleza; leerá y disfrutará las estructuras y la profundidad de los personajes en aquellos libros; escribirá una carta formal y no dejará de incluir cierto giro literario, cierta sentencia plena de poesía.

Sé que no leerá esta carta. De cualquier modo, desde aquí, lo comprendo.

Con mis mejores deseos,

Juan David Torres Duarte

 

Gráfico: Flickr – gdifolco1973

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