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La voz más fuerte

SERBIAN PRESIDENTAL ELECTIONS

Jefferson Sanabria

Con un sinnúmero de inconformidades se crearon, se ejecutan y, se lloran al final del día, las elecciones en Colombia. Si un colombiano del común -digo común de la misma manera en que Galeano diría “un nadie”-  observa el tarjetón y como madre, padre, abuela, tía y los demás que hacen parte del núcleo familiar “base de la sociedad” no le interesa ningún partido-candidato político y, en consecuencia, no vota por ningún candidato, sino que en su indignación de saber, entender, comprender y analizar descubre que no está siendo representado, anula su voto o, vota en blanco ¿Será que es una persona estúpida e ignorante? Analicemos un caso en particular para no terminar elevando nuestro pensamiento a un paradigma sobre si la gente sabe o no sabe, sobre si la gente está bien informada o es solamente tonta. Llevemos nuestro argumento a un plano terrestre, sentémonos a realizar conjeturas sobre una realidad, sobre una mujer:

Marina Desdichada, madre soltera cabeza de familia (madre soltera porque un hombre la creyó una súper heroína y cabeza de familia porque la dejó con dos hijos) tiene entre sus pasatiempos preferidos trabajar por un futuro mejor, así que a las 3:45 am se levanta, se baña, se arregla y como si fuera poco, prepara todo para que sus hijos tengan un día normal.

El transporte no es muy gratificante. Mientras cuida su bolso en el Trasmilenio es dulcemente ¡manoseada! por un hombre que se puede encontrar fácilmente en Colombia y es narrado en la gran obra maestra de García Márquez como el bien llamado, hombre con cola de marrano. Al ingresar a su trabajo no tiene que prepararse psicológicamente como muchos intelectuales; toma sus implementos de trabajo y se pone a limpiar la oficina, los baños, los pisos del edificio, etc. No tarda mucho para sentirse agotada, pero sabe muy bien que debe estar agradecida con la “vida” por ese “trabajito”. Si el día tuviese algo trascendental digo, un “gracias” o tal vez “le quedó muy limpio”, supondría que al llegar a su casa—al mismo tiempo de llegar con los dos caramelos que siempre compra para ver la expresión de felicidad más grande que existe, la de sus hijos de 7 y 8 años—tendría entre sus labios y entrometida en su corazón, la historia de que una persona, (sabe Dios si buena o mala) miró su esfuerzo diario y la compadeció.

Al tratar de descansar, teniendo entre su pecho la seguridad de que sus hijos se comportaron como todos unos ángeles, prende la estufa para hacer la comida del siguiente día. Al cocinar los alimentos mira por descuido la televisión nacional, en un canal hablan de un programa, que es un fenómeno mundial, (no sé si por lo malo o por lo feo) y en el otro observa gente que imita a otros porque nunca fue educada para creer, entender en su interior, que se tenía una identidad propia desde que se nace. Así que Marina deja la televisión a un lado. Ya que la comida está lista decide charlar un buen rato con sus dos hijos, que a pesar de ser muy niños, entienden claramente la mayor parte de las precarias condiciones en las que viven, a uno le enseña que debe ser un profesor que luche por la educación en el país y forme gente con verdaderos valores, al otro le habla de lo bueno de salvar vidas en los hospitales, a los dos les replica que con las mujeres no se juega, y viceversa, que algún día su padre los verá convertidos en personas con buenos valores y por consiguiente, útiles e importantes para la sociedad. Los fines de semana no son la excepción ¡no tiene descanso! además de procurar dejar a sus hijos a merced del estudio y por qué no, que jueguen con sus vecinos un rato, trabaja igual que entre semana en la empresa de aseo. En este peculiar día de sábado tiene la desgracia de que una compañera de trabajo a la hora del almuerzo encienda la televisión, puesto que los fines de semana en el edificio no hay gente “importante” que trabaje, sólo dos o tres que llegan temprano y se van igual, se ponen a ver programas de chismes alrededor de pasado mediodía. Marina queda sorprendida por unos especímenes que entre carcajadas inician un programa diciendo “el que no sale aquí, no existe”, piensa por unos instantes la realidad del momento, lo pasan al siguiente canal y miran detenidamente que en el escenario del programa hay un letrero que enuncia “nada se nos escapa”, ella piensa el por qué en un programa dudan de su existencia por no tener dinero, o una cara bonita (plástica) y en el otro mienten tan jocosamente hablando de una omnisciencia que elude nuevamente a los problemas y situaciones reales de las personas de baja condición.

Termina el día recordando que el domingo hay elecciones. Por tal motivo no trabaja. Del mismo modo recuerda que el papel de votante le sirve para su trabajo, así que decide ir temprano para salir de esa “pendejada” rápidamente. Cuando abre el tarjetón de votación observa, como es debido, la diversidad de partidos políticos, mira cada uno, cada candidato, recuerda su pasado: hechos en los cuales fue víctima por sectores de izquierda, derecha, públicos, privados, formales, informales, todo su pasado resumido en promesas sin cumplir, menosprecio, ideales rotos, las utopías que fundaban los discursos vanos y demagogos, todo, absolutamente todo le llegaba a su mente, la falta de oportunidades en su niñez, la violencia indiscriminada, la justicia empapelada, nunca tener la dicha de ver un político trabajando fuertemente como ella, todos ellos envueltos en cocteles, comida, dinero, y ella flaca, no de constitución fisionómica sino de aguantar hambre, tener que curar sus enfermedades con remedios caseros porque la salud en el país está vuelta al caño, ¿Y la política dónde está? ¿Y la igualdad? ¿Y los derechos? ¿Y las respuestas? ¿Y el presidente? Marina mira a su alrededor con cierto odio y desprecio a quienes buscan en un hombre egoísta un bienestar común para el pueblo. Qué más queda por contar, Marina Desdichada raya toda la hoja y piensa que es lo mejor, todavía no existe nadie que ¡valga la pena! solamente existen fachadas ideológicas. Para el momento en que llega a su casa a preparar el almuerzo,  prende por un momento la televisión, ocasionalmente mira los canales nacionales, “pa´ ver cómo van las elecciones” y como no pueden faltar los intelectuales analistas, apaga la televisión luego de unas cuantas habladurías que escucha y la ponen furiosa, la que más la marcó fue: “todos los que anulan el voto o, quieren dárselas de revolucionarios votando en blanco, solamente son una partida de ignorantes que no conocen la situación del país y a los candidatos”. En fin, como diría el sabio Salomón: ¡Todo es vanidad!

Para dar una conclusión rápida a lo que quiero llegar, aunque el cuento hable por sí mismo, tengo que recordar al lector que mi personaje no es una minoría en Colombia, es más bien la representación clara de una inconformidad hacia la política tradicional, donde se crean leyes a favor o en contra de sus ideologías personales dejando abstraídos del debate a la población, a los que diariamente tienen que subsistir con un miserable sueldo mínimo, que luchan por la esperanza, esté o no, encerrada aún en la caja de Pandora. Los que anulan su voto o votan en blanco no son estúpidos, son la voz más fuerte que se ha oído en años de elecciones, en señal de que aquí en Colombia no se necesitan ideólogos, acá no queremos ni a la mamerta izquierda, ni al favoritismo de derecha: recordemos el paro agrario o, mejor aún, volteemos nuestra cabeza y observemos a Venezuela. Los políticos solamente sirven a minorías específicas. Eso sí, a los que en realidad quieren ayudar a construir una nación, que pena, los van matando ‘pa’ que no les jodan el trabajito a los de arriba’.

Como soy joven quiero terminar el texto con el pensamiento de otro joven, cito a mi amigo Andrés Caicedo invirtiendo la oración de su cuento Infección: “Dices que ¿por qué vivo yo todo angustiado y pesimista? ¿Te parece poco estar toda la vida rodeado de políticos, periodistas, intelectuales, actores y demás, pero no encontrar siquiera uno que se parezca a mí? No sé qué voy a poder hacer”.

Fotografía tomada de: efe.com

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