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El Otro, la Libertad y la Frontera en “Vida y Época de Michael K

coetzee

José María Albán

“Vida y Época de Michael K”, una de las obras más aclamadas del escritor Sudafricano y Premio Nóbel de Literatura (2003) J.M. Coetzee, narra la historia de Michael K, un hombre de 31 años de edad con una evidente malformación congénita en el labio, en medio de una Sudáfrica azotada por la Guerra Civil. Michael K debe transportar a su convaleciente madre caminando desde Ciudad del Cabo hasta su pueblo natal, donde presuntamente podrá escapar de la crudeza de la guerra. En el camino, la madre de Michael K muere, y a éste le son entregadas sus cenizas. Michael K decide continuar su travesía hasta la casa en la que su madre creció, para finalmente regar las cenizas por aquellos campos.

Una vez en lo que presuntamente es la casa de infancia de su madre, Michael K hace lo propio con las cenizas, y se dedica a cultivar calabazas en el mismo lugar donde las riega. Allí inicia la transformación de Michael K, fuera de los límites de la guerra civil, y de lo que paradójicamente se puede llamar la “civilización”. Aunque Michael K sigue dentro de los límites de Sudáfrica como Estado-Nación, de cierta manera está al margen del conflicto armado. Con el tiempo, vemos cómo los hábitos y costumbres de Michael K se transforman. Michael K es constantemente reincorporado a la guerra civil dentro de campos: de trabajo forzado y un sanatorio. A estos son llevados los sectores más marginales de la sociedad: mendigos y desempleados entre otros. Para Michael K ésta no es la primera experiencia en centros de este tipo. A muy temprana edad su madre lo internó en un hogar donde el Estado albergaba a niñas y niños con discapacidades y deformidades de varios tipos. Es aquí donde vemos un elemento recurrente en la obra literaria de Coetzee, la concepción y el trato hacia el ‘otro’. Michael K está fuera de la norma en su infancia por su anormalidad física, y ya a sus 31 años de edad por no seguir los hábitos y costumbres normalizados en la sociedad Sudafricana, convertido en un paria. Éste es un tema de especial interés en un país como Sudáfrica, para un autor que despreciaba el apartheid: un sistema de segregación claro, donde las fronteras entre ‘nosotros’ y ‘ellos’ estaban muy bien delineadas, por signos y barreras de tipo físico y estructural. En el campo de trabajo forzado, los ‘otros’ trabajan sin contrato y por días en fincas y casas, podando el césped y levantando cercos. Michael K logra escapar del campo de trabajo, y regresa a la casa de infancia de su madre, donde un tiempo después es atrapado nuevamente por las fuerzas de seguridad del Estado y es llevado a un sanatorio. En el sanatorio, Coetzee concede la palabra al único doctor del lugar, quien consigna de ahí en adelante lo que le ocurre a Michael K en un diario. El doctor se fascina por Michael K, por el ‘otro’ cuyo comportamiento está constantemente analizando y examinando, en un intento de normalización que no resulta efectivo. Y es ese el objetivo del sanatorio, normalizar a sus pacientes, demostrar que éstos se pueden reincorporar a la sociedad Sudafricana, proclamar la victoria del Estado de Sudáfrica sobre un presunto y/o potencial enemigo. Éste ejercicio de normalización se lleva a cabo con horarios estrictos y espacios delineados, y con ejercicios físicos diarios; además de lo anterior, el doctor está constantemente pidiéndole a Michael K que le cuente la historia de su vida, en lo que para mí es el intento de tener un registro coherente y lineal del individuo (todas éstas características de las instituciones de la sociedad disciplinar que el filósofo Michel Foucault describe en su obra “Vigilar y Castigar”). Un día Michael K resulta saltando la reja del sanatorio con las pocas fuerzas restantes, ya que se negaba a comer la comida del sanatorio (en lo que se podría interpretar como su negativa a comer algo distinto a los frutos de la libertad, o de la tierra en la que nació y murió su madre). El doctor inicia entonces un proceso de reflexión, donde especula si Michael K lo aceptaría como uno de los ‘suyos’ y fantasea con la presunta libertad de la que éste goza.

Y es que la libertad es uno de los temas principales del libro. En la finca de infancia de su madre, Michael K vive en un hueco en la tierra, cubierto por una lámina de metal, al lado de su cultivo de calabazas y melones que riega con el agua de un pozo cercano. En ocasiones caza lagartijas y come insectos. Aunque Michael K disfruta de no ser parte de la civilización y la guerra, decidiendo cuándo comer y cuándo descansar, a mi modo de ver su libertad es cooptada de varias maneras. Si usamos las concepciones hegelianas de libertad: en términos negativos (esto es ausencia de constreñimiento), Michael K se ve limitado a un espacio muy reducido de la finca donde está su cultivo y el agua. Aunque está fuera de los límites de la guerra civil, su libertad finaliza donde la guerra se libra, por tanto su existencia quiéralo o no está atravesada por el conflicto. Y si planteamos la libertad en términos positivos (la libertad de hacer, de desarrollar) ésta también se ve cooptada. Michael K tiene unos utensilios y unas posibilidades muy limitadas, por tanto su potencialidad como ser humano se queda en eso, en potencialidad (se podría argumentar que estas potencialidades sólo pueden ser realizadas en sociedad). El aislamiento de Michael K, sus limitadas opciones alimenticias y el hueco cubierto por una lámina donde vive representan la ausencia de libertad de Michael K.

Aunque Sudáfrica como tal está en su totalidad en guerra civil, hay lugares inhabitados, que Michael K añora y disfruta por la perpetuidad del silencio. Michael K se cuestiona si dentro de los límites del Estado-Nación existen espacios que no hayan sido reclamados por entidad alguna. Si existen espacios que no pertenezcan el Estado o a privados. Esa pregunta es fundamental en una sociedad moderna, ya que uno de los procesos desencadenados por la modernidad fue el reclamo por parte del Estado de la totalidad del territorio Nacional, distinto a los Imperios pre-modernos, donde las fronteras eran permeables y no claramente delineadas. Éste es un tema que Coetzee trata en “Esperando a los Bárbaros”, donde la frontera del imperio se extiende constantemente, acaparando tierras vírgenes donde viven los “bárbaros”, nómadas. Ahora, si bien Michael K está dentro de las fronteras de territorio Sudafricano, se podría argumentar que llega un punto en la historia en el que él se sitúa fuera de jurisdicción Estatal, pero es reincorporado por la fuerza a los archivos e instituciones del Estado constantemente.

Al final lo que resulta evidente en la obra de Coetzee, es la fascinación del autor por el proceso civilizatorio y sus consecuencias; y el intento de individuos de resistirlo y situarse al margen de éste.

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