La tortuga y el patonejo

Publicado el Javier García Salcedo

Respuesta del Sr. Andrés Hoyos a mi «Carta Abierta»

A continuación hago público en su totalidad el correo que envió el Sr. Andrés Hoyos hace unas semanas a la cuenta asociada a este blog, en guisa de respuesta a la carta abierta alrededor de la tauromaquia que le envié y publiqué en el post anterior. No lo había publicado antes pues no contaba para ello con la autorización explícita de su autor. Agradezco al Sr. Hoyos haberse tomado el tiempo de leer y responder mi carta abierta, así como su deseo de hacer pública su reacción a ésta. Con ello solamente favorece la deliberación racional en torno a este tema–deliberación con frecuencia amenazada por las (frecuentemente malas) pasiones que suscita la tauromaquia entre sus defensores y detractores. Mi contra-respuesta, naturalmente, vendrá, aunque debo confesar que por motivos profesionales quizá tarde un poco en llegar. Buena lectura, buena reflexión, y buen día.

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Estimado señor Salcedo,

Gracias por el comentario, que paso a comentar.

Como soy viejo polemista, sé que cortar a la medida al contradictor es una práctica común. Aun así, poco ayudan términos como “bochornoso grupúsculo” y otros por el estilo que utiliza usted. Pero dejémoslos pasar, pues los suyos palidecen en comparación con los insultos de gran calibre y las madreadas que me soltaron en otras partes. Sucede que entre los antitaurinos se da un grupete realmente nefasto. Hay que ver la virulencia que exhiben cuando uno apenas está expresando una opinión pensada que cree sustentable.

Un par de elementos personales: aunque he ido a unas pocas corridas, no soy aficionado a los toros, así que si los prohíben, a mí poca falta me harán. Lo que me hará falta es la libertad que se va con la prohibición. Así que me perdonará usted pero mi tema es la libertad, no específicamente la tauromaquia.

Una columna se tiene que escribir en 3.500 caracteres con espacios, de modo que es preciso apretar mucho las ideas para que quepan. Así, no se me escapa que la civilización comenzó con la implantación de ciertas prohibiciones esenciales, como la del asesinato en todas sus formas, la del robo, la del incesto (más problemática, pero necesaria), y el resto de comportamientos hoy contenidos en los códigos penales del mundo, referidos muy principalmente a las relaciones entre seres humanos. Muy pronto, sin embargo, vinieron dos fenómenos concomitantes: 1) la autorización o reforzamiento de multitud de comportamientos dañinos, como la tiranía, el racismo, la esclavitud, la desigualdad entre hombres y mujeres, así como 2) la prohibición de otros muchos comportamientos que con el tiempo se revelaría problemática: la prostitución, el consumo de alcohol, la blasfemia, la insumisión, el consumo de psicotrópicos, la homosexualidad, el aborto y un larguísimo etcétera. Por si acaso, las revoluciones democráticas se hicieron para abolir una inmensa cantidad de prohibiciones que venían con los regímenes absolutistas, de modo que me sostengo en que hoy por hoy lo civilizado es eliminar prohibiciones y sólo excepcionalmente implantar nuevas.

Lo cito: “No creo que exista proporción alguna entre el número de prohibiciones de una sociedad y el nivel de civilización de ésta”. Pues vaya que no estoy de acuerdo con usted. Aunque el elemento cualitativo tiene más peso que el cuantitativo, puede decirse sin despeinarse ni un instante que en Suecia hay muchas menos prohibiciones que en Arabia Saudita y, para mí, Suecia sí que es un país más civilizado que Arabia Saudita.

Ahora bien, usted se me salió por la tangente contemporánea de no considerar problemática la homosexualidad, punto de vista que no tiene 30 años de vigencia. Hasta los años 70 la homosexualidad se consideraba una enfermedad y una aberración. No mencionó, en cambio, casos como el consumo de psicotrópicos, la pornografía, el aborto, el suicidio asistido, la eutanasia y la prostitución, todos prohibidos en distinto grado en muchos países del mundo y de manera innecesaria. Y verá que a favor de cada una de esas prohibiciones hay argumentos de peso que, a mi juicio, no contrarrestan los que llevarían a la respectiva despenalización regulada. Y digo regulada porque dichos comportamientos se pueden regular. Por ejemplo, las drogas deben estar permitidas a mayores de edad, pero se les puede cargar un alto impuesto; la prostitución debe estar permitida a mayores de edad, pero en lugares y zonas delimitadas. Y así.

Lo cito: “Ahora bien, creo que a muchas personas les ‘fastidia’, por ejemplo, la pederastia—con excelentes razones. Y creo que estas personas estarían justificadas al ceder a su ‘manía prohibitoria’ y al exigir, en consecuencia, la promulgación de una ley prohibiendo explícitamente esta práctica, en el caso en que tal ley no existiera en su comunidad”. La violación, y peor aún si involucra a menores de edad, es un crimen repugnante, pero en el territorio del sexo entre menores de edad las cosas distan mucho de ser blanco o negro. Piense usted en dos hombres, uno de 16 años y otro de 19 años, que se sienten atraídos y tienen relaciones sexuales consentidas, como pasa a diario en todo el mundo. Según una interpretación draconiana de la ley, el muchacho de 19 años es un criminal y debe ir a templar a la cárcel. ¿Lo enviaría usted allá? Yo no.

Al pedir que se prohíban las corridas de toros usted invoca argumentos de orden moral, pero está claro que la moral personal, así se considere sólida, no se puede implantar en bloque a la sociedad. La tolerancia, por supuesto, no consiste en tolerar lo que no le molesta a nadie. Así no es gracia. Consiste en tolerar lo que a uno no le gusta ni poquito. En todo caso, el debate prohibicionista debe centrarse en las razones para prohibir. Para mí, la visión liberal establece como criterio fundamental para establecer una prohibición el derecho de las demás personas, el cual ahora incluye al medio ambiente. Porque si quisiéramos incluir como criterio determinante en la ecuación el derecho de los animales, todos tendríamos que convertirnos en vegetarianos, algo que yo no estoy dispuesto a aceptar.

Y vaya si el tonito de superioridad moral es un invento viejo. Desde siempre los creyentes, cuando no pueden silenciar al incrédulo, intentan minimizarlo, claro, camino al garrotazo que pretenden que el Estado descargue en favor de su “moral superior” sobre él. Por ejemplo, se admite a regañadientes que haya libertad de cultos y luego se pide imponer bajo cuerda los criterios de la religión en materias como el aborto. No digo, como usted sugiere, que el tonito implique que el arrogante no tenga nunca la razón; digo que hay que hacer caso omiso de ese tonito, a veces insultante, del prohibicionista.

A usted no le gusta que yo junte las distintas prohibiciones en un solo haz, pero déjeme decirle que los prohibicionismos, pese a tener objetos distintos, se atraen entre sí. Dicho de otro modo, las prohibiciones, como las libertades, vienen en cascada. Hoy prohíben los toros, mañana otra cosa, pasado mañana… Isaiah Berlin lo definía bien: mi libertad muchas veces consiste en estar libre de prohibiciones aparentemente benévolas.

He dejado para el final la preocupación principal que me opone al espíritu prohibicionista. Sucede que el problema más grave que sufre Colombia*, mi país, desde hace 35 años, su catástrofe, es el narcotráfico, el cual se deriva de una prohibición estúpida, la del consumo de psicotrópicos. Por ello, porque refuerza la ideología prohibicionista, veo con malos ojos la idea, que muy posiblemente llegue a imponerse algún día, de prohibir la tauromaquia. ¿Prohibir los toros nos adelanta aunque sea un centímetro en la resolución de los graves problemas de Colombia[1], empezando por los gravísimos que nos causa vivir bajo un régimen prohibicionista? En mi opinión no, así que no cuenten conmigo para su campaña.

Un saludo,

Andrés Hoyos

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[email protected]

Twitter: @PatonejoTortuga



[1]
A México le pasa algo parecido.

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