Otro mundo es posible

Publicado el Enrique Patiño

‘La leyenda de la isla sin voz’, de Vanessa Montfort: un homenaje a la imaginación

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Hay libros que te remecen como si estuvieras en un bote y de repente una ola venida de la nada apareciera, te dejara hecho una sopa y te sacara de la zona de comodidad. Gracias a libros de este tipo uno entiende -volviendo al símil del bote- que lo tranquilo de la superficie no es lo que hace la vida interesante, sino precisamente las corrientes subterráneas, las mareas y esos movimientos abruptos que te devuelven a una realidad de ilusiones y desencuentros paralelos. Aunque, para hacerle más justicia al libro, habría que decir que más que una ola, La leyenda de la isla sin voz me resultó una especie de maremoto cuando cerré su última página.

Me acaba de suceder eso con este libro de la autora española Vanessa Montfort, una joven a la que le sobra talento, con esta novela suya distribuida en Colombia por Penguin Random House. La obra, para decirlo en pocas palabras, sucede cuando el célebre escritor Charles Dickens viaja en 1842 a la isla de Blackwell, frente a Manhattan, para visitar su decadente prisión y de paso a sus enfermos, prostitutas, huérfanos, desadaptados y personas encerradas en el manicomio en condiciones vergonzosas. Entonces, todos ellos eran considerados la escoria de Nueva York y aunque vivían de frente a la Gran Manzana, en realidad permanecían aislados del mundo. Eso sucedió. También es un hecho que en ese entonces Nueva York era apenas una urbe de rufianes y emigrantes que no sospechaba su destino grandioso pocas décadas después.

 

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Y así, entremezclando verdades y ficción en poco más de trescientas páginas, el libro crea una base fantástica que suena absolutamente real para narrar cómo nació el famoso Cuento de Navidad de Dickens que lo llevó a la fama mundial, la verdad de lo que sucedía en la isla de Blackwell y de quienes vivían allí y las peripecias que tuvo que vivir Dickens para sobrellevar su experiencia en la isla frente a un grupo de enfermeros y médicos lúgubres y peligrosos que obraban más contra los enfermos que a su favor. Pero esos son detalles de la historia. Porque lo que queda es la construcción de los hechos y el tremendo homenaje que le rinde a la imaginación.

Porque La leyenda de la isla sin voz es un hermoso homenaje a la imaginación y a la libertad. Es uno de los cantos más bellos acerca de cómo la imaginación transforma a las personas aunque estas sobrevivan en situaciones precarias. Es una pincelada de color en un escenario de bruma y niebla en la gris Nueva York de hace dos siglos, en el que el colorido más grande lo entrega el memorable personaje de la enfermera Anne Radcliffe, quien se encarga de que coincidan en ese punto del mapa el escritor y los desadaptados para redimirlos a todos a través de la libertad y el poder de las historias.

 

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Todos ellos darán, en la novela, vida al Cuento de Navidad de Dickens. Y el escritor les dará un regalo de libertad a todos los recluidos en Blackwell a través de sus relatos. El resultado es lo que hace mágico el libro: les permitirá cambiar la rutina del abandono extremo al que los tienen sometidos por la certeza de que la ficción concede la libertad.

Después de leer La leyenda de la isla sin voz, creí comprender que la autora, Vanessa Montfort, había creado un personaje en la enfermera Anne Radcliffe que le sirve de espejo o al menos la refleja en parte. Un personaje tan justo y frágil capaz de luchar contra el sistema con tanto ímpetu tiene que ser parecido a esta escritora que emprende una defensa tan vehemente de la imaginación en un escenario tan difícil como el de la isla de Blackwell. Porque nadie emprende una novela tan compleja como bien lograda solo para defender el poder de la ficción y para regalar un poco de libertad en una ciudad ficción a través de las palabras, a menos que uno mismo ame hasta el extremo las fantasías. En resumidas cuentas, para crear una historia que gire en torno al amor que no debe ser, a la ficción que no está permitida, a la imaginación prohibida, a los excluidos, a las ciudades que están hechas para que en ella nazcan historias que en otras no serían posibles, uno tiene que estar hecho de otro material, vivir en el extremo de los sueños, creer en el poder de la entrega hacia los demás, apostarle a esa cosa vana para muchos que es el amor o un mundo mejor.

De alguna manera, adivino que Vanessa Montfort es Dickens y es la valiente enfermera Radcliffe, que es ella también la enfermera italiana seductora y es ella el gigante que ha sido maltratado y hace las cosas por bondad, que es ella el niño que se escabulle en cualquier resquicio para espiar a todos y también podría haber sido ella el malvado señor Scrooge o Scraugh si alguna vez en su vida no hubiera optado por creer en que las historias tienen otra posible mirada. Gracias a las palabras de su libro, ese grupo de seres marginales de la isla de Blackwell cambia su destino aunque quizás no haya sido así en realidad, y en la vida real hubieran estado condenados por siempre al abandono. Pero no importa: sucedió en la imaginación y eso ya lo cambia todo. Eso es lo verdaderamente significativo de La leyenda de la isla sin voz.

 

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Ese es su mérito: que su espíritu está en todos los personajes. Y que ella, de nuevo como el símil de las olas, crea una ciudad ficción llena de personajes memorables, con la certeza de que puede golpear y remecer o mecer al lector para darle una nueva perspectiva o al menos para darle un buen chapuzón. En esa isla en medio del agua, ella es sed pura. En esa sed de personajes que buscan aliento, Vanessa Montfort es el agua.

 

Enrique Patiño, Bogotá, 5 de julio de 2014

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