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El uribismo no se quiere divorciar de las Farc

Uribe

Por: Tomás Molina*

El psicoanalista francés Jacques Lacan tenía un gran gusto por las afirmaciones llamativas y extrañas. Por ejemplo, en sus seminarios decía que los celos son patológicos incluso si encontramos a nuestra pareja acostada con otra persona. Eso se debe a que la verdadera pregunta para el psicoanálisis no es si los celos están justificados, sino qué función cumplen los celos en el mantenimiento de nuestra propia identidad. El celoso, en efecto, no puede concebir un mundo en el que él mismo no sea celoso. Por eso sus celos son patológicos.

Exactamente lo mismo podemos decir del uribismo y la ultraderecha colombiana en general. El odio a las Farc es patológico incluso si está bien justificado. En efecto, las Farc han sido tremendamente salvajes e injustas. Hasta la misma izquierda democrática ha sufrido en carne propia la brutalidad de la guerrilla. Pero la injusticia de las Farc es secundaria para entender la patológica oposición del uribismo a la paz con la guerrilla. Aquí la pregunta no es si su miedo a las Farc está bien justificado, sino qué función cumple su odio a las Farc en el mantenimiento de su universo ideológico. En otras palabras, ¿por qué el uribismo necesita a las Farc para sostener su posición ideológica?

Como en el caso del hombre celoso, el uribismo no puede concebir un mundo sin las Farc. En efecto, el proyecto político uribista existe en torno a las Farc y gracias a las Farc. Paloma Valencia lo acepta ingenuamente en el último vídeo que publicó cuando dice que lo que más le llamó la atención de Uribe cuando lo conoció fue su énfasis en la seguridad: el uribismo es un proyecto que se construye contra los actos de las Farc, pero que no tiene nada más que ofrecer. No tiene ningún proyecto real de país, excepto la extenuante e injusta prolongación del país que ya existe.

Si uno lo mira bien, el uribismo es el aliado número uno de las viejas Farc: el uribismo es el único que quiere que las Farc sigan existiendo tal y como existieron hasta antes del acuerdo. El uribismo es como el esposo celoso que desea con todas sus ganas que su mujer sí le sea infiel para poder seguir lamentándose de su infidelidad. Solo que en este caso el uribismo desea con todas sus ganas que las Farc sigan existiendo para poder seguir lamentándose de su existencia.

La incorporación de las Farc a la vida civil sería el equivalente uribista del divorcio para el hombre celoso: ya no tendría nada de qué quejarse. Si las Farc dejan de matar, los uribistas no tendrán más una razón de ser. Perderían toda su identidad y pasarían a ser otro partido más de ultraderecha. En efecto, el mayor miedo del uribista no es que las Farc transformen a Colombia en Venezuela, sino que unas Farc absorbidas por el sistema dejen de ser una amenaza: sin la constante amenaza guerrillera su proyecto político pierde sentido.

El uribismo, pues, no se quiere divorciar. Y quizá no podamos convencerlo de firmar la separación. Freud se enfrentó al mismo problema: les decía a sus pacientes qué patologías sufrían, pero de todas maneras estos se negaban a superarlas. ¿Por qué insistían en vivir una vida miserable? La conclusión de Freud fue que de algún modo disfrutaban su síntoma. La gente a veces disfruta de un modo retorcido sus sufrimientos, porque no sabría qué hacer sin ellos. Hacen parte tan fundamental de su identidad que ya no pueden imaginarse de otro modo. No obstante, pese al disfrute de su propio síntoma, quizá debemos decirle a los uribistas lo que dicen los libros de autosuperación de los supermercados, aunque Freud los hubiera odiado, y aunque a mí no me gustan:

¡Divórciense y paren de sufrir!

*Magíster en filosofía y estudiante de Ph.D.

@platom

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