El Magazín

Publicado el elmagazin

¿Y si Fernando Vallejo fuera Fernanda?

4d287d028180d30062f1356989694650

Por: Laura Sanabria Rangel*

@LSanabriaR

Siempre que Fernando Vallejo Rendón proclama un discurso revoluciona las redes sociales y los medios de comunicación con lo que dice. Le aclaman o le reprochan aquellos argumentos con los que arremete contra la política colombiana o la iglesia católica, pero nunca se le manda a callar. Nunca se le tilda de histérico o menopáusico, o de que su acidez y alzadita de tono no están a la altura de las circunstancias.

Por el contrario, esa actitud irreverente, provocadora y en muchas ocasiones irrespetuosa es en gran parte lo que ha logrado que sea tratado como toda una celebridad.

Ha tachado a la iglesia de puta, de ser una grandísima puta; renunció a su nacionalidad colombiana, y entre detractores y seguidores siempre ha sido catalogado por lo que es: un gran escritor.

Entonces, ¿por qué son diferentes las reacciones cuando las que pronuncian discursos airados son mujeres como Sara Abril en la Universidad Nacional, Carolina Sanín Paz en la Filbo o Claudia López Hernández en el Congreso de la República?

A pesar de que en Occidente las mujeres han librado luchas trascendentales y fundamentales como el derecho al voto, la educación o el trabajo, esto no es sinónimo de haber erradicado cualquier forma de control o sometimiento hacia estas. Existen otro tipo de dispositivos de control, casi imperceptibles, que afianzan el machismo exacerbado.

En una sociedad como la colombiana es tangible la dominación económica, psicológica, física o intelectual. Solo resaltaré algunos, de los múltiples, ejemplos:

–          Económica: núcleos familiares en donde el hombre continúa siendo el único que labora o con la posibilidad de tener un mejor salario o mejores oportunidades profesionales, y por ende directa o indirectamente la mujer depende de él para el desarrollo de sus anhelos personales.

–          Psicológica: dándole un único valor a la mujer, el cual tiende a ser físico. Desde piropos en la calle, los cuales ‘inofensivos’ o no, le atribuyen una única cualidad; hasta comportamientos ya habituales en donde familiares, amigos o conocidos lo primero que resaltan al ver a una mujer es lo bonita o linda que está, a diferencia que sucede con un hombre.

–          Física: dominación por parte del Estado o la iglesia de asuntos personalísimos como son sus derechos sexuales y reproductivos.

Sin embargo, el mecanismo de control hacia la mujer que me interesa ahondar es el intelectual. Pues pareciese que asusta una mujer que piensa o actúa diferente a los cánones familiares o sociales.

Intervenciones como las de Sara Abril, Carolina Sanín o Claudia López, las cuales suscitan polémicas en redes sociales o medios de comunicación recaen no en sus argumentos, sino en arremetidas personales, las cuales buscan una sanción social normalizadora o jerárquica.

Normalizadora cuando se trata de acallar sus voces cacareando: “eso es porque es lesbiana”, “esa es solo una gritona, altanera y grosera”; y jerárquica cuando un hombre silencia o intenta silenciar a una mujer pues, consciente o inconscientemente, considera que tiene “mayor autoridad”; o cuando un periodista hombre cataloga a una mujer mayor de edad de ser una “niña”, como diciendo: “pa’ qué le ponemos atención”.

Estas reacciones son más comunes de lo que se cree, y las mujeres mencionadas anteriormente son tan solo tres ejemplos que reflejan la realidad de muchas en universidades, familias o trabajos, en donde pretenden ser sancionadas y minimizadas por hablar ‘durito’, pues los únicos que lo pueden hacer son los profesores hombres, los estudiantes hombres, nuestros papás o nuestros hermanos, el gerente o director de área hombre.

No es coincidencia que en Colombia solo el 4 % de los dueños o directores de las 100 compañías más grandes sean mujeres. Y que en general éstas ocupen solo el 12 % de los máximos puestos gerenciales, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2015.

O que las colombianas trabajen más horas, cuenten con más años de formación académica que los hombres, pero ganen un 20,2 % menos que ellos, incluso desempeñando labores similares, de acuerdo a cifras del Dane.

Tampoco es casualidad que en 2015 del promedio de 205 reportes diarios que se presentaban por violencia intrafamiliar 171 fueran contra mujeres. Para un total, según cifras de la Policía Nacional y Medicina Legal, de 62.565.

El empoderamiento de la mujer en la sociedad no tiene como fin último erradicar el rol que hasta hoy ella ha asumido, sino dar la posibilidad a que precisamente no sea solo uno. Ojalá, cada vez que se tropiece con una mujer que no se queda callada, que alza la voz, que se enfurece o se entristece al hablar, la oiga, la escuche, la tome en serio, en vez de gritar como macho herido que no quiere oír de su “feminismo trasnochado”. Lastimosamente, por tener huevos, usted no debe ser ni más escuchado, ni es más valioso.

 

*Comunicadora social periodista de la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab). Estudiante de la especialización en derecho constitucional de la Universidad Externado de Colombia. Directora de comunicaciones de la agencia de publicidad Los Otros Agencia.

Comentarios