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El Tiempo perdido I

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Por: María del Pilar Mora Rodríguez

A la luz del amanecer se enciende la maquinaria de la fábrica. Miles de engranajes de diferentes tamaños empiezan a girar y a mover el mecanismo. Los transeúntes pasan a su lado y se maravillan de la precisión con que encaja cada piñón, cada tornillo, cada tuerca. Los engranajes en diferentes tonos de gris se mueven de manera constante y sin descanso. Los operarios de la máquina se mueven a ritmo pausado, acompasado al de la máquina gigante. La máquina es usada por ellos? o ellos son parte de la máquina? Sólo con verlos no se puede apreciar la diferencia. A contraluz se aprecia el humo que sale de la chimenea que tiñe de un gris similar al de la máquina el cielo de la ciudad.

De la máquina de desprenden miles de tuberías que se extienden más allá de la fábrica como tentáculos que se alargan uniendo a la máquina con los pueblos y las ciudades de los alrededores. Más operarios cuidan de los tentáculos y caminan en paralelo a los tubos. ¿Saben a donde se dirigen? o simplemente caminan siguiendo el sendero de metal hacia lo indefinido. Cada parte que se integra al mecanismo se convierte en parte de él. A su paso, los caminos de metal ocultan las diferentes tonalidades de verde de las montañas.

La máquina debe producir… produce materiales, ruido, dinero, desechos, humo… También produce seguridad, falsa confianza, trabajo, miedo… Consume energía, sueños, tiempo y vida de manera indiscriminada. Nadie se pregunta en donde quedan esos insumos preciosos o quien paga por ellos. De vez en cuando alguno de los operarios desaparece y es reemplazado por otro sin ruido y sin descanso.

Al caer la tarde las luces de la fábrica iluminan la ciudad, los operarios se alejan lentamente de la máquina y su sombra se confunde con la oscuridad de la noche.

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