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Vocación endemoniada

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Por: Éel María Angulo

San Juan, Puerto Rico. 17 de marzo de 2016.

La escritura es un demonio. No dispara, no corre, nace. Es Inquieta. Te hace dudar de todas las respuestas y cuestiona el valor de cada pregunta. Mueve tus manos en un baile de desesperada entrega, de deseo, de posesión, en el que los dedos teclean, separan y entrelazan ideas.

La escritura no trabaja sola. Comete sus fechorías en complicidad con el periodismo. A veces lo suplanta, se disfraza de él para conquistar narradores marineros, para encantarlos y llevarlos a su puerto, como una sirena con su inexplicable canto secreto. Como todo buen demonio, nace del misterio de lo desconocido, pero este no se aleja con cruces, ni con gotas de agua bendita, este es todavía más rebelde. Se enfrenta a lo que venga, desde políticos corruptos hasta amantes dementes.

La escritura no se rinde. Punza desde adentro. Aprieta el estómago. Se ríe de sus víctimas. Las amilana, las corteja, las doblega. Suspira con cada obsesión, con cada texto. Se regodea en el éxtasis de hacernos sentir necesarios. Se inspira en el placer de contar para llevarnos al destino final, la muerte de un cisne ahorcado. Nos ayuda a matar. Nos convierte en asesinos de manos limpias.

La escritura no decidió ser demonio. Su madre es la vocación, la parió con dolor, se desangró por ella, por eso la guía y la protege. Es sobrenatural y atrevida, enloquece de gratis, no te avisa. No cede ante presiones. No viste a la moda, viste lo que quiere, viste lo que muestra. Al fin y al cabo es un demonio. Al fin y al cabo nos conquista, nos distrae, encarna un mal necesario, un oficio de reproches convenientes y respaldos interesados.

La escritura no miente. Sabe a quién elije, a quién acribilla con su sonsonete, con su susurro agobiante, con sus ganas de más. Duerme poco, nos despierta por la madrugada. Aparece en los baños. Interrumpe conversaciones. Termina amores. Daña comidas. Enloquece a quien se deja.

La escritura es negra. Su silueta es curva, sus ojos son letras. Sí, habla en lenguas, toda las que puede. Las descifra, juega su juego. Nos tortura con la curiosidad, la manda a mordernos y le ordena no soltarnos hasta saciarla.

La escritura es huraña. No concede entrevistas, las busca. Tiene un instinto suicida, te lleva por caminos de riesgo, pero hace que goces. No usa grabadora, todo lo recuerda. Es pretensiosa, insiste hasta que logres lo que quiere, lo que ella quiere, ella es la que manda.

La escritura ahoga. Sumerge en aire y agua. Moja prejuicios, desvanece estereotipos. Es de buen olfato, huele el miedo, el engaño, la mentira. Destila pasión, se seca con la toalla del olvido. Cruza las calles sin mirar los semáforos. Persigue personajes. Atormenta clichés. No le gustan las sombras, siempre quiere ser ella. Es auténtica, impredecible, azarosa. Hija de la vocación, madre de la perturbación, dueña de las historias. Es un demonio sin nervios que entra por los ojos de quien la lee, de quien la busca, y se apodera de quienes llegan al final de los cuentos, así que el próximo puedes ser tú.

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