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A Carlos José, lo que es de Mayolo

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Adriana Villamizar Ceballos

Si al hablar de autoría cinematográfica se generan peleas interminables, como la comentada entre los mexicanos Alejandro González Iñárritu, ganador tanto en Hollywood como en Europa, y Guillermo Arriaga, guionista de Amores Perros, 21 gramos, y Babel, quienes después de haber congeniado y realizado ese trío de películas que hoy les permite pertenecer a las grandes ligas de la industria, ahora van por su lado porque su discusión acerca de la autoría en el cine los separó para siempre.

Qué podría pensarse o decirse entonces acerca de mencionar a un director, colombiano en este caso, como un autor en narrativa y realización televisiva. Hace varios años, realicé una tesis de grado en la que pretendía demostrar que sí podía hablarse de autoría en televisión, y precisamente por la llegada de las grandes ligas del cine a la pantalla chica. Este documento, hecho a finales de los ochenta, tuvo como gran obstáculo la demostración de tal enunciado, y a regañadientes fue  aceptado.

Durante varias décadas han existido incansables hacedores cinematográficos, que ante la imposibilidad de hacer cine en Colombia en los años ochenta y noventa, entraron a formar las filas de productoras televisivas, hoy canales de televisión. Intentando no olvidar a quienes comenzaron esta larga carrera, no puede dejarse fuera de la lista  nombres como Jorge Alí Triana, Sergio Cabrera, Pepe Sánchez, Magdalena La Rotta, Rodrigo Lalinde, Humberto Dorado y Carlos José Mayolo, quien motiva varios asombros en 2016 a diez años de su muerte.

Cuando Carlos José Mayolo aceptó hacer parte de una productora de televisión nacional, lo que quiso y logró fue inyectar cinematografía a la narrativa plana y poco explorada visualmente de la televisión, hastiada ya de sus repetitivos planos medios y sin muchos matices, tanto en su tratamiento pictórico, como en la creación de sus personajes. En 1990 asistimos a una serie fresca, con planos generales y muy amplios que mostraban en su esplendor el Valle del Cauca, los ingenios azucareros y las historias, en su gran mayoría, rescatadas de la entraña más pura y desde la familia del propio Carlos Mayolo, con argumentos inicialmente escritos por el dramaturgo Sandro Romero Rey, uno de sus allegados e imprescindible componente del Grupo de Cali, o del tan mencionado por estos días, Caliwood.

Por traer al tema una obra comparativa sobre un remake, habría que referirse a Psicosis de 1989, película realizada por Gus Van Sant y que tuvo como patrón único a la Psicosis de Alfred Hitchcock de 1960. Al reflexionar Van Sant en La historia del cine, una odisea, un extenso y estupendo documental de Mark Cousins de 2011, dice: “Mi película ejemplifica que no se puede copiar algo. La intención era saber qué pasaba si intentabas hacer exactamente lo mismo. Lo que yo aprendí es que aunque los planos sean iguales, aunque la interpretación se parezca, las intenciones del director y su espíritu son diferentes. Para mí a Psicosis le faltaba parte del núcleo de la original, que es esa oscura tensión subyacente; en mi versión esa tensión no existía”.

En el caso del remake de Azúcar, para nadie es un misterio que Mayolo no solo refrescó el lenguaje televisivo, sino que impregnó de veracidad la serie, por el tratamiento visual y narrativo, la creación de personajes maravillosamente interpretados por actores y actrices como Vicky Hernández, Helios Fernández, Gerardo de Francisco, Carmenza Gómez, Alejandra Borrero, Gerardo Calero, entre muchos más, quienes hablaron abiertamente de racismo, sexualidad, conjuros, maldiciones, negocios turbios, calores, vientos y valles verdes y verdaderos. Y como si fuera poco, con ese humor negro característico de un autor de televisión.

Tampoco es un misterio para nadie, más para quienes estuvieron en el rodaje de Azúcar en 1989 y 1990, que gran parte del equipo y bajo la batuta de Carlos Mayolo, insuflaron cada argumento, cambiaron uno a uno los libretos originales, y no por incrustar un sello a la fuerza, sino por lograr una televisión diferente, fresca, moderna y, al fin y al cabo, cinematográfica. De alguna manera Mayolo, que siempre rodó con sus “pocos buenos amigos” y no tenía dudas de la creación colectiva, aprendida con sus colegas del TEC y del Teatro La Candelaria, se dio a la tarea de darle vitalidad a la forma plana de contar historias en la pantalla chica.

Este pasado miércoles 9 de marzo se estrenó un remake de Azúcar, claro, con otros realizadores, pero con la misma productora que es hoy canal, bajo la producción general de la serie. Asombran varios aspectos de este homenaje permanente al Azúcar del siglo pasado. Hay planimetrías idénticas, personajes sin leves guiños a los actores del primer elenco. Lo que se escucha, lo que se sabe, y no por programas de chismes, más que de espectáculo, es que para llegar a un producto televisivo como el que se pretendía y en formato cine tuvieron que transcribir de pantalla emitida cada libreto y volver a grabar sobre ellos. Y es claro, porque la única constancia de ese trabajo colectivo entre actores, técnicos y Carlos Mayolo fue el Azúcar de 1990, una de las series que marcó la nueva forma de hacer dramatizados en Colombia.

Asombran más los diálogos exactos,  la icónica maldición, sin una coma de diferencia, los planos similares, la factura, la colorimetría casi idéntica, los vestuarios, la ambientación y la realización en general, como un perfecto homenaje al Azúcar de Mayolo. Pero lo que más indigna ahora es que en ningún crédito, recuerdo, testimonio o reportaje mencione a Mayolo como el autor de la serie original.

Ya va siendo hora de darle el lugar necesario a quienes pueden realmente llamarse autores de televisión, y que los hay, los hay, si no fuera así, tal vez habría sido muy difícil tener ganancias millonarias por ventas en el exterior y considerar que nuestra televisión marcaría una pauta en la realización, no solo en Latinoamérica sino en el mundo entero.

Insertar un crédito no quita mucho tiempo en una sala de edición y es al menos un gesto de respeto por un director que nos enseñó a mirar de una manera distinta la narración en televisión. A esta versión, sin sus créditos originales, le falta esa tensión de la que habla Gus Van Sant, le falta el azúcar precisamente, mezclada con sangre negra y blanca, le falta el humor de su autor original, la frescura y agilidad del montaje, gracias a la planimetría que él le impregnaba.  Lo que le sigue faltando, y en grande, es un verdadero reconocimiento a uno de los pocos autores de la forma de narrar de nuestra televisión.

Sería preciso entonces darle a Carlos José lo que es de Mayolo, su autoría en televisión y el homenaje que no se le ha hecho por insuflar un atrevido lenguaje cinematográfico, la realización y narración en la televisión colombiana, hoy llena de tantas glorias, premios y reconocimientos, tanto a nivel nacional como internacional.

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