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El amor como acto político

 

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Ángela Martin Laiton

Se quedó sentada ante la impotencia que le producía la despedida. Había vivido un idilio típico durante muchos años, había construido una historia de amor romántica que le había generado subidas y bajadas en torno a la forma en la que proyectaba su vida. – Diablos, diablos, me quiero ir pero no sé cómo ¿Cómo soltar el apego? ¿Cómo aceptar de una vez por todas que la vida es una inmensa incertidumbre?

Prendió el quinto cigarrillo y se quedó viendo por esa ventana de su cuarto que daba a un patio central. En el departamento del edificio del frente una pareja discutía por el cuidado de un niño. Subían la voz. Imprudentemente, ella se quedó helada observándolos. La mujer de la discusión la miró y cerró la ventana violentamente.

Percibió el agobio que le provocaba a la gente la percepción del amor que se construye entre parejas; la deconstrucción del amor romántico es quizá una discusión que se ha dado mucho entre los procesos feministas, aun así, dar la consigna es lo más fácil de todo esto, pensar nuestra vida propia como un proceso político que desde lo fundamental está reproduciendo sistemas de dominación es el choque real del quehacer feminista.

La idea de que el amor se vive solamente desde la heterosexualidad obligatoria, desde la posesión, la monogamia y la entidad matrimonial, es efectiva para el sostenimiento de una organización económica y política en la que priman la asociación mercantil y la reproducción de una moral instituida desde tiempos antiquísimos, el matrimonio como recaudo del capitalismo y la ficción religiosa de la dominación repartida. Todo esto en la cabeza, bien leído, bien repetido, ver los problemas que tiene el sistema fuera de sí misma no era un reto muy difícil, hablar a otras mujeres sobre la violencia machista y el sistema patriarcal ya era parte de su cotidianidad, pero qué hacer con el sistema que tenemos interiorizado, el que es mucho más violento, esa fuerza conductual sobre lo que se siente y la forma como se vive el amor.

Era su reto, entre lágrimas se explicaba que el amor es un acto político legítimo que también debe reconsiderarse para hacer del mundo un lugar más habitable. Así, sin que la heterosexualidad sea la norma, para que las personas no tengan que rendir cuentas de por qué aman a alguien, así, sin sinónimo de propiedad privada para no creer que las personas son bienes de consumo y desecho, sin engaños, ni doctrinas sobre cómo se ama realmente, reconociendo que el amor es múltiple, como personas habitan el mundo y así como llega tiene todo el derecho de irse, para no esperar a ser salvadas, protegidas y dominadas. El acto político amatorio debe ser libertario, crítico y constructivo para que nos cuestione lo más profundo de nuestros miedos y nuestros privilegios dentro de la violencia ejercida con la que nos han enseñado a confundirlo.

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