El Magazín

Publicado el elmagazin

Baudelaire maldito, Edipo rey

 

descarga

Por: Clara Schoenborn

Baudelaire, el maldito por excelencia.

Escandaloso, rebelde y sin tapujos en la lengua.

Aún hoy, los parisinos parecen percibir su fantasma deslizándose como un ave de mal agüero por las oscuras callejuelas de su ciudad mientras les reprocha su falsedad e hipocresía.

¿Pudo haber sido su madre la fuente de su maldición?

Nació  en 1821 en Paris, en pleno siglo XIX, una época convulsionada en la cual los desposeídos aún luchaban sin éxito por imponer las ideas de la revolución francesa,  mientras que la economía y el pueblo recibían los embates de una incipiente industrialización .

Fue un poeta que rompió con las reglas del pasado y es común que se le catalogue como el iniciador de la poesía moderna, aunque con él fueron también precursores otros escritores como Walt Whitman, Edgar Allan Poe o Théophile Gautier.  Además de poeta, fue crítico de arte, ensayista y hasta escribió una corta novela. Al mismo tiempo, también fue un engendro vicioso, polémico  y oscuro, sin jamás perder, eso sí,  su toque de desabrochada distinción. Sus compañeros de época lo consideraban – entre despectivos y  admirados- como un genuino “dandi”.

Un dandi cuya principal característica fue su absoluta independencia de la opinión ajena.  Bien podría actuar un día como un bicho rastrero paseándose por las barriadas más sucias de su ciudad natal, entre alcohol, alucinógenos y prostitutas, como al día siguiente, convertirse en un gran señor debatiendo sobre arte y literatura en los salones más distinguidos mientras intercambiaba halagos con famosas cortesanas.

A la hora de escribir sus poemas no era menos condescendiente. Se concentraba en criticar, como fiera incendiaria,  todo lo repudiable de esa Sociedad que recorría en sus andanzas. En su obra cumbre, “Las flores del mal”, perturbó la sensibilidad de los parisinos  exponiendo descarnadamente las bajas pasiones imperantes, sus vicios y aberraciones, así como la hipocresía, la injusticia y todo lo demás que distinguía a la Francia de mediados del siglo XIX. (No muy diferente de la actual, por cierto).  La obra fue parcialmente vetada por obscena (alusiones al lesbianismo, la prostitución y hasta el incesto), el poeta fue sometido a juicio, a multas y a la mutilación de la obra, y  solamente hasta 1946, casi un siglo después, las cortes francesas revocaron la sentencia para dejar limpio el buen nombre de uno de sus más insignes poetas.

¿Qué había en el fondo de tanto enojo contenido en este demonio iluminado?

¿Qué hizo a Baudelaire,  ser Baudelaire?

Parte de la explicación podría estar en sus muy peculiares relaciones con su madre.

Caroline Archimbaut-Dufays, hija de padres franceses nacida en Inglaterra, fue la figura descollante de su existencia. Fue ella quien enseñó el inglés a su hijo, gracias a lo cual éste pudo traducir a su admirado escritor Edgar Allan Poe. Lo unía a su progenitora una relación de amor-odio que estuvo siempre detrás de sus continuas rebeldías y contradicciones: “Estoy convencido de que uno de nosotros matará al otro y de que terminaremos por matarnos mutuamente”.[3]

Es constante la sospecha que Baudelaire sufría del complejo de Edipo, pues siempre fue muy explícito con su madre en cuanto a lo que él mismo llamaba “su pasión” por su ella: “Es evidente que estamos destinados a queremos, a vivir el uno para el otro»,[4].

Según sus propias palabras (contenidas en cartas enviadas a sus amigos e incluso a ella misma), fue muy corta la felicidad del poeta junto a su madre. Ésta se redujo a sus primeros 6 años de vida. Fue la época feliz en que su padre aún no había fallecido y él disfrutaba plenamente de la compañía de su progenitora, pues ella se dedicaba completamente a su pequeño hijo y menos a su esposo,  con quien la separaba una gran diferencia de edades: él tenía más de 60 años, mientras que ella apenas llegaba a los 30:  “!Ah, aquello fue para mí la buena época de los cariños maternales! Te pido perdón por llamar buena época a lo que sin duda fue doloroso para ti. Pero yo estaba siempre vivo en ti; tú me pertenecías únicamente a mí. Eras a la vez un ídolo y una camarada.”

A partir del fallecimiento de su padre, a la mencionada edad de  6 años, y el posterior matrimonio de su madre, solo un año después,  con el promisorio general francés Jacques Aupick, comenzaron los padecimientos de Baudelaire. En adelante, el pequeño,  preso de celos enfermizos, se declaró en guerra a muerte contra su padrastro. Al tiempo, comenzó a atormentarlo con un comportamiento inmaduro y rebelde. Ante su madre, además de lo anterior, imploró  atención por el resto de su vida en un estado de permanente niñez y desamparo. Aún a sus 40 años,  le escribiría: “…Yo te pido más, te pido, a la vez, consejo, apoyo, que nos entendamos completamente bien tú y yo, para salir de esto. Te suplico que vengas, que vengas, tengo los nervios al final de mis fuerzas, estoy a punto de que me falle el valor, a punto de perder la esperanza«.[5]

Durante su vida adulta, Baudelaire terminó por evitar encontrarse cara a cara con su padre adoptivo, (incluso consideró incendiar su casa durante las revueltas de 1848 en Paris). Por lo anterior, asumió hacia su madre un papel más consecuente con el de un amante furtivo. Ante la imposibilidad de visitarla frecuentemente en su casa, se comunicaba con ella por medio de cartas,  en las cuales además de reiterarle su amor, le participaba de toda su vida y aventuras sentimentales, le pedía opinión acerca de su obra literaria y  no dejaba de solicitarle ayuda económica en medio de lamentos: “…He llegado al punto de no atreverme a realizar movimientos bruscos ni siquiera caminar demasiado por miedo a que mi ropa se desgarre más todavía». [6]

Con estas quejas acerca de su pobreza,  lo que el poeta pretendía era no dejar olvidar a su madre de lo que él consideraba una de sus mayores humillaciones: el haberlo sometido a juicio,  dada su vida disoluta,  para declararlo incompetente para manejar la herencia que su padre le había dejado al morir,  y constreñirlo a recibir este legado económico a través de un albacea en módicas sumas mensuales.

Cuenta el ensayista Pedro Calasso, en su libro “La Folie Baudelaire”, que los encuentros entre madre e hijo eran clandestinos, en lugares que también servían  para otras parejas de amantes deseosas de ocultar sus relaciones amorosas -uno de ellos- el más famoso tal vez, el Museo del Louvre. Decía el poeta: “No hay otro lugar en París donde se pueda conversar mejor; hay calefacción, se puede esperar sin aburrirse y por otra parte es el lugar de encuentro más decente para una mujer”.[7]

Caroline por su parte, trató de atender los llamados y necesidades de su hijo, pero al tiempo, no pudo evitar que el poeta sintiera siempre un gran vacío emocional. Al fin de cuentas,  tenía que dedicarse a ser ella misma y no lo que su obsesivo hijo deseaba: alejarla de toda compañía para poseerla exclusivamente. Caroline también tenía sus propias aspiraciones, entre ellas, la figuración social y la tranquilidad económica: todo lo que le aportaba su segundo esposo.

Para ser realistas, aparte del amor madre-hijo, entre ambos casi nada había en común, incluso, vivieron muy poco bajo el mismo techo. En su infancia Baudelaire fue mayormente enviado a estudiar a internados y en su adultez, ya hemos mencionado su renuencia a vivir junto a su padrastro y sólo se cuenta un episodio importante de convivencia mutua en este periodo:  cuando Caroline enviudó del general Aupick y se trasladó a vivir en una destartalada casita  frente al mar en un pueblo llamado Honfleur. Durante varias temporadas en un año, Baudelaire hizo realidad su sueño de vivir al lado de su madre (en la “casita-juguete”, según sus propias palabras). Esto sucedió 8 años antes de morir el poeta. Fue un periodo de gran fecundidad literaria y durante este tiempo,  el rebelde poeta cambió su actitud hacia su madre por una pose seria y protectora que intentaba suplantar la de su esposo fallecido. Luego de este corto remanso, Baudelaire regresó a sus andanzas en Paris para jamás regresar,  pese a su permanente deseo de hacerlo. “Honfleur es mi más caro sueño”, escribió al final de su vida.

En todo caso, la historia de Madame Aupick y su hijo se caracterizó porque fatalmente estaban igual de lejanos que cercanos. Esto era interpretado por el propio Baudelaire y por algunos historiadores como abandono por parte de su madre. Incluso se le ha catalogado como narcisista y abusadora.

A causa de estas turbulencias., el poeta maldito nunca dejó de sentirse maldito: “…Compadézcame y quiérame,  porque estoy furioso por todo lo que me ocurre y por todo lo que leo, y descontento de todo lo que hago”. [8]

En el libro “Baudelaire, su corazón al desnudo”, su escritor Ernesto Feria Jaldón,  afirma que en su poética  hay una constante de esta impotencia para estar cerca de su progenitora, en lo que los analistas han descrito como el síndrome del príncipe/prostituta o del mendigo/reina. En resumen, la dolorosa contradicción de estar frente a un amor de hijo del cual provenía todo su mal y todo su bien.

Ejemplos de esta problemática sicológica,  pueden encontrarse en su poema  “la Madonna”. En él, Charles quiere simultáneamente esconder a la Madonna (la virgen/ la mujer/ ¿la madre?) para amarla él sólo, como a la vez,  asesinarla con siete puñales.

Dice el verso en cuestión:

…“Para, en fin, completar tu papel de María

y mezclar el amor con la barbarie,

¡Negra lujuria!

Con los siete pecados capitales,

verdugo ardiendo en culpas,

haré siete cuchillos bien filosos,

e igual que un juglar insensible,

tomando lo profundo de tu amor como blanco,

¡Voy a clavar con ellos tu Corazón jadeante,

tu Corazón lloroso, tu Corazón a chorros!”

Otro poema que se cita en este mismo libro, es el titulado,  “la Giganta”. Se dice que en él,  se  describe su deseo de acercar su mano tibia y sensual a esa mujer inasible que se presenta en forma de una giganta:

“Cuando Natura en su inspiración pujante,

concebía cada día hijos monstruosos,

me hubiera gustado vivir cerca de una joven giganta,

como a los pies de una reina un gato voluptuoso.

 

Me hubiera agradado ver su cuerpo florecer con su alma

y crecer libremente en sus terribles juegos;

 

adivinar si su corazón cobija una sombría llama

en las húmedas brumas que flotan en sus ojos; [9]

(Los subrayados son nuestros)

Como consecuencia de todo lo anterior, Baudelaire -quien convivió mayormente con mujeres de poca figuración y jamás se casó ni tuvo hijos, sufría infinitamente,  preso de un amor intransigente hacia su madre, con posturas extremas que arrinconaron su vida a una situación de postración, soledad y tristeza.

Sus conflictos internos desgastaban su mente, su cuerpo y su corazón a lo que se sumaba su dolor de percibir la falsedad de los seres que lo rodeaban, la hipocresía e injusticia de la sociedad de su época.

Tampoco ayudaba el estar preso de la adicción al alcohol, al opio y al hachís, ni sus penurias económicas ni la sífilis que minaba poco a poco su cuerpo y que le fue transmitida por su primera amante, una prostituta judía a la que apodaban “la louchette” (la bizca). Todos los ingredientes estaban listos para torcer la personalidad de este hombre hasta volverlo maldito:  el poeta maldito por antonomasia. Al final de sus días, a lo único que aspiraba, era a obtener un poco de descanso:  Aspiro a un reposo absoluto, a una noche continua. No saber nada, no enseñar nada, no sentir nada, no querer nada, dormir, dormir siempre. Tal es por hoy mi único deseo”.[10]

Los deseos de Baudelaire se cumplieron fatalmente a sus 46 años (en 1867), cuando murió a causa de las complicaciones de su sífilis, al fin, en brazos de su madre,  quien había acudido a cuidarlo en sus últimas horas. Así,  terminaba la historia de estos dos personajes, como un juego fallido de naipes condenados. Un hijo moribundo en brazos de su madre como una fiel imagen de “La Piedad” de Miguel Ángel. Tal vez así se cumplió en su muerte lo que Charles Baudelaire hubiera querido para toda su existencia.

Tras de sí quedó su maravillosa obra poética, como purulento reflejo de esa vida que había resultado tan contraria a sus más profundos deseos y necesidades. Un alarido de ese niño que se quedó disecado en el tiempo, sediento de amor maternal y deambulante por toda su existencia en un mundo en el cual se sentía obligado a vivir injusta e equivocadamente. Así mismo, permanecen deambulantes por la historia de la literatura sus poemas angustiados, incendiarios y rebeldes.

 


[1]http://www.maldororediciones.eu/pdfs/maldororediciones_baudelaire_mi_corazon_al_desnudo.pdf

[2] http://trianarts.com/charles-baudelaire-mujeres-condenadas-de-las-flores-del-mal/

[3] http://www.lamaquinadeltiempo.com/Baudelaire/cartaasu.htm

[4] http://www.lamaquinadeltiempo.com/Baudelaire/cartaasu.htm

[5] http://www.letralia.com/ciudad/barbarito/140725.htm

[6] Calasso, Roberto. 2011. La Folie Baudelaire.

[7] Calasso, Roberto. 2011. La Folie Baudelaire

[8]Carta a Malassis https://books.google.com.co/books?id=smt_nqOz9ZEC&pg=PP187&lpg=PP187&dq=honfleur+baudelaire&source=bl&ots=uNEMfGeahv&sig=NnSeGFbwZJuZIR_9TUrLHcXg4lc&hl=es-

Comentarios