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Als Eco: un ensamble minimalista (Emergentes XIII)

Esta es la historia de un grupo de música contemporánea.

Sara Malagón Llano
@saramala17

Als Eco no es tan emergente, pero no es famoso, y tampoco es popular. Es un ensamble que interpreta música que no se estudia en la academia, pero sus integrantes y gran parte de su público vienen de la academia. Es un ensamble de música contemporánea, de esa que suele no alcanzar a entrar en el pénsum de los estudiantes de música, pero que existe, está allí, se aproxima al final de sus carreras, se asoma como la cosa a veces confusa o poco convencional que es, y algunos quedan enganchados. Antonio Correa y Eduardo Caicedo son los fundadores y todavía dirigen el ensamble que surgió en 2006 con el nombre de Ensamble 2006, porque, dicen, no se les ocurrió nada mejor y tenían una convocatoria. Desde entonces han estado trabajando de manera ininterrumpida en la idea de tocar música nueva.

Antonio Correa tiene 32 años, es pianista, profesor de la Javeriana de Bogotá y es de Popayán. Estudió en el Conservatorio de la Universidad del Cauca, en el programa infantil y juvenil. Su hermano tocaba guitarra, y los guitarristas clásicos tocan con más frecuencia que los pianistas música nueva. Su hermano estudiaba en la Javeriana, en Bogotá, y en las vacaciones volvía a Popayán y tocaba “obras muy raras”. Allí nació, cree él, su afición por el repertorio contemporáneo. Sabía que en el conservatorio de Popayán no iba a poder hacer eso, así que se vino a Bogotá. “Yo quería ser como mi hermano. Pensé que el espacio de la Javeriana era más abierto a ese tipo de música, aunque realmente no es tan así si uno estudia piano. La formación es muy clásica, pero al menos podía, de manera extracurricular, relacionarme con esa música y tocarla”.

Conoció a Eduardo Caicedo, un percusionista de 40 años, quien para ese entonces era estudiante también, un poco más adelantado. Coincidieron en una clase de música de cámara e hicieron un ensamble de música contemporánea en 2003 que se llamó “Los Conceptuales” (así, con comillas). “Caicedo es la persona con quien más he compartido, musicalmente hablando”, dice Correa. Allí se gestaron las líneas que los llevarían a conformar Als Eco junto con otra pianista, Adriana Vásquez. Se juntaron porque querían montar una obra de Simeon ten Holt (1923-2012), su obra más famosa, Canto Ostinato (als eco quiere decir “como un eco” en holandés, y es una instrucción que sale de esa obra). En palabras de Correa, “es una pieza que puede durar lo que sea, pero digamos que la versión más corta son 70 minutos ininterrumpidos de música que se repite y se repite. Fue un proceso muy difícil y muy largo. Creo que nos tomó un año estar en condiciones de tocar la obra, tanto física como mentalmente. El ensamble, al menos para mí, surgió del deseo de tocarla”.

La primera vez que Correa escuchó algo de Simeon ten Holt fue en un concierto, el 28 de abril de 2003, en el teatro Colsubsidio. Fue a ver al pianista holandés Kees Wieringa. El repertorio era tradicional pero incluía La danza del diablo, de Ten Holt. “Nunca había oído algo así antes, y no entendía por qué, si no pasaba nada en la pieza, yo no perdía interés. Ahí dejé de querer ser como mi hermano”. Aunque no se conocían todavía, Caicedo también estaba allí.

En ese entonces era complicado conseguir partituras y grabaciones de ese repertorio. La primera vez que Correa oyó Canto Ostinato completa fue cuando la tocó con Als Eco. Pasaron tres años entre ese concierto y el momento en que por fin tuvo la partitura de la obra en sus manos. Hoy en día conseguir las partituras se ha vuelto un proceso menos tortuoso.

Estrenaron la obra en la ASAB, el 27 de abril de 2007. Para ese entonces ya se llamaban Als Eco. Un concierto condujo al otro. Al principio eran más espaciados de lo que son ahora, pero siguen siendo ocasionales, porque a Correa no le gusta dar conciertos con mucha frecuencia. “Para mí es muy importante que el concierto sea especial. Si son muchos, eso se pierde. Sólo lo hacemos cuando la obra está en condiciones de ser mostrada”.

¿Qué toca Als Eco? En pocas palabras, minimalismo y sus derivaciones. Por lo general interpreta obras muy largas, o que requieren mucha concentración, o ambas. Two Pages de Philip Glass, Five de John Cage, Dreadlocked de Marc Mellits, Workers Union de Louis Andriessen y Canones Incerti de Jürg Frey son algunos ejemplos. “La mayoría de la música que tenemos en nuestro repertorio se considera música de vanguardia. Muchos de nuestros intereses como grupo se rastrean en la tradición experimental norteamericana y en sus eventuales ramificaciones. Pero algo que pareciera atravesar esas vertientes es que a la academia no le interesa tanto, en ninguna parte del mundo. La academia inevitablemente reposa en el análisis, y mucha de la música que tocamos no se puede analizar, o analizarla es un ejercicio inútil, porque uno no puede ir más allá de decir qué está pasando. Es una música que se mantiene mucho al margen de la academia, pero sin duda el crecimiento del grupo se debe a la academia”. Sin embargo, tampoco es música popular. ¿Dónde se mueven? “Donde nos dejen”, responde Correa.

Lo más cercano que han estado de componer su propia música fue participar en un proyecto de improvisaciones con Grand Reportage Ensemble, un ensamble suizo, en 2012. Algunos de ellos viajaron a Suiza para repetirlo hace un par de meses. “Eso es lo único que, podemos decir, salió directamente de nosotros”. Sin embargo, a pesar de que muchas decisiones se hacen a priori, en sus interpretaciones hay muchos detalles que se dejan para el momento y que, como improvisaciones, no se pueden reproducir de una versión a la otra. No hay control de lo que allí sucede.

Además de Correa y Caicedo, los integrantes actuales son Natalia Martínez (voz, 25 años), Adriana Poveda (violín, 24), Daniel Muñoz (piano, 26), Nicolás Ramírez (guitarra, 24) Osiris Lobo (chelo, 27) y Daniela Sicilia (piano, 24). Todos en algún momento fueron alumnos de uno de los dos. Y sí. Als Eco tiene tres pianos porque para tocar las obras que toca se necesitan, como mínimo, tres pianistas.

Algunos llegaron por voluntad propia, por la fama del alto nivel que tiene el ensamble en la universidad. Otros aceptaron la invitación de los directores. A Natalia Martínez, por ejemplo, la buscó Correa después de oírla cantar. Estaba asustada porque nunca había trabajado la voz como tenía que trabajarla para ese repertorio. Sentirse cómoda fue difícil, como lo fue entender cosas como que los tiempos son largos, o que no hay que hacer mucho para que la cosa funcione. Y es que este tipo de música le exige al intérprete dar un salto al vacío, soltarse, soltar el cuerpo, hacer también que él, todo él, se involucre en la interpretación de alguna manera más libre que cuando se interpreta repertorio más clásico, que ha institucionalizado incluso posturas, gestos y movimientos que acompañan la interpretación.

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