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Memorias de la tribulación

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Julie Paola Lizcano Roa 

Tercer y cuarto capítlo

Yo sé que a veces crees sentirte liviano, pero no, pides ayuda a las voces incesantes de tu cabeza mientras con una mano cualquiera intentas cortarte las venas deseando pedir ayuda de alguna forma, pero tienes miedo a morir y entonces, te das cuenta que nunca serás como Sócrates, imponente ante la muerte.

A lo mejor has debido salir, pero sabes que hubiese sido imposible regresar cuando ves el suelo resquebrajarse de a pedazos como tu alma, el vacío cubre tus lágrimas con poemas de Pizarnik, mientras tu mente tararea sing me to sleep, and then leave me alone, don’t try to wake me in the morning. Lloras mientras la nada te arropa con sus besos, y en tus ojos se pronuncia una silueta reconstruida al estilo de una mesa de ajedrez, sabes que debes jugar antes de que muera el lenguaje de los símbolos que han de acariciar tus noches en fragmentos de alegorías, o antes de que tus pulmones se abandonen a los espasmos del pánico que llevas dentro. Te sientes tan vacío que empiezas a deshojarte de soledad, no cabe duda que el silencio tiene cuerdas vocales y que el insomnio le tiene miedo al despertar; entonces pasas largos periodos inventando sirenas, recorriendo laberintos sin salidas. Y es que cuando se trata del pasado, los suspiros hablan por sí solos y las sombras oscuras empiezan a escurrirse por las paredes y por los edificios, ahogando el mundo con colores psicodélicos que solo puedes reconocer en los sueños que no dejan de ser vacíos y en donde se es difícil abrazar al tiempo para detenerlo por un instante, con la esperanza de no envejecer frente a él. Parece ser, que para los condenados a muerte no queda otra cosa que sobrevivir al olvido de aquellos que jamás sabrán el sabor que tiene el silencio; se quiebran los recuerdos, y el sol alumbra el desierto desolado de su alma mientras huyen las nubes tras los vientos que deshacen las montañas, solo queda decir adiós a las águilas que mueren bajo la lluvia ácida del dolor y el desespero, ¿Quién les dará refugio cuando sus alas se empiecen a quebrar ante su eminente inexistencia? que Dios se apiade de sus almas cuando el regreso improvisto del infierno cubra la tierra con una manta de desasosiego, no habrá entonces salida, y su única opción será el sacrificio para los valientes y el parricidio para los cobardes.

***

Luego, te darás cuenta que llevas varias noches sin dormir, que empiezas a sentir como tu alma se compenetra y se dilata ante su vacío, y te preguntas: ¿cómo soportar la existencia cuando vivimos de un destino prestado con ganas de reír de tanta tristeza mientras nos escondemos del tiempo que como una hornilla apagada nos arrastra al infierno? Te sientes solo y tu alma se desmorona ante los recuerdos que pudren los miedos de los que no pueden soñar con los ojos cerrados. Llegan esos días en que te levantas como sí le faltase una pieza a tu alma, y entonces te sientes como un rompecabezas incompleto a punto de estallar en llanto para luego comerte los días buscándote a trozos y al final de la noche quedar desecho cuando sin saberlo aparece la luna y sigues allí alucinado buscando tu sombra para darte consuelo. Intentas escribir venciendo el temor de perderlo todo, porque aquí donde el mundo nos ve la muerte nos espera, insaciable, y no sé si esto es una forma absurda de consuelo pero el tiempo se acorta y la vida no hace más que buscarnos trampas con ese resentimiento propio de un Dios castigador y demandante (y no es que sea ateo), pero  no puedo evitar esta cursilería cuando al levantarme cada mañana las nubes me destierran dentro de estas letras escritas en mi cabeza que están engarzadas en las alas de las aves que no vuelan pero que conocen las olas del mar, y es que lastimosamente no puedo evitarlo cuando con mi lápiz rojo escribo ennegreciendo los bordes de las hojas y secuestrando los versos antes de llegar al muelle mientras el cielo se pinta de rosado perdonándome mis ofensas y concediéndome esa esperanza que sé que nunca será mía.

 

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