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Épica

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Luis Beiro Álvarez

Los héroes mueren de dolor. No resisten la danza de los anocheceres, ni la terrible incertidumbre. Miran de frente, anotan en papeles prioritarios la esperanza ajena, comen en la mesa del tiempo, viajan en tercera clase y tienen una capacidad de reacción privilegiada ante la transparencia del azar. Duermen con el cejo sin fruncir. Andan generalmente a pie y con camisas arrugadas. Los héroes escriben de un tirón, no contemplan el fervor de la segunda lectura, no se ríen de sí mismos y usan el mar como pretexto de invasiones sentimentales. Evidentemente, los héroes no se venden en supermercados. Son manipulados. Se enamoran de cada mujer que intenta comprenderlos y dejan a su paso un ejército de promesas que casi siempre incumplen.  Los héroes tropiezan en contra de sí mismos por no llevar atardeceres. Tal vez su único defecto es creer que el mundo es igual en todas partes, sin tomar en cuenta el implacable espacio de lo eterno.

 

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