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Señorita, no se ofenda. Caballero, disculpe

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Katherinne Castañeda Calderón

Señorita, no se ofenda, caballero disculpe, podría ser el título de una comedia o un monólogo, pero lejos de eso, es la conclusión a la que llegué al darme cuenta de que quizá llevo un hombre dentro. Y es que ser mujer es un dilema, aunque suene a cliché, un dilema que durante años ha estado en la literatura, en el cine, en la música y en la cabeza de hombres que durante décadas han devanado su mente tratando de entendernos, pero la verdad es que cada ser humano es distinto. Incluso yo, que descubrí a un hombre interior intentando escapar de lo más profundo de mí.

La sociedad, a lo largo de la historia, ha estado enmarcada en esquemas que rigen los comportamientos de la mujer.La historia nos cuenta que desde siglos atrás la mujer ha sido vista como inferior al hombre. Solo basta con revisar la biblia para notar a dónde se remonta todo. Con el debido respeto, técnicamente, según la biblia la mujer es un objeto y no un ser humano, como se expresa en Ex 21: 8, 11: “Si el que la compra no la quiere como esposa, porque no le gusta, deberá permitir que alguien de su propio pueblo pague por su libertad, pero no podrá venderla a ningún extranjero”.Entre otras cosas, esta es una ley que, según la biblia, Dios le dio a Moisés en el pueblo de Israel.

La mujer, desde diferentes perspectivas y dogmas, ha sido vista como la madre y el pilar de la familia, pero nunca de la sociedad. Apenas hasta el siglo XX se empezó a reconocer a la mujer como igual al hombre, un ser con las mismas capacidades y necesidades que el hombre. En el siglo XX se le dio el derecho a ser ciudadana y por fin pudo votar. En Colombia, solo en 1957, bajo el gobierno de Rojas Pinilla, se le dio el derecho al voto.

Si nos profundizamos un poco, podríamos concluir que la mujer llegó a su mayor grado de libertad, gracias a la guerra. Toda una paradoja, porque las guerras absurdas del siglo XIX y el siglo XX dejaron muchas familias mutiladas, pero también visibilizaron el papel de la mujer en la sociedad.Además, con la libertad sexual que estalló en la década de los 60, surgió una mujer más abierta y capaz de imitar o igualar los comportamientos del hombre, pero a su vez se sumergió en una competencia absurda por demostrar que también podía actuar sólo con la cabeza, aunque muchas veces este intento por igualar a los caballeros se saliera de control, porque aunque intentemos ser iguales, no lo somos.

A raíz de lo que veo y vivo a diario, me he puesto la meta de entender a muchas de mis compañeras de género, pues yo misma me considero un hombre dentro de mi género, y no porque sea lesbiana, sino porque quizá crecí pensando como hombre gracias a todos esos caballeros que han pasado por mi vida, desde mi abuelo y mi padre, que en paz descansen, hasta mis afortunadas y desafortunadas relaciones.

A lo largo de mi desarrollo personal, he intentado entender a hombres y mujeres, y creo que fue más fácil entenderlos a ellos, o bueno, no entenderlos, porque realmente me hacen cuestionarme muchas cosas. Pero sí es más fácil saber el por qué de sus comportamientos erráticos, que responden casi siempre al instinto. Desde esa observación, he comenzado a considerarme yo misma un animal, y simplemente me limito a las necesidades básicas, o por lo menos lo intento, lo cual solo me acerca más al género masculino que al mío propio.

Hace tiempo dejé de pensar en cuestiones de pareja, vida en familia y esas cosas que pensamos todas en algún momento (una vez más, reflejando al hombre interno que intenta tomar posesión de mi personalidad). Siendo sincera, me resulta difícil relacionarme con alguien, pensando en una novela rosa que va a terminar como los cuentos de princesas de mi generación, quizá porque alguna parte, oscura y retorcida de mí, quiere vivir con el karma de la soledad y de la felicidad que ésta nos trae cuando en el mundo normal somos incomprendidos por nuestras ideas libertas y extravagantes.

Reconozco que soy demasiado joven frente a muchas de mis congéneres, pero creo que la edad no tiene nada que ver con lo que uno quiere en la vida, y menos, con lo que vive. Si fuera así, me encantaría tener las preocupaciones de la gente de mi edad. Preocuparme por cosas superfluas o típicas de alguna etapa de la vida, como lo es pensar en la ropa que voy a estrenar para mi siguiente año escolar, o estar buscando lo que será mi futuro, o una pareja, como lo hacen algunas féminas.

Los tiempos son una predisposición mental que nos inculcaron en nuestra educación. Si no, que lo diga una mujer que a sus treinta y tantos tiene una carrera exitosa, internacional, vive con la cartera llena y claramente lo último que necesita es un hombre para que la ayude a crecer. Sin embargo, frente a ese panorama de éxito, años atrás se imaginaba igual, pero con un hombre al lado, dos perros, y quizá en planes de agrandar la familia. Ahora, a pesar del éxito, se siente sola porque duró media vida buscando un príncipe que al final, descubrió, no existe. Sus expectativas se desplomaron tan rápido que hoy se conforma con cualquier gañán que cumpla con alguna función vital.

Sin divagar más, retomo a las mujeres, y al por qué creo que soy un hombre. En este momento de mi vida, la perspectiva que tengo de las relaciones sentimentales es quizá algo cínica y muy semejante a la de mucho hombre soltero que no quiere compromiso. Eso hace muchos meses me ha llevado a analizar y reflexionar sobre las relaciones de los demás y las mías propias. Por ende, hace tiempo dejé de darme «el pajazo mental» de las relaciones duraderas y perfectas. Ya no creo que un hombre que me invite a un café o una cena, por más romántico que esto suene, vaya a ser la historia de mi vida, así que no me “empeliculo” y acepto que así soy más feliz. Ya aprendí que una relación de años no es garantía de respeto, amor, y mucho menos, de fidelidad.

También aprendí que por más liberales que seamos, a veces dejamos salir comportamientos conservadores. Consecuencia natural de nuestra indiscutible humanidad. Estamos diseñados para tener miedo a todo lo que no encaja en nuestras preconfiguraciones sociales. Deberíamos liberarnos de esos esquemas, dejar a un lado la mímesis en la que vivimos y transformar esos modelos que han jodido la felicidad de muchos.

Cuánta razón tenía Ricoeur al decir «¿Cuál debe ser la naturaleza del mundo… si los seres humanos son capaces de introducir cambios en ella?»

Las mujeres somos todo y nada. Vivimos juzgando a las otras por lo que nuestra conciencia subjetiva nos dice, sin pensar que hoy somos, pero mañana podemos ser otras. Porque de tanto golpe, quizá dejamos de pensar como mujeres y empezamos a pensar como hombres.

Ser mujer no es fácil, aunque sería más llevadero si dejáramos de engañarnos a nosotras mismas, o como dicen por ahí, si dejáramos de darnos ese pajazo mental. La vida es mejor sin rodeos, es mejor tener todo claro con sus porqués y para qués.

Si usted quiere su cuento de hadas, búsquelo, le aseguro que existe por ahí un caballero que la hará sentir como una princesa. Pero tenga en cuenta que esto puede tardar toda la vida. No acepte un gañán que pretende ser príncipe, tampoco acepte menos de lo que merece, pero sobre todo, no maquille las verdades, ya que entonces la culpa de muchos errores de otro, no serán de otro, sino de usted misma, señorita, que vio la verdad ante sus ojos y se hizo la de la vista gorda.

Pero si usted es la clase de mujer que cree que la tiene clara, que quizá piensa más como hombre que como mujer, tenga en cuenta que es posible que sea feliz pero que también habrá uno que otro príncipe en su vida al que tendrá que decirle que no, porque seguramente la libertad que descubrió no es compatible con el mundo de “y vivieron felices por siempre”.

 @K4TH3CC

 

 

 

 

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