El Magazín

Publicado el elmagazin

Los cóndores siguen volando todos los días

Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

argentina

Me llaman Paulo Malhaes, pero yo prefiero mi apodo, Tubarão, Tiburón. En compañía de varios oficiales que no cito por obvias razones, seguimos, perseguimos y secuestramos a argentinos en 1980, con la complicidad del Batallón 601 de Inteligencia de Campo de Mayo, como parte del Plan Cóndor de exterminio del comunismo, durante las década de 1960, 70 y… en América Latina. A partir, claro, del derrocamiento de João Goulart en 1964, lo que dio origen a la dictadura brasileña que duró hasta 1985.

Lo primero que debo contarles es cómo me involucré en el secuestro y posterior desaparición de los militantes montoneros argentinos Horacio Domingo Campiglia y Mónica Pinus de Binstock, secuestrados por una dupla de elementos brasileño-argentinos el 12 de marzo de 1980, cuando procedentes de Argentina arribaron al Aeropuerto Internacional de Galeão, con la pretensión de continuar luego su viaje a la Argentina. No se puede olvidar aquí que, dos años antes, en julio o… más bien en agosto de 1978, para no interferir con el Mundial, otro miembro de Montoneros, Norberto Habegger, había sido raptado en la misma terminal aérea. Hecho que también se me ha imputado, pero del cual soy inocente, cómo no. Todos ellos, Campiglia, Pinus y Habegger, no sobra decirlo, continúan desaparecidos y yo, de verdad, lamento mucho la situación de sus familiares. Es algo tan atroz como la situación en que me hallo, la que me recuerda una sensación irrefutable: la vida es un rompecabezas que se burla de cuanto hijo de puta se quiera cagar en algo. Situación de la cual, no obstante y por supuesto, espero salir muy pronto, eso sí, para qué lo voy a negar, con la ayuda, no de Dios, en este caso, sino de la justicia brasileña, así sea de la oposición… digo, de la oposición a mi ideología, si es que un oficial pueda tener alguna ideología distinta a la de sus superiores. Sobre eso no me atrevo a asegurar nada, salvo lo que ya se sabe: la única ideología del militar es estar detrás del poder, aún más, tenerlo si es posible.

Pues bien, esa mañana del 12 de enero, hacia las nueve, un comando de ocho personas, incluido yo, llegó al Galeão, un aeropuerto gigante que, en realidad, se llama Antônio Carlos Jobim y que es el principal aeropuerto internacional de Rio, ubicado en la Ilha do Governador, a unos veinte kilómetros de la metrópoli. Al dirigirse Campiglia y Pinus al baño, intervinimos nosotros. Evacuamos ambos lavabos y los dos grupos, de cuatro cada uno, hizo lo que debía: taparles la boca con cinta ancha, ponerles pasamontañas delgados, para que no sudaran tanto, intimidarlos con pistolas Magnum 357, como en las películas, y sacarlos sin escándalo de allí para luego conducirlos a algún lugar de la manigua brasileña. No faltaron situaciones como la de acosar a la Pinus en el momento en que se bajaba las pantaletas para cambiarse la toalla porque estaba con la menstruación y entonces uno de mis hombres, que atravesaba un largo verano, introdujo uno de sus dedos en la vagina de la hembra antes de que ésta se pusiera la otra. Y enseguida, sin ningún rubor, se pasó el dedo por la boca. Lo cual provocó no una reacción general, como sería lógico, sino una erección particular… en cada uno de nosotros. En el caso de Campiglia la cosa no fue menos grotesca: cuando entraron los cuatro oficiales a su mingitorio, el hombre, descarado, se estaba masturbando porque, hasta ahora, la Pinus no se lo había dado, tal vez por lo que estaba casada. Lo cual provocó, aquí sí, una reacción general entre mis hombres que lo cogieron a culata por morboso y atarbán. No es posible que haya esta gentuza entre los seres humanos, mientras ocho de ellos están cumpliendo con su deber patriótico. El único problema surgió cuando de la cabeza de Campiglia comenzó a manar sangre a borbotones y tocó acudir al otro baño para sustraerle a la Pinus un par de kótex con los cuales tratar de contener la hemorragia de su compañero militante. Al ponerle el primero, Campiglia se deprimió: no entendía cómo había ido a parar a su cabeza uno de esos objetos con los cuales su secreta enamorada se protegía cada 28 días y a él lo dejaba desolado, cómo había ido a parar a su cabeza algo que tanto lo erotizaba pero que, en esos instantes, no se traducía en otra cosa que en frustración. La más insoportable de las frustraciones, al lado de la cual la concreta amenaza del secuestro palidecía, por lo menos de momento. Ya se sabe que todos los potenciales peligros físicos son una brizna de hierba al lado de los miedos psicológicos que hemos desarrollado a partir de la amenaza comunista, como la llaman nuestros amos de la guerra. Y no me refiero a la intimidación ni al chantaje respecto a familiares o a amigos ni a nada en concreto: la picana en senos o vaginas, los cigarrillos en pezones y testículos, las pinzas para levantar uñas, mejor dicho, a ningún tipo de tortura y que, en general, jamás habremos de aceptar… como torturas, digo, porque son apenas métodos de persuasión para que nuestros enemigos digan la verdad, mejor, para obligarlos a decirla. La que algún día tendrá que ser conocida pese a la resistencia del Gobierno y los medios a que lo sea y ya saben ustedes, no sólo la doctora Borges, el riesgo que corro aquí, tan pronto se enteren mis superiores o la gente del gobierno o los civiles que se sientan aludidos con mis descargos. Para eso, en parte, decir la verdad, repito, estoy declarando, pero en su mayoría es para quedar libre, para salvar mi pellejo. ¿No les parece a ustedes algo muy humano, aun con el horror que hay detrás de todo esto? Sí, ya sé que soy un hijo de puta, pero en todo caso no soy el único y ustedes lo saben.

Bueno, después de todas estas peripecias pudimos abandonar los WC, no sin antes atravesar las extensas rampas del aeropuerto con Campiglia manando sangre de su cabeza, tomamos, por fin, nuestro vehículo y partimos con destino incierto hacia algún lugar de la selva, a fin de cumplir con nuestra obligación marcial: desaparecer los cuerpos del delito. Y no crea usted, fiscal Borges, que es fácil decir esto. A nosotros, como fuerzas del estado, nos duele tener que contribuir a la merma de la población, pero no nos queda otra salida si queremos seguir comiendo, sobre todo, teniendo una vida holgada como la que llevamos: no como la que lleva esa gente, estrato bajo, que vive en las favelas o neo-favelas, como ahora las llama ese tal Paulo Lins en su panfleto Cidade de Deus; o esa otra gente, clase media agobiada, que vive en las ciudades y que tanto contribuye con su silencio a nuestro bienestar frente a la prensa, a la opinión pública y al Gobierno, al que tanto le debemos y tanto tenemos que agradecerle; en fin, no como la que lleva esa otra gente, clase alta estresada, empresarios, dueños de transnacionales y de medios de información (porque no son de comunicación) a la que, no obstante, se le debe toda esa tranquilidad, esa paz y ese amor que todos nosotros llevamos dentro.

Y le ruego, abogada Borges, no se moleste si en el curso de mi declaración cambio los nombres o el sexo o el cargo de ciertas personas, altero los lugares hacia donde iban o de donde venían las víctimas, doy datos o fechas errados sobre situaciones incómodas, por ejemplo, sobre las acciones contra Montoneros y Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), a quienes siempre he elogiado por su coraje. Los nuestros eran flojos, pero los guerrilleros argentinos eran muy diferentes: tenían una convicción que espantaba. Piense en Rodolfo Walsh, Julio Troxler o el Che. Yo, acostumbrado a lidiar con brasileños, me sorprendí con los gauchos. Usted debe comprender, tengo setenta años y por eso le repito que me disculpe si en algo me equivoco. En todo caso, lo que diga es de buena fe y lo que omita también, así como lo que pueda cambiar o de lo que me retracte. No se le olvide que soy un ex coronel y además septuagenario, no sé si ya lo dije, pero de lo primero sí estoy seguro… no de lo que dije, sino de lo que soy. Para muchos, un hijo de puta, pero siempre se han de correr riegos en la vida con lo que se hace. Aun así no quiero pasar por un traidor a la Omertá que es transversal a todas las fuerzas armadas, ni siquiera que se me considere un pusilánime, un chivato, un traidor.

No se les olvide jamás —reza una nota postrera que se acaba de encontrar bajo la alfombra de la habitación donde murió— que “Los cóndores siguen volando todos los días”, [advierte Malhaes en un guiño militar a la tristemente famosa Operación Cóndor que sacudió de pavor a toda América Latina durante las décadas de 1960, 70 y…] Aquí se interrumpe el relato por los ruidos atronadores del equipo de sonido activado en su sala de estar —que se oyen en la grabadora, mientras al tiempo grita Malhaes—, antes de proceder a ponerle en la cabeza una bolsa para luego asfixiarlo mecánicamente. Sin embargo, la causa de su muerte, según el director del IML, Jajarry Chivato, fue “muerte accidental auto-inducida por estrangulamiento”, uno de esos raros dictámenes que sólo las autoridades brasileñas o argentinas suelen sacar de su chistera a última hora. Una boutade. No obstante, por lo que se ha sabido luego, para la Comisión y para la Subcomisión de la Verdad del Senado, el deceso de Malhaes es lo más parecido a un incendio provocado, a una “quema de archivos”. Como la que se hizo en mayo de 1982 con los de Rio Grande do Sul, tras la muerte, en enero, de la cantante Elis Regina, a quien el ejército declaró muerta por “sobredosis de alcohol y cocaína”, lo que, señor Borges, pese a los esfuerzos del ejército, jamás pudo demostrarse. Todo se ciñó al concepto del médico legista de la época, la citada Shibata, quien justo después del hecho fue llevada a la dirección del IML. ¿Las razones? Adivínelas usted, doctor Borges.

Como a su manera ocurrió en el caso del periodista de origen croata Vladimir Herzog y del obrero Manuel Fiel Filho. En la época era común que el gobierno militar dictatorial divulgase que las víctimas de sus torturas y asesinatos habían muerto por “suicidio”, fuga o atropellamiento, por lo que no tardó en saltar la liebre de la ironía: a Herzog, al obrero Hijo Fiel y a otros tantos los había “suicidado la dictadura”. En sentencia histórica, responsabilizando al Estado por la muerte, en octubre de 1978, el juez federal Márcio Moraes pidió determinar la autoría y las condiciones de la misma. Sin embargo nada se ha hecho. Para ahondar en esta historia, le recomiendo el artículo Mataron a Vlado, de Celso Miranda, así como el libro A Ditadura Encurralada, de Elio Gaspari. En su minucioso relato, Miranda comienza declarando: “Hace 30 años, la muerte del periodista Vladimir Herzog en un cuartel del ejército en São Paulo abrió para Brasil los sótanos de la dictadura militar. Causó la movilización inédita de la sociedad contra la tortura, acorraló al gobierno Geisel y aceleró el proceso de apertura política.” Sobre el libro de Gaspari, Miranda dice: “Tras los bastidores de la política dominada por los cuarteles, ese escenario despertó el temor de la llamada línea dura del régimen. Gente que veía cualquier oposición como subversión y que combatía cualquier subversión con violencia, tortura y asesinato. Gente que se apoyaba en el Centro de Inteligencia del Ejército (CIE) y encontraba en los DOIs regados por el país albergue para actividades ilegales y violentas. Gente que prefería el infierno a la ‘distensión’ y a lo que ella representaba. En menor o mayor grado, esa gente vivió en los sótanos de la dictadura y, dependiendo de la ocasión y del apoyo oportunista de políticos y militares a sus prácticas, tuvo menor o mayor influencia sobre el gobierno. Fue mayor entre 1969 y 73, después de la publicación del AI-5, cuando el combate al terrorismo y focos de guerrilla alcanzó la primera línea del régimen. Fue menor en 1974, cuando Geisel asumió. Entre octubre de 1969 y diciembre del 73, dos mil personas pasaron por el DOI-CODI en São Paulo: 502 se quejaron de tortura y por lo menos 40 fueron asesinadas. En 1974, sólo una fue detenida. En 1975, sin embargo, la represión estaba de vuelta y se extendería hasta el fin del periodo Geisel, 1979. “Sin terroristas para cazar y con la guerrilla del Araguaia devuelta al silencio de la selva, el CIE avanzó contra el PC”, dice Gaspari.

El 13 de enero del 75 el CIE invadió la gráfica de la Voz Obrera, el periódico del partido, que operaba clandestino, en un sitio en Rio. El 14, Elson Costa, responsable de la gráfica y dirigente del PCB, desapareció. Fue asesinado en una casa mantenida por el CIE en la periferia de São Paulo, según testimonio del sargento Marival Chaves Dias do Canto a revista Veja, en 1992. Entre enero y julio, 500 miembros del partido fueron identificados, 200 puestos presos y por lo menos 14 murieron. En octubre, nueva oleada de arrestos: 61. La intención era demostrar la tesis del CIE de que el PCB había infiltrado al MDB, a la prensa y hasta al gobierno. Esa última acusación fue incluso objeto de desacuerdo entre el comandante del II Ejército, el general Ednardo D’Avila Mello, y el gobernador del Estado, Paulo Egydio Martins. Con 38 años, Herzog asumió la dirección de Cultura, emisora oficial. Militante comunista, no actuaba clandestino y se limitaba a reuniones. Bajo su dirección convergen tres crisis, todas regadas de odio: “Una era el choque de la línea dura con Geisel. Otra, la cacería al PCB. La tercera era el conflicto entre el general Ednardo y el gobernador Paulo Egydio. La detención de Vlado servía a todas”, dice Gaspari. El examen forense sobre Herzog, firmado por Harry Shibata y Arildo de Toledo, del IML, concluyó: “Cuadro médico legal clásico de asfixia mecánica por ahorcamiento. Aún en la noche del sábado, se envió el cuerpo al Hospital Albert Einstein. Todo estaba listo para otro entierro típico de muertes ocurridas en las instalaciones de las FF.AA, durante la dictadura: rápidos y discretos”, señala Miranda. De otro lado, poco después de las muertes del periodista y del obrero el general D’Avila se vio obligado a dimitir, la única renuncia castrense durante la dictadura. Y Geisel, estudiante del Colegio Militar de Porto Alegre en 1921 y oficial de la Escuela Militar de Realengo en 1928, al dejar su gobierno, mantuvo su influencia sobre el ejército en los años 80 y estrechó los lazos, ya fuertes desde 1950, con el grupo militar Sorbonne ligado a la Escuela Superior de Guerra, ligada a su vez con el National War College.

El siguiente caso es el de la desaparición forzada de 24 trabajadores de la Ford en Argentina. No voy a dar mucho detalle por si acaso a algún periodista se le ocurre que aquí puede haber una gran primicia o, más allá de eso, a un escritor, una gran historia: ¿se acuerdan del caso de Luis Proganso? Pues bien, esto que les voy a relatar pronto va a estar en manos de alguna agencia de noticias, con la cual ya he negociado los derechos, ejem… y disculpen la indiscreción. Era trabajador de la Ford, delegado y miembro de la comisión interna y laboraba en el área de pintura como primer oficial. El martes 13 de abril del 76 a las 11 a. m., se le detuvo y pasó a la clandestinidad, por militares argentinos que previamente habían arreglado todo conmigo y otros tres colegas de los cuales sólo puedo decir sus apodos, por los que son más conocidos: Cabezón, Güevas y Sintripas, no sin-tripas, el hombre era de lo más tierno. En el quincho de la planta de la automotriz en Pacheco fue torturado junto a otros compañeros: se le rasuró, de arriba-abajo, cabeza, cejas y pelotas, le pusieron corriente en ellas, le metieron un palo por el ano. Cuarenta días estuvo desaparecido, comiendo poco y puesto luego a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Treinta y ocho años más tarde, ahora en julio el Tribunal Federal de San Martín tramitará los casos de unas 40 víctimas, en su mayoría obreros de la Ford y otras fábricas de la Zona Norte del Gran Buenos Aires. El juicio oral y público debatirá cuatro grupos de víctimas: los desaparecidos de los astilleros Astarsa y Mestrina; los de las cerámicas Cattaneo y Lozadur; los de la metalúrgica Bopavi; los de la Ford.

En este último caso los imputados son el ex gerente general Peter Demoller, el ex gerente de Relaciones Laborales Wilhelm Dalarraja y el ex jefe de Seguridad Franz Yísus Schlange, acusados de haber facilitado datos para el secuestro de veinticuatro obreros de la automotriz ese año y permitido que los represores montaran un centro clandestino de detención dentro de la fábrica, lo que en el cine se conoce como Garage Olimpo. El entonces presidente del Directorio de Ford Argentina, Nicolás Agravard, no está entre los acusados y no lo está porque, por fortuna, ya murió. Proganso es querellante en el juicio contra la empresa por delitos de Lesa Humanidad. En el diálogo con Proganso quedan manifiestas las complicidades que se juntaron en la desaparición de estos obreros. “Nadie puede negar que la empresa fue partícipe. Mientras nos tomaban declaraciones venían con las fichas de la empresa”. “Dejo claro: la Ford no colaboró con los milicos, sino que los milicos colaboraron con la Ford. Por su causa se lavaron muchísimos millones de dólares que los terminamos pagando todos nosotros”. También el ex delegado señala la complicidad de la burocracia del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA): “José Rodríguez [Secretario del gremio metalmecánico durante la dictadura] metía patotas dentro de las empresas, por eso luchamos y por eso terminamos presos”. Proganso es parte del Servicio de Paz y Justicia (SERPAJ) y de la Comisión por la Memoria de Campo de Mayo que han aportado y colaborado en la acusación de la “causa de los obreros” de la Zona Norte y de la mega-causa Campo de Mayo, lo que no vayan a pensar que tiene que ver con las actividades contra-insurgentes del Batallón 601. Aunque, claro, a veces lo olvide, hay que saber separar las cosas y, eso, señora Borges, trato de hacer todo el tiempo.

Como ahora en el caso Ciccone y Alfredo Yabrán, quien para muchos tiene que ver con el asesinato del joven José Luis Cabezas. No se sorprendan, les digo desde ahora, con las consecuencias del juicio que se inicia el 15 de julio, cuando bajo la dirección del juez Top Raspo, no, Ariel Lijo, disculpe, se le tome indagatoria nada menos que al vice-presidente de Argentina, señor Amado Boudou, que se debe pronunciar Budú, pero no Vudú, porque eso implicaría otras cosas. No es gratuito que ahora se diga en la calle que para la Casa Rosada, y en particular para la señora Cristina Fernández, dejar caer a Boudou puede salirle más caro que sostenerlo pues si suelta la lengua todo el gobierno puede quedar involucrado en las maniobras del grupo Ciccone. No quiero decir con esto que vayan a “suicidarlo”, como tanto se ha dicho de Yabrán, pero nada tendría de raro. Con el poder no se juega, con el lenguaje tampoco, aunque no pocos insistan en una y otra cosa: a ambos se les debe respetar, si no uno termina como yo estoy aquí: entre la espada oxidada de la ley y la pared derruida de la justicia. No se olvide que cuando el juez Resacas allanó el apartamento de Boudou y encontró pruebas que lo incriminaban en el caso, el Vice denunció maniobras del gobierno contra él e hizo tumbar a Resacas y al procurador de entonces, Juan Ríguido, pese a que éste y Resacas, como se sabe, estaban dentro del círculo íntimo de Luis Panini, secretario de Legal y Técnica.

Y aquí volvemos al Mundial del 78, del que en La memoria León Gieco dice: “Fue cuando se callaron las iglesias,/ fue cuando el fútbol se lo comió todo,/ que los padres Palotinos y Angelelli/ dejaron su sangre en el lodo” y fíjese doctora que, a pesar de todo, tengo buena memoria musical, claro que nunca como la de mi esposa. Desde ese año, Ciccone Calcográfica, fundada en 1951 por los hermanos Alberto y Nicolás Ciccone,no paró de crecer. Merced a sus nexos con el almirante Carlos Lacoste, presidente del Ente Autártico Mundial 78, ese año la firma Ciccone logró hacerse a la impresión de las boletas para los partidos. A partir de ahí las empresas más cercanas al almirante comenzaron a importar libremente, sin aranceles, con lo que los hermanos Ciccone trajeron maquinaria a precios envidiables, privilegio que fue más allá del fin del Ente Autártico Mundial 78. Concluido el Mundial, siempre bajo la protección de Lacoste, comenzó a imprimir la Lotería Nacional, se hizo a la planta de impresión de tarjetas de Pronósticos Deportivos y más tarde de otros juegos como Loto, además de imprimir billetes para varias loterías de las provincias y valores para estas y sus bancos.

Aun con tensiones, Ciccone sostuvo su poder e influencia en el gobierno de Alfonsín pero, todo hay que decirlo, fue gracias a Menem que conoció su época de oro, en especial cuando Diego Gastañán fue presidente de la Casa del Billete. No obstante, también durante el menemismo fue que comenzaron los líos para Ciccone. No pudieron quedarse con el software para la renovación de cédulas y pasaportes, por resistencia del Mininterior Adolfo Invéliz y, ante todo, del Mineconomía Domingo Cavallo, quien en un forcejeo interno denunció los oscuros lazos entre los Ciccone y Alfredo Yabrán. Para entonces, éste había logrado una posición de dominio en Ciccone por un crédito que dicha empresa había obtenido de la Banca del Cappello, por 30 millones de dólares, que no pudo o no quiso devolver; en su lugar, Yabrán pagó el préstamo, se adueñó de Ciccone y desde entonces la firma se disparó a causa de licitaciones ilegítimas para proveer, por ejemplo, pasaportes y documentación automotor. El gerente de Ciccone por entonces era Jaime Chinchinko, director de Ocasa Ocarro (“pero no beca”, decía la gente), una de las firmas más sólidas del monopolio Yabrán. Al caer Yabrán y terminar “suicidado”, aunque hay otra versión, luego de varias operaciones dantescas, Ciccone, ya en ruina, quedó bajo el cuidado y control de otra de las firmas parte de esta historia, Boludete S. A., vinculada al ex presidente Eduardo Duhalde, quien, a propósito, en muchos grafitos de la época aparece como “Duhalde asesino”. Entre las varias y probables causas de la quiebra, la mayor quizás era una deuda de nueve millones de pesos con la Administración Federal de Ingresos Públicos (AFIP). En su momento el juez Resacas rotuló la causa “Boludete-Ciccone”. La dupla tenía en su poder negocios más jugosos que turbios, pero podría ser más bien al revés… siempre asociados al Estado, como la elaboración de los nuevos DNI y, otra vez, de los billetes de lotería.

En 2010 al ahora ex presidente Kirchner, consorte de doña Cristina, se le inflamó la vista y dejó hundir el barco de Ciccone. La firma no lograba cobrar sus contratos con el Estado y estaba bajo permanente asedio de la AFIP. Los que apretaron a Ciccone por cuenta de Kirchner fueron el ex chofer Rudy Ulloa Igor y el actual embajador en Uruguay, Dante Ravena, quien, dicho sea de paso, ha cometido todas las torpezas en Montevideo y, dicen los uruguayos, se comporta allí como si fuera el gobernador de una provincia argentina. Luego, Kirchner, poco antes de morir, delegó en Boudou las negociaciones para desplazar a Boludete y quedarse con un negocio multimillonario. Sólo resta decir que a veces las historias tal como uno las conoce, no se parecen a las que cuenta la historia oficial. Quizás esto, escritor Borges, no sea nada nuevo, pero sí es revelador en el caso de Yabrán, con el que quiero terminar, personaje que tiene no poco que ver con el destino final del reportero Cabezas, como ustedes mismos podrán inferir. Aquí no hay que ser aprendiz de brujo ni grumete de mago. Basta con dejarse llevar aunque, eso sí, como si fuera uno directo al infierno o, peor, ya estuviera en él. Porque el infierno es aquí y ahora, como dijo un escritor mexicano de cuyo nombre no quiero acordarme, como se dice en otra novela de un autor español, ¿no es cierto? Pues bien, aquí va mi conclusión pasajera porque, en realidad, aquí no concluye nada. Más bien, todo empieza y todo hiede, apesta, envilece. Después de lo que les relate, creo que inocencia pasa a ser sinónimo de utopía, de la peor que el hombre haya soñado. Aunque, lo que se cuente parezca eso, un sueño, así sea una pesadilla, en la que se confunde lo onírico con la vigilia. Sin más anuncios, esta es la historia que involucra básicamente a Menem, Cavallo, Yabrán y Cabezas, los tres primeros victimarios, el cuarto, víctima.

Al comienzo, Yabrán mantenía un bajo perfil y sólo hablaba mediante voceros, hasta que vino Caballo con su mediático dedo acusador. Cabezas fue el primero en lograr fotografiarlo: poco después caía asesinado, de forma espantosa, y personas del círculo de Yabrán se vieron implicadas en el caso. A partir de entonces se sintió obligado a salir en público y hacer declaraciones al respecto. Cuando se emitió una orden de arresto en su contra, pasó a la clandestinidad. Cinco días después, el 20 de mayo de 1998, se dice que Yabrán se suicidó disparándose con una escopeta, que lo desfiguró e hizo irreconocible el cadáver. Según el dictamen forense, el cadáver era de Yabrán, pero algunos medios pusieron en duda la idea del suicidio dada la extensión del cañón y los cortos brazos de Yabrán. Esto dio pie a un sinfín de rumores según los cuales Yabrán no se suicidó, y yo lo creo, sino que hizo un montaje para que así pareciera. En 2002 se realizó en Estados Unidos una transacción comercial, al parecer por Yabrán. Sin embargo, la teoría más aceptada es que un tercero habría intentado suplantarlo, presentando documentos adulterados e imitando su firma. ¿Por qué me mira así ahora, escritor…? Es curioso que mientras interpreta en vivo El Salmón, Andrés Calamaro diga No me gusta el fantasma Yabrán donde debería decir No me excita cagar en el mar. Tampoco a Yabrán, quien justo por unas fotos de Cabezas en la playa tal vez decidió que éste no tenía derecho como él a un lugar en el mundo. No contaba con que los tentáculos de la muerte son superiores al afán de vivir de cualquier terrícola y terminó víctima de la violencia que él mismo echó a andar. En todo caso, para concluir, repito que ni con el poder ni con el lenguaje se puede jugar y que la vida es un rompecabezas que se burla de cuanto hijo de puta se quiera cagar en algo. Y ahora, le pido, Borges, no se vaya para atrás: yo fui el que le prendió fuego al baúl del Ford Fiesta, qué ironía, en el que estaba el fotógrafo de la revista Noticias, José Luis Cabezas, no sin antes esposarlo, escupirle en la cara, pegarle dos tiros en la cabeza; y, no se asuste, yo era el jefe de Los Horneros, la banda de los cuatro condenados por su asesinato: Horacio Braga, José Auge, Sergio González y Héctor Miguel Retana. Eso, sin hablar del otro cuarteto operativo, Ríos, Camaratta, Luna y Prellezo, todos condenados pero luego absueltos: uno por cuestiones de salud, otro por el mal del sida, uno más por portarse bien, y al cuarto le redujeron la cadena perpetua a 27 años. La operación fue organizada por Cavallo, bajo orden de Menem, el resto usted lo inferirá. No puedo contar más. Corro demasiado riesgo. Es más, siento que viene la parca. Y no sueño ya.

***

Treinta días antes de su muerte, el represor Paulo Malhaes habló durante 23 horas ante la Comisión de la Verdad. Murió de un ataque cardíaco luego de que tres hombres entraran a su casa y la pusieran del revés.  Un mes antes de ser secuestrado y muerto en su quinta de Río de Janeiro, el ex coronel declaró que había participado en operaciones contra guerrilleros argentinos que operaban en su país. Al parecer, miembros de Montoneros que intentaban volver a la Argentina. Hecho conocido al divulgarse en Brasil el contenido de la larga confesión del militar ante la Comisión creada por Dilma Rousseff, a raíz del caso de un coronel: “El 14 de marzo de 2012 fue presentada la primera demanda penal por estos crímenes. Un grupo de procuradores presentó a la justicia de Marabá (estado amazónico de Pará, donde actuó la guerrilla del Araguaia) una denuncia que acusa al coronel de la reserva Sebastião Curió Rodrigues de Moura del secuestro de cinco exguerrilleros en los años 70, hasta hoy desaparecidos, informó el fiscal Tiago Rabello”. Hecho histórico dados la ferocidad y el horror de quienes, como en 1984, hicieron del ministerio del amor el de la tortura, siempre con el patrocinio de EE.UU. Por eso la decisión de Rousseff: “Resulta fundamental conocer el pasado, sobre todo el más reciente cuando muchos brasileños fueron encarcelados, torturados y asesinados”. La iniciativa de revisar la amnistía de 1979 para poder enjuiciar a los torturadores militares y civiles de esa oscura época, propuesta por Lula antes de dejar el poder, levantó ampollas e incluso provocó primero la protesta y luego la renuncia del ministro de Defensa, Nelson Jobim. El tema parecía haber quedado quieto hasta 2011 cuando Rousseff sancionó las leyes que dieron luz a la Comisión Nacional de la Verdad.

Declaraciones finales de la doctora Jorgina L. Borges

A comienzos de 2014, para Página/12 de Buenos Aires declaré, yo, Jorgina L. Borges, pese a los desvaríos de Malhaes que cada vez que puede me confunde con un hombre, sea señor, doctor o escritor, que lo que surge de su declaración es que él habría estado involucrado en el secuestro de los militantes Campiglia y Pinus, en 1980, y así lo consigné ante la Comisión de la Verdad de Río. Además no descarté que Malhaes tuviera alguna relación con la detención y posterior desaparición de Habegger. Durante las 23 horas de confesiones de Malhaes, en marzo de 2014 y cuya transcripción acaba de ser divulgada, estuve presente y formulé preguntas. En esas horas, muchas de las cuales se han desgrabado aquí frente al papel, para que nadie dude de sus afirmaciones, las que además se han confirmado luego, el militar contó cómo espió, persiguió y secuestró a ciudadanos argentinos cuando hacía parte del Centro de Informaciones del Ejército brasileño, vinculado con el Batallón de Inteligencia 601 de Campo de Mayo.

Los militantes Campiglia y Pinus fueron secuestrados el 12 de marzo de 1980 cuando arribaron, desde Venezuela, al Aeropuerto Antônio Carlos Jobim, de donde planeaban seguir viaje hacia Argentina. Dos años antes, en agosto de 1978, para no generar mala prensa durante el Mundial, Habegger, también montonero, fue raptado en la misma terminal aérea. Los tres siguen desaparecidos. Y sus familiares no los lloran para no suscitar melodramas entre ellos ni para dárselos a los medios, no siempre tan objetivos en todo cuanto informan a la población argentina. O brasileña, toda vez que la situación ha impregnado el ambiente entre los vecinos de ambos países. En su confesión, el militar, hablando de él mismo en tercera persona, igual que los Kennedy de la democracia, dijo: “Malhaes capturó a un argentino y lo mandó de vuelta para Argentina, el tipo era un montonero importante; el tipo vino a Brasil no sé para qué; yo realmente lo secuestré y lo mandé para Argentina; lo agarré saliendo del aeropuerto”, en un típico alarde del más puro amarillismo, algo ni siquiera conseguido en las épocas del patriarca gringo William Randolph Hearst o Guillermo Randolfo Jers, como dicen en Argentina.

Para mí, Malhaes no despedía arrepentimiento alguno al hablar: “El sentía haber cumplido su misión en la guerra que era acabar con el comunismo”. Con ocasión de un encuentro previo con miembros de la Comisión de la Verdad, el ex coronel aseguró haber enseñado a sus colegas argentinos cómo infiltrarse en las organizaciones armadas. Para ello, contaba haber leído La guerra de guerrillas, del Che, el mismo manual que han leído todos los oficiales que han pasado por la Escuela de las Américas, en Panamá, o por Fort Briggs, en los Estados Unidos. Luego, en su declaración formal se jactó de que se había vuelto muy famoso en la Argentina, tanto que le habían dado una medalla. Como a los gringos en Vietnam, aunque antes, todo hay que decirlo, les hubieran dado por el culo y disculpe usted, señora Malhaes, pero es que no puedo evitar la ano-ta-ción.

Un mes antes de morir de forma todavía no aclarada, el represor relató haber descubierto un montón de argentinos en Río de Janeiro y otros tantos en Buenos Aires. Unos eran exiliados políticos amparados por la ONU, otros trabajadores de la Ford. Entonces ordenó a sus subalternos que fueran a fotografiar a todo el mundo: así sabía que tal brasileño era fulano, tal argentino mengano, tal cholo sutano, este secuestró o hirió o mató, como ellos, a no sé quién… que él sí sabía: “Y en esto no me parezco para nada a ese gran enano energúmeno, quien ahora que la justicia internacional lo investiga, porque la nacional sigue durmiendo entre algodones con espinas, contesta NO a todo, como tiene que ser cuando los jueces no le dejan a uno salida alguna. A propósito, otro eximio aliado de nuestra noble causa, la de borrar de la faz de la tierra al comunismo, la de no permitir que se siga vilipendiando al capitalismo, la de terminar con todo para poder Convivir, caray”, me confesó Malhaes con una voz que no identifiqué enseguida, jeje, pero que me hizo recordar a ese gran humorista asesinado.

Por seguridad, venganza o vanidad, lo cierto es que Malhaes quería hablar, lo cual hizo de él una amenaza a la Omertá que atraviesa todo el cuerpo castrense, que hasta hoy reivindica la ley de auto-amnistía sancionada en 1979 y denunciada por la CIDH. Nosotros constatamos que una parte importante de lo que dijo es cierto. Todo esto es valioso para la Comisión y podría resultar incómodo para quienes ayudaron a reprimir. El ex coronel comenzó a hablar en 2008. Contó detalles sobre cómo se financiaban las operaciones de infiltración para desarticular grupos armados locales o grupos argentinos en Brasil. Según él, estas operaciones continuaron hasta 1985, poco antes del “retorno de la democracia”. En 2012 recibió en su chacra de la Baixada Fluminense a periodistas e investigadores, y siguió contando su pasado. Para la Comisión Nacional y para la Subcomisión de la Verdad del Senado, su deceso se parece a una “quema de archivo”. Tres hombres invadieron su domicilio y por diez horas revisaron cada rincón y se llevaron computador, archivos y armas, nada más. Malhaes murió de un infarto a causa del pánico generado por la intrusión o de la asfixia con bolsa inducida por sus atacantes.

Lo curioso para senadores, especialistas y reporteros es que la causa está bajo reserva del sumario y que el comisario a cargo de la instrucción la haya rotulado como “delito común, robo seguido de muerte accidental, sin connotaciones políticas”. Malhaes fue el primer cuadro militar destacado que aceptó contar en extenso secretos de la represión y aportar datos sobre uno de los momentos cruciales del capítulo argentino-brasileño del Plan Cóndor. Por eso, aunque se hayan extinguido de los cielos suramericanos, quizás él tenga razón: los cóndores siguen volando todos los días en la tierra, en este reino del revés del que habló la otra Walsh, María Helena. La muerte de Malhaes nos perjudica bastante, pero sus denuncias pueden ser tomadas por la justicia argentina en la causa por la Contraofensiva. Se podría citar a algunos de sus cómplices en los secuestros y desapariciones. Se sabe que algunos aún están con vida y seguiremos, pese a todo, en la búsqueda de la verdad. De la cual no poca ha salido a la luz aquí. Sólo un loco, creo, hubiera declarado durante 23 horas simplemente para afirmar su odio a la humanidad. Además, y aquí recuerdo a Chesterton, lo último que pierde el loco, si Malhaes lo fuera, es la lucidez. Lo que no deja de ser, todo hay que decirlo, es un grandísimo hijo de puta. Y perdónenme el cierre… mejor dicho, no. Si para divertirse hay que pedir permiso entonces uno no es más que un pobre diablo, un pobre Tubarão, un pobre Tiburón.

A Augusto Pinilla, por la dichosa frasecita…

A Luís Eustáquio Soares, primer lector.

A Santiago, mi hijo, cómo no.

 

*(Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo y, por encima de todo, lector. Realizador y locutor de Una mirada al jazz y La Fábrica de Sueños: Radiodifusora Nacional, Javeriana Estéreo y U. N. Radio (1990-2004). Fundador y director del Cine Club Andrés Caicedo desde1984. Colaborador de El Magazín de El Espectador. Escribe en Agulha Revista de Cultura, de Brasil, Matérika,de Costa Rica, en www.milinviernos.com en www.fronterad.com, en www.auroraboreal.net y espera la publicación de sus libros La Fábrica de Sueños (Ensayos sobre Cine), El crimen consumado a plena luz (Ensayos sobre Literatura), Ocho minutos y otros cuentos, Músicos del Brasil, La larga primavera de la anarquía – Vida y muerte de Valentina (Novela). Invitado por la Universidad Federal del Espíritu Santo, en Vitória, Brasil, al I Congreso Internacional “Modernismo y Marxismo en época de Pos-autonomía Literaria”, en el que, además, hizo parte del Comité Científico (26-28.XI.14).Hoy, corresponsal en Colombia de la revista Matérika, de Costa Rica, Director del Cine-Club & Tertulias Culturales de la F. U. Los Libertadores, docente en la Transversalidad Humanidades-Bienestar de la misma Institución y traductor, primero, y ahora coautor, con Luís Eustáquio Soares, de ensayos para Rebelión.

E-mail: [email protected]

 

 

Comentarios