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Cuando Nabokov criticó a Dostoievski

Nabokov - Dostoievski
Nabokov (arriba) por Baron Wolman. Dostoievski retratado por Vasily Perov.

Durante sus clases de literatura rusa en las universidades de Cornell y Wellesley, en Estados Unidos, el autor de ‘Lolita’ dictaba un segmento sobre la obra de Dostoievski, a quien criticó por el nivel ético y estético de sus principales novelas. Su perspectiva revela deficiencias que —en su opinión— desmitifican al escritor.

Juan David Torres Duarte

A principios de 1940, porque no tenía dinero, el autor ruso Vladimir Nabokov llegó a Estados Unidos con un archivo de cerca de dos mil páginas, que versaba sobre literatura rusa y occidental, para dictar clases en un curso de la Escuela de Verano de la Universidad de Stanford. Su nombre le permitió, en breve, regentar cátedras en el Wellesley College y en la Universidad de Cornell sobre los autores con que se sentía más a gusto: Joyce —“el Ulises es mi gran modelo”—, Proust, Kafka, Stevenson. Aparte de esta introducción a la literatura moderna de Europa, una tierra que él ya había vivido gracias a sus estancias en París y Berlín, Nabokov dedicaba un curso al repaso de la literatura rusa clásica. Las obras de Tolstói, Chéjov, Pushkin, Gógol y Turguéniev eran presentadas por Nabokov durante cincuenta minutos por cada clase; impedido para hablar con soltura ante el público, creaba una fortaleza de libros entre él y su clase y de ese modo, resguardado mientras subía y bajaba la mirada, leía sus páginas.

Entre los segmentos más destacados —que hicieron de sus clases un punto de encuentro popular— había uno dedicado a Fiódor Dostoievski, autor de Crimen y castigo, Los demonios, Los hermanos Karamázov y El idiota. Dostoievski nació en 1821, tuvo conatos de revolucionario, fue sentenciado a trabajos forzados en Siberia, fue liberado y se convirtió, con novelas cuyos mecanismos son semejantes a los de las novelas policíacas, en uno de los escritores más respetados de la Rusia imperial. Nabokov repasó sus cinco novelas principales para dar una mirada general de su literatura y de sus herramientas estéticas y éticas. “La literatura —escribe Nabokov en alguna parte de su exposición—, la literatura de verdad, no hay que deglutirla de un trago como un potingue que pueda ser bueno para el corazón o bueno para el cerebro; el cerebro, ese estómago del alma. La literatura hay que cogerla y hacerla pedazos, deshacerla, machacarla; entonces se olerá su grato olor en el hueco de la mano, se masticará y se volteará sobre la lengua con deleite (…)”.

De ese modo, expone cada uno de estos relatos a un examen preciso: mira su vocabulario, el ritmo, la estructura del argumento, el desarrollo de sus personajes. Y su evaluación de Dostoievski carece del romanticismo existencial con que se califica usualmente su obra: Nabokov, en cambio, desgrana cada una de sus novelas —Crimen y castigo, Memorias de una ratonera, El idiota, Los demonios y Los hermanos Karamázov— hasta el punto de su destrucción. La disquisición sobre este tema se encuentra en Curso de literatura rusa, que reúne las anotaciones de sus clases y fue publicado en español en 2009.

El principio de todas sus objeciones a la obra de Dostoievski radica, en buena parte, en su propia biografía. Luego de que Dostoievski fuera liberado, decidió abalanzarse sobre una filosofía de su existencia muy en consonancia con los valores de la Rusia de entonces: la Iglesia, el respeto a la monarquía —y por supuesto el impulso a sus maneras políticas— y el nacionalismo. Dichos valores se trasmutaron en personajes en, por ejemplo, Crimen y castigo, donde Raskólnikov representa justo el género de hombre cuyas ideas —extraídas del pensamiento revolucionario— lo apartan del camino de la bondad y lo conducen a la locura. “Las teorías del socialismo y del liberalismo occidental vinieron a ser para él la expresión de la contaminación occidental y del pecado satánico —escribe Nabokov—, empeñados en la destrucción del mundo eslavo y greco-católico. Es la misma actitud que se observa en el fascismo o en el comunismo: la salvación universal”.

Esa perspectiva ética permea sus razones estéticas, según Nabokov. Sus personajes se identifican con cierta permanencia del estado de las cosas e incluso sus relatos —Los demonios, por ejemplo, donde cuenta la historia de una conspiración contra la monarquía— defienden las ideas de ese orden. Un cristianismo furibundo y una perspectiva política arraigada produjeron en Dostoievski un efecto del que no se libró su literatura. Nabokov, cuando discute la escena de Crimen y castigo en que una prostituta, Sonia, y Raskólnikov se inclinan sobre la Biblia, lo explica así: “No puede haber ningún vínculo retórico entre un asqueroso asesino y esa mujer desgraciada. No hay sino el vínculo convencional de la novela gótica y la novela sentimental. Esto es un truco literario despreciable, no una obra maestra de patetismo y compasión. (…) Se nos ha mostrado el crimen de Raskólnikov con todos sus sórdidos detalles, y se nos ha dado, además, media docena de explicaciones diferentes de su proeza. Nunca se nos ha mostrado a Sonia en el ejercicio de su profesión. (…) El pecado de la prostituta se da por sabido. Ahora bien, yo afirmo que el verdadero artista es la persona que jamás da nada por sabido”.

Entre líneas, Nabokov sugiere que para Dostoievski es lo mismo equiparar el mundo espiritual de Sonia al de Raskólnikov. Su desacuerdo estriba en que, teniendo en cuenta que la novela también es un reflejo de la ética, una defensa indirecta de una visión frente a la existencia, es una “majadería” que dos personajes tan disparejos se pongan a un nivel similar. El cliché es, para Nabokov, evidente: dos personajes pecadores —aunque también existan diferencias entre los géneros del pecado— desean la salvación a través del cristianismo, sobre todo de un cristianismo ortodoxo, rayano en la profecía.

Dostoievski tuvo una pésima experiencia de vida durante su encarcelamiento. Debió conocer las historias de otros presos, su sufrimiento, la absoluta fatalidad de una existencia condenada al fracaso. La suya propia —malos matrimonios, una adicción soberana al juego que nunca le permitió establecerse— recolectaba elementos desenfrenados que influyeron sin duda toda su literatura. Por eso, quizá, necesitó una forma de salvación, un camino: lo encontró en el cristianismo, en sus atenciones morales. “(Dostoievski) tuvo que sentir que en él el amante de la libertad, el rebelde, el individualista, habían sufrido una cierta pérdida, una merma de la espontaneidad como mínimo, de resultas de su estancia en una prisión siberiana; pero no quería apearse de la idea de que a su vuelta era ‘un hombre mejor’”.

El nivel ético de los trabajos de Dostoievski, relacionados de este modo a cierta ortodoxia social y religiosa, dejan demasiados asuntos por fuera al alimentar dicha ortodoxia de manera exagerada. Y eso, opina Nabokov, es también parte de la tarea del artista: recoger las posiciones éticas del mundo y ejecutarlas a través de una estética precisa.

Sin embargo, también aquella estética falla. A finales del siglo XIX, los folletines y las novelas sentimentales tenían una amplia distribución en los círculos literarios y populares. Nabokov señala que Dostoievski no eludió dicho influjo: “La influencia sentimental implicaba ese tipo de conflicto que a él le gustaba: situar a personas virtuosas en situaciones patéticas y después extraer de esas situaciones hasta la última gota de patetismo —escribe— (…). La falta de gusto de Dostoievski, sus monótonos tejemanejes con personas aquejadas de complejos prefreudianos, su manera de refocilarse en las desventuras trágicas de la dignidad humana, todo eso es difícil de admirar”. La explotación narrativa de las enfermedades de sus personajes —Nabokov enlista algunas de ellas, comunes en varias de sus obras: epilepsia, demencia senil, psicopatía, histeria— les prohíbe la transformación: es decir, los caracteres que describe Dostoievski, sólo en raras ocasiones, cambian a causa de los hechos que les ocurren. Son personajes de papel, concluye Nabokov. “Es discutible —dice— que se pueda hablar realmente de aspectos de ‘realismo’ o de ‘experiencia humana’ en un autor cuya galería de personajes se compone casi exclusivamente de neuróticos y trastornados”.

Las primeras publicaciones obtuvieron la atención de todo el círculo literario de Moscú y San Petersburgo. Nikolai Nekrasov, que dirigía la revista El contemporáneo, alabó su primera novela, Pobres gentes, al punto de despertarlo en medio de la noche para expresarle su conmoción por todo cuanto había acabado de leer. En breve, Dostoievski fue reconocido como un analista de la sociedad rusa y se lo presentó, al lado de Tolstói y Gógol, como uno de los representantes más sólidos de la literatura nacional. Fue él, Dostoievski, quien dio el discurso más concurrido durante la inauguración a un monumento en honor a Pushkin. Dostoievski sobresalió entonces, y sobresale ahora, por la profunda introspección que realiza de sus personajes, aquejados siempre por diversos conflictos personales y, sobre todo, espirituales.

Nabokov, consciente de esa posición, analiza su técnica. “La repetición de palabras y frases, el acento obsesivo, la banalidad al cien por cien de todas las palabras, la elocuencia de charlatán vulgar son elementos característicos del estilo de Dostoievski”, escribe. Con profundos análisis de capítulos enteros de sus obras, Nabokov da cuenta de las formas más comunes en su literatura y lanza una conclusión bastante singular: dice que Dostoievski hubiera sido el mejor dramaturgo de Rusia sino se hubiera desviado hacia la novela. Sus razones son precisas: la sucesión de escenas y diálogos, las brevísimas transformaciones de las características físicas de sus personajes, la exposición siempre determinada y quieta de los escenarios. Los hermanos Karamázov, dice, hubiera podido ser una gran obra de teatro. “Consideradas como novelas, sus obras se desmoronan; consideradas como obras de teatro, son demasiado largas y difusas, y están mal equilibradas”.

Los apuntes críticos de Nabokov se detienen con elogios sobre una de sus obras: El doble, publicada en 1846. La elogia por su capacidad rítmica, la exuberancia de su vocabulario, por su “detenimiento casi joyceano”. También atribuye exactitud a las descripciones de sus demás personajes y, a pesar del exceso, a los extensos monólogos de algunos de ellos. A contados fragmentos de Los hermanos Karamázov, sobre todo aquellos que conciernen a Dimitri Karamázov —uno de los tres hermanos—, les concede genialidad y brío. Sin embargo, sus palabras generales son de descontento: las obras de Dostoievski son inverosímiles, carentes de sentido humano, desfasadas en la proporción de los espíritus que pretende examinar. “Las reacciones de esas almas pobres, deformes, contrahechas —escribe Nabokov—, a menudo ya no son humanas en el sentido habitual de la palabra, o son tan monstruosas que el problema que el autor se había propuesto sigue quedando sin resolver, al margen de cómo se lo suponga resuelto por las reacciones de individuos tan insólitos”.

‘Curso de literatura rusa’, Vladimir Nabokov, editorial Zeta, octubre de 2009. La obra también incluye comentarios sobre Gógol, Turguéniev, Tolstói, Chéjov, Gorki y dos ensayos sobre literatura y censura y el arte de traducir.

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