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Colombia: Un país enfermo, pero que camina

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Anny Andrea Niño Durán

Con razón… Se había hecho guerrillero siendo casi un niño. No para matar sino para que no lo mataran, para defender su derecho a vivir, que, en su tiempo, era la única causa que quedaba por defender en Colombia: la vida.

Elegía a Desquite-Gonzalo Arango.

Se sabe que Colombia ha sido un país que ha padecido la enfermedad de la violencia, la cual, actualmente está siendo objeto de muchos análisis, puesto que se ha logrado identificar la tan aclamada cura: La Paz –que de hecho, ha estado siempre en las narices del Estado–, que los gobernantes han tratado de evadir o invisibilizar, pues así sus intereses se pueden lograr de una manera eficaz, mientras se mantenga desinformada a la ciudadanía, tan pasiva y poco reflexiva, de la que se han hecho acreedores todos los colombianos.

La paz que es la cura que espera el pueblo que el Estado introduzca en su sangre, en sus corazones, y en sus almas; es vista con recelo por los caudillos que ven inviable el exterminio de la enfermedad para la realización de sus intereses,  pues la violencia, esa enfermedad cancerígena ha generado una serie de mutaciones en el ámbito social, cultural, económico y político que han resultado favorable para los bandidos del poder.

Los bandidos del poder, esos títeres que han manejado este país, lo han hecho no con el espíritu libertario del ser humano -que está íntimamente relacionado con la ética- ni con su servicio en pro del interés general, sino conforme a sus intereses particulares, que en últimas son el ventrílocuo que dirige el gobernar de los gobernantes. Estos intereses particulares han financiado la difusión de la enfermedad, pues es más fácil manejar un pueblo enfermo, carente de incentivos de conocimiento, desarrollo y calidad de vida. Como lo decía Raimundo Fornieles, ”una sociedad desinformada es una sociedad muerta”, y por tanto se puede manipular a la conveniencia de la marioneta.

Pero volviendo al tema de las mutaciones, éstas se han estado introduciendo en el ADN socio-cultural y político-económico de la nación colombiana, pues han estado desapareciendo esa inocencia, ávida de conocimiento, y desarrollo. Visto desde los lentes de los cielos –quienes puede dar fe de la transformación del País–, se puede evidenciar que los ciudadanos han vivido un proceso de metamorfosis de principios culturales como la honestidad, la solidaridad, la ética y la justicia, pues para sobrevivir con esa enfermedad han tenido que tergiversar el significado de los principios de antaño.

Es por esto que, para defender la vida, los ciudadanos han tenido que sufrir una guerra interna entre hermanos que lo que ha generado ha sido pobreza y pérdida de conciencia de quiénes fuimos y quiénes somos, porque el Estado y los bandidos del poder han dejado –dolosamente– deseducar, y desinformar la conciencia del pueblo, que es el corazón que bombea todos los rincones del país y que, en esencia, lleva en sus entrañas el significado de ser colombiano.

Desquite, ese bandolero colombiano de sangre y corazón, es una digna representación de un ciudadano patógeno de esa crónica enfermedad, apoyada por los entes estatales que con sus intereses de enriquecimiento y desarrollo personal (que han sido generadores del cambio genético que ha dado origen a la enfermedad de la violencia entre los hermanos de la patria; ha manipulado al país, haciéndole creer que hay una disyuntiva en el actuar y en el pensar de los colombianos, para que estos a su vez omitan el pensar y actúen conforme a sus pasiones individuales sin tener en cuenta la solidaridad (principio con alto grado de relevancia debido a que es característico de aquellas personas que viven en sociedad­), la honestidad (que es un valor de igual importancia que el anterior, en tanto que no le permite a una persona desconfiar de otra por problemas de honradez, pues prima el bienestar de todos los ciudadanos) y la justicia. En caso contrario, donde el pueblo sea capaz de entrelazar el actuar y el pensar, no habría guerra entre hermanos de patria, sino que ellos se revelarían contra los caudillos que impiden el desarrollo de los fines constitutivos del Estado –y de los valores culturales y sociales– a través de la manada de ejércitos[1] para que no maten sangre de su sangre e impidan que se pase  por encima de aquellas personas que no tienen dignas oportunidades de desarrollo, y que por ello deben acudir a medios ilícitos para ganarse la vida.

Por esto es que el Estado, haciendo uso de la violencia, vuelve miopes a los ciudadanos, rivalizándolos con argumentos sin sentido, generando fracturas sociales e impidiéndoles ver la realidad: que todos devienen de un mismo tronco común: la historia. De no ser la historia recordada, Colombia sería, como dice William Ospina, “el país de la memoria borrada, del pasado escindido, el país del silencio obligatorio y de la conciencia trunca“. Para no caer en este círculo vicioso y evitar el triunfo de la enfermedad, la ciudadanía debe ser atenta, crítica y participativa mediante el logro de la paz, para que ésta pueda llegar a la espina dorsal del pueblo, que es, en últimas, su conciencia. Una vez logrado esto, se podrá realizar efectivamente la inclusión y el reconocimiento en lo que se ha convertido el pueblo para mejorarlo y sacar la violencia de sus entrañas.

Así mismo, el pueblo debe de manera democrática bajar del poder a la misma clase dirigente que ha gobernado y monopolizado el ejercicio del mismo, impidiendo la real soberanía del pueblo, que es en sí una verdadera manifestación del interés general y no el interés individual de los bandidos del poder.

[1] En Colombia, actualmente se ha desnaturalizado el objetivo de crear un ejército pues en esencia la necesidad de mantenerlo, radicaba en la defensa de la nación frente a otras que quisieren invadirla. Pero al presente, Colombia tiene la idea de que el ejército debe procurar la estabilidad del orden público. Lo cual, haciendo uso del derecho comparado con otros países, se puede constatar que el fin prístino específicamente de esta institución no es mantener la estabilidad el orden público sino defender a la nación de invasiones de otros Estados, a diferencia de la función de la Policía Nacional que es la defensa de problemas internos del país.

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