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Un bel morir – Álvaro Mutis in memoriam

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Jaime Panqueva

Cinco meses después de la muerte de Álvaro Mutis, su vida y su obra siguen siendo un tema polémico.

Noventa años me parece una edad razonable para morir, Álvaro Mutis nos dejó unos pocos días después de cumplirlos. Aquejado por los años y el Parkinson, descansó tras habernos legado su obra poética y narrativa.

Recuerdo haber visto por única vez a Álvaro Mutis hace unos siete años acodado en una mesa cerca del piano en La taberna del leónen el DF. Pasé junto a él y no lo reconocí. Tras tomar asiento en la mesa familiar, fue mi suegro quien comentó que el escritor estaba esperando a alguien en su mesa. No me levanté, ni siquiera me pasó por la mente acercarme e intentar algún tipo de charla, no me parecía el lugar, ni la ocasión y confieso que nunca sentí gran admiración hacia él, ni hacia su obra. Esa remembranza me llega hoy cuando trato de escribir algunas líneas en su despedida de este mundo.

Con un extraño gesto de doble nacionalismo, pues al igual que Mutis, nací en Bogotá y también tengo nacionalidad mexicana, me he puesto a revisar por estos días sus textos. Mutis fue un buen poeta, de ello daba cuenta Octavio Paz quien reseñó su primer poemario Los elementos del desastre, “no era difícil reconocer la voz de un verdadero poeta”, escribió entonces, “rico sin ostentación y sin despilfarro. Necesidad de decirlo todo y conciencia de que nada se dice. Amor por la palabra, desesperación ante la palabra, odio a la palabra: extremos del poeta.” Eso fue hace casi sesenta años, Mutis amasaría a lo largo de las décadas, en fragmentos poéticos o relatos breves un gran personaje: Maqroll El Gaviero, aventurero de las desgracias, trotamundos en constante desventura consciente de la futilidad y de la perenne inutilidad de las empresas humanas. Aunque ya en 1974 Mutis había obtenido el Premio Nacional de la Letras en Colombia y había podido regresar a su país natal, sería a partir de 1988 que la vida y tribulaciones de Maqroll nos sería transmitida en siete novelas: La nieve del Almirante, Ilona llega con la lluvia, Un bel morir, La última escala del Tramp Steamer,Amirbar, Abdul Bashur, soñador de navíos y Tríptico de mar y tierra. Siete joyas en seis años, pues la última de ellas fue publicada en 1993, que llevarían el nombre de Mutis por todo el mundo y le encumbrarían como uno de los grandes escritores de su generación.

El impacto de su obra narrativa tras la aparición del ciclo completo de Maqroll fue de tal magnitud, que Moreno-Durán a mediados de los noventa escribía, con cierta desesperación y su siempre acostumbrado humor, que la literatura colombiana se había dividido en dos bandos: el de los Gaboítas, o partidarios de García Márquez; y el de los Mutisélidos. Lamentablemente, este par de autores, que escribían desde su siempre generoso exilio mexicano, y sus feroces adeptos locales, arrojaron una sombra espesa sobre otros escritores colombianos con obra original y muy destacable, como el mismo Moreno-Durán.

Pero volvamos a Mutis; enamorado del mar, este hombre nacido a más de un millar de kilómetros del litoral y a 2.600 metros de altura sobre su nivel, fue de los pocos escritores tanto mexicanos como colombianos que volcaron sus letras a esa grandiosa extensión que lo cautivaría en sus viajes de niñez, cuando atravesó el Atlántico repetidas veces en buques mixtos de carga y pasajeros.

Mutis escribió toda su vida, o mejor, desde que el billar y la poesía lo alejaron de las aulas del bachillerato. Sin embargo, no vivió de la pluma (prácticamente nadie lo hace sólo escribiendo poesía), y aquí viene quizás la zona oscura: publicó sus novelas una vez jubilado de su trabajo como agente de Columbia Pictures.

Su salida de Colombia para radicarse en México es digna de una novela o por lo menos de un buen documental. Harold Alvarado Tenorio lo ha acusado constantemente de haber sido un agente encubierto de la CIA y su huida, que Mutis y sus amigos siempre atribuyeron a un despilfarro de fondos de la Standard Oil Company o ESSO, se debió a que fue sorprendido sobornando a nombre de dicha empresa a personajes influyentes del gobierno del dictador Gustavo Rojas Pinilla para evitar la nacionalización del petróleo. A esto siguió un escape cinematográfico con escala en Cuba, ocultamiento bajo identidad falsa y posterior encarcelamiento en México, pasó quince meses en Lecumberri. La temporada en prisión imputada a gestiones de la Interpol, se orquestó con la anuencia de algunas autoridades mexicanas para evitar su extradición y bajo cargos que luego serían borrados de los expedientes con ayuda de Alfonso López Michelsen (quien al ser presidente le dará el premio a las letras), del lado colombiano, y de Antonio Carrillo Flores en la cancillería mexicana.

Pueden ser calumnias o tergiversaciones, sin embargo, de no haber hecho favores a los magnates del oro negro o a la inteligencia norteamericana, resultaría difícil comprender por qué al salir de la cárcel obtuvo cargos importantes en multinacionales del país del norte, tras haber desfalcado a la todopoderosa ESSO. En la lista de empleadores aparecen Panamerican, 20th Century Fox y finalmente la Columbia Pictures, en donde trabajaría hasta su jubilación. Mutis, antes del estallido de fama que le darían sus novelas, se ganó la vida con la distribución de programas de televisión y películas norteamericanas a lo largo de América Latina. Parece una ironía de la vida: mientras cuajaba La nieve del almirante, viajaba promoviendo Karate Kid o al Vengador Anónimo. Alternaba sus versos con los episodios de Amor a la americana o el Show de Lucy. No lo sé, tal vez su literatura fue otra empresa ajena a lo comercial, a lo vulgar. Quizás también debido a su pasado, Mutis se declaraba en las entrevistas desinteresado por la política: “Nunca he participado en política, no he votado jamás y el último hecho que en verdad me preocupa en el campo de la política y que me concierne y atañe en forma plena y sincera, es la caída de Constantinopla en manos de los turcos el 29 de mayo de 1453”. Y, a pesar de ello, o quizás en consecuencia, se confesaba a la vez “gibelino, monárquico y legitimista.”

Nos es difícil desligar a los hombres de su obra, y aunque a estas alturas este artículo se ha convertido en la antítesis de un panegírico, creo que vale la pena leer a Mutis porque ha dejado una obra perdurable. Si no lo han hecho, dejo a su buen juicio este link con poemas escogidos por la UNAM:

http://www.materialdelectura.unam.mx/index.php?option=com_content&task=view&id=60&Itemid=1

y como colofón, Un bel morir, uno de mis favoritos, que nos ilustra a la perfección su amor por el trópico, la navegación y las atmósferas seductoras.

Un bel morir

Un bel morir tutta una vita onora, Petrarca

De pie en una barca detenida en medio del río

cuyas aguas pasan en lento remolino

de lodos y raíces,

el misionero bendice la familia del cacique.

Los frutos, las joyas de cristal, los animales, la selva,

reciben los breves signos de la bienaventuraza.

Cuando descienda la mano

habré muerto en mi alcoba

cuyas ventanas vibran al paso del tranvía

y el lechero acudirá en vano por sus botellas vacías.

Para entonces quedará bien poco de nuestra historia,

algunos retratos en desorden,

unas cartas guardadas no sé dónde,

lo dicho aquel día al desnudarte en el campo.

Todo irá desvaneciéndose en el olvido

y el grito de un mono,

el manar blancuzco de la savia

por la herida corteza del caucho,

el chapoteo de las aguas contra la quilla en viaje,

serán asunto más memorable que nuestros largos abrazos.

Álvaro Mutis, STTL.

 

Comentarios antipanegíricos a mi mail: [email protected]

 

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