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David Alfaro Siqueiros: pintar con la mano izquierda

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David Alfaro Siqueiros (1896-1974) en la prisión de Lecumberri.

David Alfaro Siqueiros, quien falleció hace 41 años, el 6 de enero de 1974, pensaba que la política y el arte eran un mismo asunto y por eso empleó la misma pasión en su afiliación al comunismo y en su representación de motivos proletarios y campesinos. Fue encarcelado y exiliado en varias ocasiones.

Juan David Torres Duarte

David Alfaro Siqueiros pertenece a una estirpe casi extinta de artistas: aquellos que, con decidido radicalismo, suscriben principios políticos y utilizan el arte para expresarlos. Alfaro, que nació en 1896 en México y desde los primeros años tuvo una permanente exposición a la defensa del pueblo y a cierto anticlericalismo —por influencia de su abuelo, Antonio Alfaro—, se sometió a esos principios de manera tangible con su afiliación al Partido Comunista Mexicano —hizo parte de él, de una manera u otra, hasta su muerte— y la constante adhesión de motivos proletarios en sus murales y pinturas de menor amplitud. De modo que la obra de Alfaro puede ser descrita con un verso del poeta ruso Vladimir Maiakovski, también comunista y uno de los soportes de la revolución de 1917: “Quiero que la pluma sea bayoneta”.

En su caso la bayoneta eran el pincel y las pinturas industriales con que se equipaba para la creación de sus murales. Y, en su muy singular caso, la bayoneta también era una literal bayoneta: fue voluntario en la Guerra Civil Española y uno de los participantes en el atentado contra León Trotsky, en su casa de Coyoacán, Ciudad de México, en 1940. Fue teniente-capitán de una de las divisiones del ejército de Venustiano Carranza, y combatió, desde esa trinchera, a Emiliano Zapata y Pancho Villa. Ambos combates sugieren cierta defensa de los derechos constitucionales, una lucha contra cualquier forma de fascismo, aunque parte de sus principios vinieran justamente de una nación gobernaba por la dictadura, la Unión Soviética.

Alfaro Siqueiros, entonces, comenzaba una existencia como pintor, militar y político que él trataba como un solo bloque conjunto. Sin embargo, durante sus exilios por su posición política, su faceta artística tuvo más peso. Era en esos momentos cuando, lejos del territorio que pretendía defender, Alfaro Siqueiros se convertía en un artista con determinada educación pictórica —viajó por Italia con Diego Rivera estudiando numerosos frescos, y en París tuvo contacto con los cubistas y la pintura de Cézanne— y se concentraba en la creación. No dejaba de lado su participación en los actos políticos de sus pares, pero sobre todo ampliaba su capacidad de invención.

La marcha de la humanidad - David Alfaro Siqueiros
Un fragmento de ‘La marcha de la humanidad’, obra de David Alfaro Siqueiros que se puede ver en el Polyforum Cultural Siqueiros (Ciudad de México). / Flickr –Esparta Palma

Ideó murales, secuencias pictóricas y litografías que luego tuvieron vida en Argentina, Chile y las calles de Ciudad de México. Ejercicio plástico, de 1933, fue pintada en la Aduana Taylor, en Buenos Aires; en Chillán, Chile —exiliado por su participación en el atentado a Trotsky—, ejecutó Muerte al invasor en el muro de una escuela; Mitin en la calle y Retrato actual de Ciudad de México están en Los Ángeles —donde estuvo entre mayo y noviembre de 1932—. “Tanto en Montevideo como en Buenos Aires regresó a este tema (la subversión en el arte) matizándolo según las condiciones artísticas y políticas de cada país. La capacidad de Siqueiros para conjugar ambas actividades fue ejemplar para los artistas y los intelectuales pertenecientes al partido, entre quienes era una preocupación común, y una meta pocas veces lograda, conjugar el mundo de la política y la acción social con el de la expresión artística”, escribe la investigadora Alicia Azuela, de la Universidad Autónoma de México, en un texto sobre la militancia política de Siqueiros.

Los objetivos artísticos de Siqueiros eran claros —fueron expuestos por su mano en Tres llamamientos de orientación artística actual a los pintores y escultores de la nueva generación—: clamaba, como recuerda Azuela, por la creación de un arte público, que expusiera las necesidades y los horrores contra el pueblo, para que el proletariado, por fin, fuera el justo ganador de las contiendas políticas. Era una revolución industrial y al mismo tiempo social, y el arte no podía quedarse rezagado en los modelos y motivos clásicos: tenía que, del modo que fuera, presentar el retrato de su tiempo. Esta concepción es aún más clara en los murales que permanecen en el Palacio de Bellas Artes en Ciudad de México. Nueva democracia (acompañado por dos paneles más titulados Víctima del fascismo y Víctimas de la guerra) representa a un personaje indígena con un gorro rojo —representación de la Revolución Francesa— que rompe cadenas y deja atrás a un grupo de soldados malheridos. Es la reivindicación del pueblo más rechazado, que pasa por encima de la dominación —sea española, sea estadounidense—, como sucede también en La apoteosis de Cuauhtémoc: el líder resiste, vistiendo una armadura española, antes caballos que se revuelcan en el suelo. Los dos paneles adicionales son retratos directos —figuras robustas y en apariencia fuertes— de la tortura y la muerte: en Víctimas de la guerra a uno de los individuos le ha sido cortado un pie.

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