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La ciudad en que vivimos está podrida

Chapinero Lourdes

Érika Martínez Cuervo

Hoy regresé a mi apartamento luego de pasar unos días en casa de mis padres. Mi portera no estaba. Cerré la puerta del edificio y encontré una nota que decía: «Emilia está ausente porque su hijo murió esta mañana». Quedé fría y me invadió una honda tristeza. Mi portera ha sido el ser humano más amable y servicial durante los dos años que llevo viviendo en este edificio de Chapinero, es la única persona que me saluda de manera cordial y que me da una mano cuando necesito algo. A veces cuando salgo a trabajar y le gusta la pinta que llevo puesta me expresa de la manera más dulce y sincera: «cómo está de elegante Sta. Erika» (…)
Hoy quería darle un abrazo de Felices pascuas y preguntarle cómo la había pasado en nochebuena, pero no pude porque unos desgraciados que atracaron a su hijo decidieron quitarle la vida. Quedé pasmada, no sé qué pensar (…) estoy harta de esta ciudad de porquería donde a diario escucho de situaciones parecidas. No soy una mujer paranoica, me muevo por las calles todos los días, pero confieso que a veces siento miedo y logro comprender por qué los padres se angustian por sus hijos cuando salen por ahí a divertirse o a trabajar. Escribo esto porque me duele, porque Emilia es una trabajadora impecable y alegre, que me regala una sonrisa todos los días.
La semana pasada se fue la luz en el sector y como es temporada de vacaciones la subida por la Javeriana para llegar al edificio se torna peligrosa, su hijo –ese que hoy ya no está con nosotros– bajó por mí a la esquina de la cuadra para protegerme y luego con una linterna me acompañó hasta que abrí la puerta de mi apartamento, me dio las buenas noches y se despidió con mucha educación. No le pude ver a los ojos para darle las gracias y ya no se los voy a poder ver nunca.

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