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Más allá de las tinieblas

Inferno-canto-32-
Andrés Felipe Sanabria
 
El tiempo me hundió en su memoria. Empecé a tener insomnio con letargos en ruinas. Me hospitalizaban muy seguido en la mejor clínica psiquiátrica de Bogotá. Oír los pasos lentos de los pacientes queriendo revivir del amanecer. La luz turbia de las mañanas con esos árboles inolvidables llenos de pájaros que hacían más amena la claustrofobia histérica del alma, y el pavor salvaguardado del corazón. Las enfermeras con el compás llamando a todo el mundo (incluso a Cristóbal Colón) para el almuerzo. La renuncia del último bocado, y las miradas encontradas de doctores, doctoras, pacientes, personal de la clínica diciendo «Esto no me pasará a mí, nada, nunca, pero pasa, tiene que pasar». Los paseos por los dos corredores donde están las habitaciones, y por el jardín; la música que no se oirá más allá de las tinieblas. El abrazo con tus seres queridos. Un detalle, la ropa para lavar, la ropa en que se te secarán las lágrimas. El estampido del atardecer. Ya es hora de contemplar la última voluntad de Dante; el abismo escarpado en que no olvidarán tus lamentos. Se habla con cualquier extraño que sustente tu propia extrañeza. Es hora de la medicación. Algunos solo quieren reposar en su indispuesta libertad, otros no dejamos de revivir los momentos que nos hacen distintos al collage de las estrellas. Un día, un compañero en tu tour de vacaciones por la sonrisa flácida de Baudelaire te dice: «¡Me quiero ir de esta puta clínica!» Y al mismo tiempo lees por segunda vez Job de Joseph Roth, y el milagro de Mendel Singer te da la fuerza para mandar al carajo todos los amores de música ligera, porque es la verdad, nada más queda después de haber salido con vida tras la caza de Moby Dick (novela que leíste antes de empezar esta travesura). El psiquiatra que apodaste Socrates Freud, y que te sacó de un estado de esquizofrenia Bovarista, encontró la medicina adecuada para tu insomnio crónico, y no deja de ayudar y ayudar a los demás con su frase de base: «¡Síganme los buenos!» y te ayudó a llegar, frase a frase, paso a paso, al puerto verdadero de tu corazón, te espera hoy, pero ya tienes novia, has publicado cuentos en internet, has recibido buenas opiniones, otras llenas de sabiduría, otras en las que esperan que multipliques tu esfuerzo. Pero ya emergiste del tiempo, hace tres años y pico no te hospitalizan, y gracias a una mujer con la que intentas quitarle la gravedad a la felicidad, porque ¡Dios! ¡Sí que te pone bien! Permitiste que esa pesadilla que es tu enfermedad reposara en los cielos nublados de tu biblioteca, y que al abrir la puerta, sonrías por si algún día esa grieta que sabes que se va a volver a abrir, tengas las manos preparadas para no desistir de darle una Nueva refutación al tiempo, de leer de atrás para adelante a Enrique Vila Matas, de que Saramago no escape de su piel, de que Stieg Larsson no deje de amar a la mujer, y que todos los libros sean el pasado de alguien que no quiera dejar de leer por una última vez.
 
Imagen: Gustave Doré, «Inferno»,  La divina commedia. Canto 32.
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